INTIMIDADES DE UN ANESTESIÓLOGO




INTIMIDADES DE UN ANESTESIÓLOGO


El Anestesiólogo es típico exponente del “médico de hospital”. Por las vicisitudes que circundan su cotidiana labor tiene la valiosa, maravillosa oportunidad, como ningún otro facultativo, de realizarse en la noble y orgullosa vocación hospitalaria que muy dentro de nuestro “ser médico” llevamos guardada los seguidores de Hipócrates, padre de la medicina.

No hay aspecto del vasto trabajo médico, de la estructura asistencial-institucional, que le sea ajeno. El ilustre Profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, Doctor Tiberio Álvarez, considera la Anestesiología: “Especialidad Universal”.

Le compete al médico anestesiólogo actuar en contacto íntimo con la compleja gama de disciplinas médicas, desde las quirúrgicas estrictas: cirugía general, cirugía vascular, cirugía cardiovascular, cirugía plástica y reconstructiva, cirugía pediátrica, neurocirugía, ortopedia y traumatología, ginecología y obstetricia, urología, oftalmología, órganos de los sentidos, etc.; hasta las especialidades clínicas; extrañas, en forma aparente, para  profanos con el trajín de los quirófanos como: medicina interna, neurología, neumología, cardiología, hematología, endocrinología, laboratorio clínico, inmunología, etc. Sin pretender ser expertos en estas materias tiene, el Anestesiólogo, obligación de estar bien informado, con conceptos claros y definidos, sobre cada una de ellas.

Su intensa, en veces, desconocida actividad ha traspasado ya, consecuente con los avances de la ciencia y tecnología médica actual, los linderos de las salas de operaciones para ocupar lugar destacado en el cuarto de recuperación, unidades de cuidado intensivo, denominadas estas últimas en los EE. UU. “El hospital por excelencia”, unidades de trauma, terapia respiratoria y clínicas del dolor. Si le agregamos, además, su definitivo papel docente, académico y vigoroso espíritu de agremiación que los caracteriza, encontramos justificación valedera a la desesperada expresión del ex ministro del Trabajo, Dra. María Helena de Crovo, cuando en la famosa huelga del ISS (1976) consideró los Anestesiólogos: "Talón de Aquiles" de la organización médica en Colombia.

Dar anestesia o dormir a la gente como en forma despectiva se dice: "no es soplar y hacer botella". Exige sólido bagaje de ciencia, técnica, ética y, en especial, gran dosis de humanismo.

Poseído de amplios conocimientos en Biología Molecular, Anatomía, Fisiología, Farmacología, en Diagnóstico Clínico y Terapéuticos; con suficiente habilidad para manejar procedimientos que garanticen una buena “técnica anestésica”  más el dispendioso control de un paciente crítico, como lo son enfermos que ameritan  intervención quirúrgica, programada o de urgencia; conocedor celoso de deberes y derechos propios al rigor y calidad de su misión, como que la anestesia es el “arte de los dioses”, Anesthesia deorum ars; encuentra en esta forma el Anestesiólogo soporte indispensable al delicado y riesgoso servicio que le corresponde prestar. Adornado, siempre, del más respetuoso y comprensivo de los comportamientos; única manera de entregar, sin ambages, lo mejor de su sensibilidad a un ser colmado de incertidumbres y temores; que oscila entre el dolor, angustia, sufrimiento y miedo a la muerte; en muchos casos con la fe y esperanza perdidas.

Toca, al Anestesiólogo, vivir, laborar, mayor parte de su diario quehacer muy cerca de los sinsabores y pesares del hombre; sin poder acostumbrarse a ello experimentar, solidario, el drama terrible de su destino final. De allí su lucha irreconciliable, sin fronteras, contra la muerte ante el desafío que cada intervención impone. Somos sus enemigos acérrimos, quizá, como ningún otro médico o especialista, por nuestra condición de reanimadores, tenemos la preparación, los medios para enfrentarla. Es una actitud, científico-existencial, con profunda connotación filosófica que puede estar desbordando, inadvertida, lo científico estricto, en busca de un encuentro con lo metafísico. Esta disposición, hacia la inmortalidad, surge de cada anestesia que damos. En cada anestesia que damos y, por supuesto, en cada despertar logramos jubilosos una bienvenida resurrección.

