33. LA SOLEDAD DE LOS VIVOS
LA SOLEDAD DE LOS VIVOS ¡No sé; pero hay algo que explicar no puedo, que al par nos infunde repugnancia y duelo, al dejar tan tristes, tan solos los muertos! “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!” El ciprés solitario en 17-Mile Drive. El Carmelo, California En las inmortales rimas de Gustavo Adolfo Bécquer se plasma antigua creencia, de que la soledad pertenecía al reino de los muertos, la soledad de los sepulcros. La era cibernética, de la biotecnología, ha proyectado la soledad de los jardines funerarios al conglomerado salón de los jardines sociales, tradicionales conversatorios, donde ya no se charla. Cada uno de los allí concurrentes, seres parlantes, enmudecen ante el imperio desmedido del minúsculo y novedoso móvil o la absorbente pantalla de televisión. “Juntos, pero no revueltos”, dice refrán popular, para referirse al encuentro sin comunicación ni dialogo entre la gente. Impregnado este mensaje, además, de cierto tufillo discriminatori