32. CARNAVALESCA. BARRANQUILLA
CARNAVALESCA. BARRANQUILLA
Joselito, un tipo bacán que redondea campante los 80, cuenta que fue testigo, cuando niño, del matrimonio de Juan Parranda y
Beatriz Derroche, una pareja embelequera del Barrio Abajo. Se casaron en pleno
relajo de la Batalla de Flores, en el atrio de la iglesia del Perpetuo Socorro,
cuando este evento hacia su recorrido desde el Estadio Municipal, hoy Romelio Martínez,
bajando por la avenida Olaya Herrera hasta el Paseo Bolívar, por allá en los años 50 del siglo pasado.
Monseñor Pedro María Revollo, Camarlengo del Papa
Pio XII, un cura nacido en Ciénega, con
fama de sinverguenzon, de bastante arraigo en Barranquilla y la costa caribe, con
más poder que el Obispo Jesús Antonio Castro Becerra, se prestó para darles la
bendición nupcial en medio de la rueda que montaron integrantes de la cumbiamba
“Guepa je”, en la que ellos eran capitán y capitana respectivamente. La Guepa
Je con la “Agua Pa Mi” eran cumbias que pugnaban, casi siempre, en aquellos tiempos,
las finales para elegir la mejor. Así como el Congo Grande y el Torito
contendían entre el grupo de danzas grandes, donde además emulaban: El Congo
Reformado, La Burra Mocha y El Garabato. Danzas menores se consideraban: el
paloteo, los gallinazos, los diablos arlequines etc.
En las danzas grandes el rol femenino lo
protagonizaban maricas disfrazados de mujer, empara petados entre los tambores
del conjunto musical que las animaba. Joselito recuerda cómo uno de los
estribillos que cantaban decía: “El
marica se conoce por el modo e` camina…el marica se conoce por el modo e`
camina…que viva la Burra Mocha, que viva el pantalón amarillo, que viva la
camisa morá, que viva el carnaval”.
Eran simplemente maricas. Todavía los homosexuales no habían alcanzado
el estatuto gay que, libérrimos, ostentan hoy en día. Otro desfile que se realizaba, además de la
batalla de flores, era el de La Conquista,
martes de carnaval, a lo largo del paseo Bolívar, dedicado al entierro de
Joselito. No habían más.
Juan y Beatriz se habían conocido en verbenas pre
carnaval del baile “Al son que me toquen
bailo”; uno de los tantos que se cumplían - en la arenosa topografía de la ciudad, con
variados nombres - cada año en la
cuadra de su casa el sábado de carnaval.
Para la época no existían casetas populares como se estila ahora.
Tampoco palcos, silleteros, espuma, ni tanta chabacanería. Grandes bailaderos se ubicaban en el Hotel
del Prado y clubes sociales: Country Club, Club Barranquilla, Club Italiano,
Club Alemán, Club Angloamericano, Unión Española y Adeco.
Teatros de cine, en la periferia de la ciudad, como el Mogador (calle 30), Rex (Centro), Amazonas (Nueva Granada), Teatro
Nuevo (San Felipe), Granada (En Murillo, frente al Cementerio Universal) eran
habilitados como salones de baile sectoriales.
La muchachada de los barrios, además, organizaba bailables en las
terrazas y patios de su casa que adornaban o disfrazaban en correspondencia con
el nombre que le ponían, por ejemplo: “Una
noche bajo palmeras”, Bailando hasta al amanecer”, “Bajo la luz de la luna”,
Embrujo entre palmeras, etc.
En las rondas de cumbia, ensayos nocturnales de
martes y jueves precarnaval, que se llevaban a cabo en los alrededores del
Estadio Tomas Arrieta, avenida La María, José Parranda y Beatriz Derroche
lograron afianzar y disfrutar amistad más estrecha. Una noche, lunes de
carnaval, se escaparon de sus padres,
amigos, vecinos y terminaron enrumbados en el Salón Mi kiosquito, Barrio el
Valle, en donde la orquesta de Rufo Garrido y el conjunto de Aníbal Velásquez
animaban el festín. Allí formalizaron su relación amorosa. Beatriz le dio el sí
a Juancho, que le tenía la perseguidora puesta, en medio de una bacanísima
lluvia de confetis, serpentinas y
maicena que se esparcía juguetona, entre bailadores, por la brisa inclemente de un
salón Mi Kiosquito sin techo. El sitio propiedad de un señor Víctor Reyes se
convirtió, mucho tiempo después, en el desaparecido Teatro Virrey. Ahí, en esa
esquina, calle 68 con carrera 21, inició su negocio de fritanga el famoso
“Peñita”, que luego traslado su negocio a lo alto del barrio Ciudad
Jardín.
Esta típica dupla currambera tuvieron dos hijos.
María Piedad primero, luego nació Juan Marcial.
María Piedad se hizo monja de la Presentación y
no obstante su condición religiosa, en el Hospital de Barranquilla donde vino a
trabajar culminado su noviciado en Medellín -
contra viento y marea de sus superioras - armaba tremendos parrandones,
cada vez tenía oportunidad, en reminiscencia, tal vez, de los que organizaban
sus viejos queridos. El día del médico,
por ejemplo, contrataba papayera y millo; con chicharronada y fritos. No había
doctor, hábito en mano, al que no le sandungueara con su baile arrebatao. La
estirpe caribe brotaba de su alma, le corría por la sangre y le llegaba hasta
los tuétanos muy por encima del rigoroso porte monástico. Tronco seriedad se
mandaba terminado el jaleo. La sala Fátima del Hospital de Caridad como se
llamaba en esos tiempos el Hospital de Barranquilla era epicentro de su
diligente y amorosa actividad asistencial.
Juan Marcial se fue para Bogotá a la Escuela de
Policía Francisco de Paula Santander. Trasladado a Barranquilla, una vez culminada
la carrera, con grado de teniente, comandaba
operativos de control contra la maicena y el coge...coge propio, de los
desfiles carnavaleros. Imperturbable, haciéndose de la vista gorda, tenía que soportar
oleada blanquecina de polvo Duryea que caía sobre sus charreteras, proveniente
del más organizado de los desórdenes en paz, y mayor jolgorio que ninguna urbe
en Colombia pueda consentir. De la misma maicena, alcahueta de sus padres
enamorados, que le dieron la venturosa oportunidad de nacer en esta capital de
la alegría donde imperaba y todavía prevalece, no la ley de los generales, sino
el mandato exequible del Dios Momo: “Quien lo vive es quien lo goza”.
Aquí, en esta Barranquilla fantasiosa y
carnavalesca, la ciudad más feliz del orbe, todo lo relacionado con el goce y
la sabrosura está permitido - “En carnaval todo pasa” - con el único fin de
vencer la insidiosa muerte para que triunfe la vida, y el bien predomine sobre
el mal, tras la jubilosa alegoría de la
Danza del Garabato icono grandioso de esta fiesta sin igual. Insuperable.
Espectacular.
¡Que viva el carnaval de Barranquilla! ¡Guepa je
¡
¡Arriba Curramba Carajo!
Barranquilla febrero 4 de 2013
Dr. Teo Coronado
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