No 9. ¿QUÉ ES EL AMOR?
¿QUE ES EL AMOR?
Conceptualizar sobre el amor no es asunto fácil. Es tema sobre el cual se han expresado toda suerte de teorías, conceptos y tratados a lo largo de la historia de la cultura universal. Intentarlo, es meterse en “camisa de 11 varas”. Cada quien, de acuerdo a como le haya ido, en ésta la más singular de las aventuras humanas, tiene su propia experiencia y opinión.
El amor no se piensa. De su irracionalidad surge la
expresión popular de: “que el amor es ciego”. El amor se siente, no es
expresión del conocimiento, se manifiesta en los sentimientos, en los buenos
sentimientos, aquellos que nos asemejan a lo divino. “Dios es la suma bondad”.
El amor tampoco es ciencia que se aprende. Es una aptitud con la
que se nace, consubstancial a la naturaleza humana. Según el decir de Rousseau
“El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Y así crece y se reproduce y
lo podemos dejar morir con nuestra actitud, con nuestros malos sentimientos.
Sin embargo, el amor no muere, es eterno. El bien ha de prevalecer sobre el
mal. Los buenos sentimientos contra los sentimientos perversos
Cuando se da el encanto sublime del amor por la común
unión de la pareja ésta se convierte en un solo sujeto, en un solo ser. En el
juego del amor, su búsqueda, su objetivo es la conquista de la vida, la
supervivencia. El trofeo soñado es la buena vida. A través del escenario del
amor se alcanza captar la vida en sus múltiples expresiones: crear vida, hacer vida,
sentir la vida, dar la vida, luchar por la vida, permitir la vida, compartir la
vida, gozar la vida, el amor es vida, la vida es amor
El amor primero se da en uno mismo en cuanto que para
poder hacer efectivo este juego con el otro - dual o colectivamente - tengo que
amarme a mí mismo en las dos partes armoniosas en que yo estoy constituido:
como ser biológico o como ser personal.
Parece contradictorio, el amor para que sea uno, que
es su esencia más pura, tiene como sostén la bipolaridad. Dos polos distintos
que necesariamente tienen que coexistir; se juntan el uno con el otro para que
sea uno. El amor es una relación de doble vía en uno; ese es su fundamento.
Dios por ser uno, y trino en sí mismo, padre, hijo y
espíritu santo, es el amor absoluto. En sentido trascendente en la medida que
yo participo del juego sublime del amor me asemejo a Dios, soy casi divino. "Dios es amor".
A través del misterio del amor lo que, tal vez, se busca expresar es cómo al mismo tiempo un fenómeno entre dos sujetos o en
el que se comprometen dos: se reproduce, se da como unidad, sin diferencias y
no en una doble acción y presentación como sería su formal expresión. Si la diferencia se
hace palpable aquello que los distingue desaparece la esencia del
amor. Al momento de conjugarse la bipolaridad su manifestación tiene que ser
equivalente de uno y otro lado. No se nota lo singular de un polo u otro. No
puede haber más o menos amor de un lado u otro. Cuando esto sucede se da el
conflicto, el rompimiento de los polos por falta de la necesaria correspondencia
que debe darse entre ellos. Porque predomina el egoísmo individual contrario radicalmente
a su motivacion altruista.
El amor no se
puede medir, ni calcular, no tiene precio. Ni se compra ni se vende, dice la canción.
Solo se siente, uno lo siente, lo capta con todos los sentidos. Las palabras
solas: “Te quiero” “Te amo” “Te adoro” no bastan. Va más allá de los cálculos,
de los presupuestos de la razón. El amor es la más alta expresión de los
sentimientos. “El corazón tiene razones que la razón no entiende”.
