35. DON PACO


DON PACO

Cuando los hijos del señor Francisco, Don Paco, veterano profesor universitario, estaban pequeños tenían de vecinos familia extranjera (francesa) muy distinguida. El dueño de la casa, connotado profesional del derecho y pulcro caballero; sus hijos, unos muchachos formales, juiciosos. Sin embargo, su esposa y madre, respectivamente, era una rubia mujer, físicamente atractiva, pero, de temperamento en sumo, hostil.  Cascarrabias, casaba broncas con Raimundo y todo el mundo, que la hacían personaje antipático, sobre todo exótico, dado el elegante barrio, donde residían. Terror de los pelaos de la cuadra, balón que caía en sus predios, estaba perdido tras diatriba procaz y escandalosa.
Obsesiva, con la limpieza, quien pernoctaba el brillante piso embaldosado de su antejardín, llevaba de la buena, con su lengua lanza juegos.
 De esta forma armaba permanente trifulca, además, con el voceador de periódicos, lotero, jardinero, albañiles y cuanto transeúnte por allí pasaba.
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Cada vez sentía la algarabía de la prole de Don Paco, jugando en el patio aledaño, histérica, entraba en ira, lanzando cualquier clase de improperios contra ellos, en especial, contra Francisquito y Esthercita, a quienes no bajaba de malparidos y negros hijueputas. No los bajaba de negros, tal vez,  por ser los mas morenos de sus tres niños,
 ¡Muéranse! Exclamaba en su exasperación.
Francisco y señora jamás se inmutaron ante los agravios constantes, contra sus pequeños retoños y también,  contra ellos por parte de la madame, que apodaron con el nombre de “mula”. Quizá, le producía mayor cólera el hecho de que no le pararan bolas.
Mientras no los toque, no les haga daño, cero problemas, decían entre sí. Antes, por el contrario, al interior de su hogar, calladamente, hacían chiste, se rían del lenguaje arrevesado que esgrimía en su gritería furibunda. Nunca se sintieron ofendidos ante tanto insulto de la “madame mula”. Pensaban en su ignorancia médica que la señora estaba desvariada.
Qué cosa la de los niños. En su mentalidad infantil la estimaban una fiera…  indómita mula.
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Transcurrido el tiempo llegaron los esperados nietos a la familia de don Paco y su querida esposa. Dos niñas y un niño son luz de sus ojos cansados, en el ocaso, ya, de sus vidas
¿Qué sucedió al amigo Paco que cambio su comportamiento sereno cuando pasó de padre a abuelo?
Residentes en el exterior, sus hijos, van y vienen, de un país al otro, cada vez pueden.  Motivados, más que todo, por complacer a sus progenitores y, con ellos, regocijarse en el encuentro afectuoso de sus hijos con sus abuelos que son felices con el encanto de Antonio, la gracia picara de Yamile y la ternura angelical de Lucila, la más pequeñita.
¡Cómo es de distinto el amor de los abuelos con sus nietos!  Desbordado, alcahuete y protector sobrepasa en limites al que tienen o tuvieron con su prole.  Apasionado en demasía, si se comparan.
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Por inconvenientes de salud que presentó Yamile, Don paco se descompuso y de qué manera. Enojado ante lo que él consideraba atropello por parte de médicos y enfermeras que, pullaban y pullaban a su bebe sin contemplaciones en la sala cuna del hospital. Nunca con sus hijos, en trance similar, perdió la ecuanimidad. Tuvieron que llamar la seguridad de la clínica para contenerlo.
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En las tardes  Paco caminaba  tres a cuatro cuadras en busca de Antonio a su salida del colegio. El arrebato del abuelo franjeo los límites de la torpeza cuando un día viernes, una chanza pesada contra su muchacho por parte de la maestra, que lo ridiculizaba ante sus compañeritos, se abalanzó contra ésta airado, descontrolado. Si no es por la intervención de algunas personas, que se interpusieron, la hubiera levantado a golpes. De regreso a casa por un fuerte dolor de cabeza hubo necesidad de llevarlo al médico; diagnostico: Crisis hipertensiva que cedió, por suerte, al tratamiento.
Con la mayor humildad, sabio al fin, sumiso y arrepentido, no tuvo inconveniente en pedir excusas a la docente ofendida cuando le tocó llevar nuevamente, al niño, a clases el siguiente lunes.
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Don paco, quizá, como todos los abuelos confiesa que no tiene calificativos para definir el profundo sentimiento que experimenta por los vástagos de sus hijos. Es un mundo nuevo, dentro de sus años viejos, que le hacen plácidos sus días.  Sobrepasa los mejores goces que haya podido tener a lo largo de su promisoria y larga existencia.
Mis nietos, dice, son mi mayor tesoro. La vida, a estas alturas, de mi periplo existencial no tendría sentido sino fuera por ellos. Sería el viejo más aburrido del mundo. No acepto que nadie me los toque haciéndoles daño.
"La presencia tierna, juguetona y alegre de Antonio, Yamile y Lucila, justifican, sin medida, mi firme deseo por seguir viviendo, por seguir adelante. Son mi razón de ser, cuando ya mi agenda laboral esta cumplida y compromisos sociales no me preocupan tanto", concluye vanidoso.
¿Se podría suponer, entonces, que se quiere más a los nietos que a los hijos? Se interroga Don Paco y contesta:  "Antes, por el contrario, el querer hacia los nietos es máxima expresión del amor hacia los hijos. En cuanto que, lo que más anhela un padre es que le quieran, también, a sus retoños ".
¡Gracias Dios mío por ser abuelo! ¡ Gracia Dios mío por los lindos nietos que me has dado!  ¡Bendícelos señor! Exclama emocionado Don Paco.
Definitivamente, el sentimiento del padre por sus hijos es bastante diferente al sentimiento del mismo padre, ya en condición de abuelo, con sus nietos. Indescriptible. Indefinible. Dichoso.
TEOBALDO CORONADO HURTADO
Barranquilla marzo 3 de 2018




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