No. 4. A QUÉ HUELE PARÍS

¿A QUÉ HUELE PARÍS?

En el vuelo que me condujo de Boston, USA, a París, tomé la revista de la aerolínea Air France que encontré en la solapa del asiento y encontré un artículo que leí con detenimiento, titulado: ¿A qué huele París? El autor concluye que la Ciudad Luz huele a perfume de rosas. Le creí.  

Pasaron por mi mente nombres de afamadas lociones: Coco Chanel, Christian Dior, Saint Laurent, Givenchy. Recordé, en especial, el agua de colonia Jean Marie Farina de Roger Gallet que usaba mi padre y que yo, también, de vez en cuando me echaba encima a escondidas.
«Mi perfume es como un bonito amanecer tras la lluvia, una composición de naranjas, limones, pomelos, bergamota, flores y frutas de mi país natal», así lo describía Jean Marie Farina.

Tamaña desilusión me llevé, una vez tomo rumbo desde el aeropuerto hacia el hotel, al pasar por una amplia avenida atestada de refugiados, a lado y lado, en condiciones más deplorables de las que viven nuestros indigentes tercermundistas debajo de los puentes. Intenté tomar una foto y tuve que desistir ante el hedor y el miedo.

Me sumerjo  en el ambiente parisino del Louvre, Torre Eiffel, Campos Elíseos, Moulin Rouge, Disneyland, Río Sena, la Sorbona, estadio del Paris Saint Germain, el de Neymar; etc. Deslumbrado ante tanta maravilla, respiro largo y profundo, pero, no logro inhalar el anunciado perfume de las rosas.

En París todo el mundo anda de prisa. Presurosos, algunos caminan; otros corren como si no fueran a llegar a su destino. Un maremágnum de gente te atropella,  si te descuidas, en la terminal del tren, estación del metro, lobby del aeropuerto, parada de buses, en plazas y museos. Son rubios, negros, orientales y escasos mestizos. Una Torre de Babel, en donde me defendía con mi enrevesado spanglish, con la suerte además, de que mayoría de transeúntes que uno encuentra hablan español.  Por su diversa e informal vestimenta puedes deducir que no hay estratificación de clases. Ensimismados, pocos hablan. Muchos, cantidades, fuman. Más que acá en Colombia. Impresionante. Qué incomodidad.

Tal vez los orientales son los más charlatanes, como si sintieran encanto de que les oigan su jerigonza. En medio del tumulto se siente, sobre todo al bajar y subir los trenes, el vaho nauseabundo que deja una aglomeración hedionda a mugre, cachimba y grajo. Agria. Como si no se bañaran. Eso dice la leyenda. Y parece que así es. Lo constaté. 
Teobaldo Coronado Hurtado
Barranquilla agosto 3 de 2017


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