El concepto del amor es tan amplio e indiviso que
permite a cada uno de los participantes cumplir sus aspiraciones particulares, intereses,
ambiciones, proyectos, sueños e ideales por fuera de la común unión, en
ejercicio de una autonomía, de una libertad consubstancial a la suerte de la
pareja, de los dos. Cada individuo puede cumplir una misión distinta, libre y
voluntaria que a la postre se traduce en riqueza bipolar. Es maravilloso, pero,
la entrega generosa de lo mío íntimo no implica posesión definitiva y absoluta
del uno para el otro, dejar de ser libres. En la medida que se ama hay
confianza y desprendimiento. El desapego es una constante en los que se aman.
El celo es el signo más protuberante del desamor.
El instrumento que permite participar en este juego,
que al fin y al cabo se convierte en algo dichoso es la intimidad, entendida
como lo mío íntimo, lo que debo compartir solo con el otro, con quien amo, en
una entrega generosa, exclusiva. Con nadie más. La intimidad podemos
imaginarla, con una ilustración que no guarda exacta dimensión con su
magnificencia, como la pelota de muchos colores con la que hacemos el juego del
amor: que va y viene, que debe entrar y salir, que es necesario buscar y
encontrar, controlar y poseer, que hay que acariciar, en ocasiones dirigir
suavemente y saber hasta dónde debe llegar. Es el tierno balón que yo debo
llevar, impulsar, sostener, enviar, acercar, siempre dominar. No imaginemos el
juego de este balón o pelota en el escenario de un clásico partido de fútbol o
básquet, es preciso que lo contemplemos dentro de un recinto estrecho,
reservado, privado, donde solo caben dos, nadie más; en un mano a mano entre tú
y yo, como alteridad.
¿Cómo sorteamos la intimidad tú y yo, como amado o
como amante?
Los amantes tienen un inconfundible modo de abrir paso
a la pelota de la intimidad, para que esta corra, fluya, tenga movilidad,
entusiasme al uno tanto como el otro. En el varón se llama galantería, en la
mujer es la delicada y sensual coquetería la que atrae y subyuga. Ser galante
es ser caballero, ser viril, con gestos generosos que atraen los encantos, los
dones eróticos femeninos; al principio de forma sutil, de manera franca y
directa cuando se llega el momento culminante de la anhelada posesión que tanto
busca y espera la amada. Si no hay posesión mutua de los amantes para qué tanta
galantería y coqueteo. La culminación de la intimidad se da, alcanza su culmen,
en la copula; tras los pasos estimulantes de la galantería del uno y la
coquetería de la otra.
Es innegable que en su proyección humana de
enamorados, esposos o amantes es en donde se desarrolla plenamente el concepto
de intimidad. De un modo trascendente el modelo se da en la relación personal
con Dios, en el servicio a Dios, es decir, en el servicio a los hombres. Luego
el amor puede trascender a las otras dimensiones ya señaladas. Por ser la
acción del amor en esencia bipolar, para que sea verdadero, su realidad máxima
se cumple en la relación íntima, en la intimidad de los dos. De acuerdo a quien
o cual sea el otro componente de la pareja así será el juego amoroso: novia,
madre, esposa, hijo, padre, la patria, la naturaleza, Dios etc., etc.
En el juego del amor, a diferencia de otros, no puede
haber un perdedor o un ganador. En esto radica su excelsitud, su grandeza. O
ambos ganan o ambos pierden. Si uno de los dos gana o pierde es porque no
existió juego limpio, por lo tanto, no hubo amor. El equipo, el conjunto, la
pareja o gana o pierde en su totalidad. La victoria de uno es la victoria del
otro, la victoria de todos y viceversa. La derrota del otro es mi derrota, es
la derrota de todos y viceversa; si es que el amor existe y ha permitido que
sean uno solo, un solo cuerpo y una sola alma, un solo ser. Mi alegría es tu
alegría. Tu tristeza es mi tristeza. Tu sufrimiento es mi sufrimiento. Mi
felicidad es tu felicidad.