Para superar, con éxito, el intenso aguijón del dolor corresponde, con frecuencia, llegar silenciosos, pero, con paso seguro, a vecindades donde habita el enemigo común; rondamos muy inmediatos a la muerte, sin que nos vea, sin que nos sienta. Es que no deseamos verla, no nos gusta, para llegar, tan solo, a los senderos claros donde el corazón se solaza con el fuego de la vida. Amamos la vida, de ella nos prendemos con fuerza, con sapiencia, la conciencia templada y muchísimo coraje.

El Anestesiólogo no tiene horario. En el argot quirúrgico es común decir: “sabemos la hora de entrada, pero, no sabemos la hora de salida”. Prefiere el hospital al consultorio; es el medio en que se siente cómodo, es su hábitat natural. Del hospital es común encontrarlo en su sitio más distinguido, el que tiene mayor misterio para el público, siempre pareciera que fuera de día en sus contornos, hay una claridad matinal a toda hora. Es un recinto lleno de solemnidad; resplandece más todavía por el verdor de sus columnas y paredes que se confunden con el ropaje descomplicado, pulcro, de sus actores. Alimentado el ambiente por aire etéreo, agradable, embriagador, que envuelve en vínculo prodigioso de sonrisas y afectos a cirujanos, instrumentadoras, enfermeras y anestesiólogos para cuidar, sin diferencias, en sacro rito listeriano la salud palidecente de quienes esperan con asombro, asustadizos, la cruenta acción del escalpelo. Es el Área de Quirófanos.

Con los cirujanos, sin distingos, se establece marcada empatía, basada, en principio, en una afinidad conceptual médico práctica. Sostenida, por ligazón entrañable de intereses que supera nexos intelectuales, curriculares, políticos o sociales. Al fin y al cabo, obedece a una comunión fraterna, estrecha comprensión como compañeros, colegas preocupados, por encima de todo, en el beneficio exclusivo del paciente que ocupa nuestra atención.

Este encuentro dual convierte al buen anestesiólogo en una bendición para el cirujano, guardaespaldas de su agresividad, protector de sus impulsos vacilantes y eficaz estimulador de su talento. La presencia serena del anestesiólogo, su tranquilidad, su dominio son apoyo valioso en procedimientos tormentosos.

Sin embargo, es al cirujano a quien se reconoce máximo protagonismo, brillan más; su talante así se los exige. Por la escuela de estoicismo en que estamos inscritos, a los anestesiólogos, no nos interesa aparecer; el tenderete de tela verde que nos separa de los amantes del bisturí es símbolo de la silenciosa bandera de la humildad de nuestra vocación.

De una cosa sí debe estar seguro, convencido, el especialista ambicioso que opera: de sí mismo y de su anestesiólogo. Es una pareja sagrada, de identidad maravillosa que justifica la plenitud de su acción sanadora para el más importante personaje de los quirófanos: el paciente.

Al final de cada anestesia busca, el fiel practicante del arte de los dioses, en cada enfermo que feliz y estupefacto regresa del viaje, tempestad o calma, como los pilotos al descender del avión; estrechar regocijado sus manos. Aceptar como recompensa de la travesía realizada una mirada escrutadora del mundo que le rodea, una sonrisa quejumbrosa, pero, plena de vitalidad, unas palabras mal hilvanadas pero agradecidas, un pecho palpitante, ansioso por encontrarse con los suyos. Unas lágrimas candorosas que al correr presurosas por sus mejillas hablen de la dicha que lo embarga por volver nuevamente a la vida.

Teobaldo Coronado Hurtado


PD. Escrito publicado en: 
1. Vanguardia Médica, Periódico de Asmedas seccional Atlántico, Barranquilla, No. 14, julio-agosto de 1986. Director: Teobaldo Coronado Hurtado.

Crónicas Ético Médicas. Editorial Antillas, Barranquilla. 2003
Autor: Teobaldo Coronado Hurtado.

2. Blog de Anestesiólogos mexicanos en internet. Editor. Luis Federico Higgins. Agosto 22 de 2008. Ciudad de México.

3. Pioneros e Ilustres de la Anestesiología en Colombia. Edición: Sociedad Colombiana de Anestesiología y Reanimación, SCARE. Bogotá.
Autores: Bernardo Ocampo Londoño, Julio Enrique Peña. Primera edición. 2012.


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