En una perspectiva solidaria cuando yo sufro, pierdo o
soy derrotado es la humanidad la que pierde, sufre y es derrotada. Del mismo
modo cuando yo gano triunfo o soy feliz hago feliz a toda la humanidad, si me
considero parte de ella, si amo a la humanidad.
Lo ideal es que el amor salga siempre ganador para que
triunfe la vida. Cuando perdemos en el amor la gran derrotada es la vida.
Perder en el amor es comenzar a morir o llegar a morir. Ese, el riesgo
existencial que se corre, que hay que evitar y por el que debemos luchar. La
experiencia nos enseña como muchos ya están muertos en vida, porque no
hallaron, no encontraron el sustento del amor, no llegó a ellos o lo perdieron
irremediablemente, antes de la muerte biológica definitiva.
Es deprimente para mí, no sé qué sensación experimento,
si depresión, desconcierto, tristeza, lástima, no sé, cuando escucho a personas
adultas exclamar que no creen en el amor, que el amor no existe. Quien así se
expresa acabó o está acabando con su vida y de carambola con Dios y con la
humanidad. Pienso con algún optimismo en una actitud de despecho fugaz o que
confunden amor con “hacer el amor” en el sentido peyorativo que tiene esta
expresión de “tener sexo o relaciones sexuales” Y me refiero a las personas
adultas que en la medida que alcanzan la madurez deben ir progresando en la
estrategia que los lleve al puerto del amor puro y verdadero. Es aceptable y
hasta comprensible que un joven lance esta expresión, casi siempre desesperada,
porque apenas está en la fase de aprendizaje y puede, si aplica con rigor
humano autentico, llegar a ser un experto en el arte de amar.
Es imposible la vida sin el amor. La vida en pareja
como hombre o como mujer no es la única alternativa para realizarnos con
plenitud en el amor y en la vida. La incapacidad para el amor en cualquiera de
sus expresiones: amor a Dios, a la patria, los padres, los hijos, a la
profesión, el arte, a los amigos, a la naturaleza suficientes para llenar
nuestras metas existenciales se debe sin lugar a dudas a la falta de amor a sí
mismo. Si yo no me amo soy incapaz de amar a los demás.
“¿Cuál es el mandamiento mayor de la ley?”, Jesús
responde: “Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es
semejante a este. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos pende toda la ley y los profetas”. Mateo 22, 37-40.
Observemos bien el contenido del texto bíblico cuando
afirma que el segundo mandamiento de amar al prójimo y amarte a ti mismo es
semejante al primero de amar a Dios. Es que no se puede cumplir con el segundo
mandamiento sin acatamiento al primero. No puede haber amor a Dios sin amor al
hombre. Y no puede haber amor al hombre sin amor a Dios. Es necesario entender
que el concepto cristiano de prójimo implica el amor al otro, la preocupación
por el otro. Mi prójimo es el más próximo a mí. Es el amor y la preocupación
por el más próximo a mi lo que primero está en juego. Y el más próximo a mi soy
yo mismo. De tal suerte que el otro primero, mi primer prójimo soy yo mismo.
Esto tiene su fundamentación escatológica en el convencimiento de que Dios
habita en mí y también en cada uno, en los otros, en toda la humanidad.
Muy consciente
de esto Nietzsche alcanzó a decir: “Seguimos siendo extraños para nosotros
mismos, no nos comprendemos, hemos de confundirnos con otros…cada cual es para sí
mismo el más lejano”[1]. En la línea del
filósofo alemán es lógico, entonces, pensar que la mayoría de nuestras dificultades,
en especial las relacionadas con nuestra autoestima, con lo que somos, con lo
que debemos ser y valemos tienen su origen en que el amor reside muy lejos de
nosotros. Y si no hay amor en mí ¿Qué puedo esperar de la vida? ¿Qué sentido
tiene mi vida?
Feliz día del amor y la amistad
TEOBALDO CORONADO HURTADO
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