43. ÍDOLOS DE BARRO
ÍDOLOS DE BARRO
“Ídolos de palo” llama, el profeta Jeremías, a los ídolos en
general. Seres o cosas endiosadas por el culto exagerado que se les rinde. “Parecen espantapájaros en un campo sembrado
de melones. Ídolos de palo, son necios e insensatos. Sus imágenes son un engaño,
no valen nada, son obras ridículas. (Jeremías 10, 5-8.)
La denominación de “Ídolos de barro”, se le atribuye al
profeta Daniel en la narración donde interpreta el sueño que tuvo Nabucodonosor,
rey de Babilonia, constructor de sus jardines colgantes. Había soñado en una
gran estatua con cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de
cobre, piernas de hierro y pies de barro, que se desintegró por acción de una
piedra que rodó de la montaña e impactó contra sus pies. Con su
predicción el profeta Daniel quiso dar a entender al todopoderoso rey de
Babilonia que su imperio no era eterno ni indestructible. (Daniel, capítulo II,
números 31 – 35)
Ídolos de barro es expresión usada, en el lenguaje común,
para señalar la fragilidad intrínseca, particular, de los que alcanzan fama,
gloria y mucho dinero. Simboliza la carencia de un mínimo de virtudes humanas, en
personajes que la muchedumbre exalta ciega y apasionada como dioses. Y ellos, ególatras, se lo creen. Auspiciados
por el sistema hipnotizan, a la gente que los sigue, con artimañas circenses
que mimetizan la precariedad de sus vidas, su tormentoso vacío existencial.
Los Ídolos de hoy, hombres y mujeres, son, no hay duda, producto de la sociedad
de consumo, del marketing mediático. Figuras sublimadas por los medios de
comunicación a costa de la jugosa ganancia que produce una publicidad desmedida,
en: periódicos, revistas, radio y la más efectiva de todas: la televisión y,
claro, las redes sociales. Gajes del cuarto poder. Los asemejo a los idola fori, de la antigua clasificación
de Francis Bacon, en cuanto son producto de la palabra sofisticada que se
proyecta debajo multicolores luces audiovisuales o páginas relucientes de los
magazines.
Ídolos de barro en cuanto viven de embarrada en embarrada. Al
fin y al cabo, no están moldeados en oro, plata ni cobre. Están hechos de
hombre: de carne y hueso; vulnerables y mortales como cualquier Juan de los
Palotes.
Pareciera que el ser adinerado, importante o famoso da
licencia para la desfachatez, permiso para la arrogancia, pasaje gratuito al
reino de la petulancia. “Usted no sabe quién soy yo” es estribillo, rayano en
la tontería, con que, algunos, pretenden disuadir a quienes osan enfrentarlos, autoridades en especial, para insinuar que son lo máximo de la condición humana. La modestia,
para ellos, una solemne desconocida. El irrespeto a los demás su impronta
distintiva.
La lista denigrante de ídolos, iconos de la sociedad, con
barro hasta la coronilla, por: beodos, drogadictos, rufianes, charlatanes,
abusadores sexuales e infractores de la ley vinculados al cine, deporte, política,
farándula en general, encumbrados a los más altos niveles de popularidad en
nuestro país y en el mundo, por su mismo protagonismo y el despliegue
publicitario que reciben, son una vergüenza para la sociedad, en especial, para
niños y jóvenes.
Al modus vivendi de
los que habitan el mundo de los ídolos se suma una generación de nuevos ricos, con
delirio de grandeza. “Clase emergente” se consideraron en la década de los 70 y
80, del siglo pasado por la precocidad como resultaron multimillonarios de la noche a
la mañana. En nuestros días se nota algún florecimiento de este arquetipo. Visibles por los lujosos automóviles en que se
movilizan, suntuosos apartamentos en donde habitan y la pinta de la costosa y
perfumada última moda que lucen. Se me antoja este personaje como prototipo del
ídolo de la caverna (Idola apecus),
en seguimiento a la nomenclatura baconiana. Ensimismados en su cueva interior,
son indiferentes a la realidad, al trato con los demás. “Pura sangre” los bautizó el Papa Francisco y
se los tropieza uno en ascensores, sitios públicos y en la vía, atropellando a
todo el que se les atreviese con sus flamantes y oscurecidos coches. Rampante
mala educación los caracteriza por desconocimiento de elementales reglas de urbanidad.
Enterradas sus cabezas en Smartphone y móviles de última generación ignoran
olímpicamente a los que a su alrededor están, para un amable saludo. Se
espantan, solitos, de su pomposa estampa de ejecutivos y hombres de negocios.
Miran por encima del hombro y despachan, cuando mucho, sonrisa sardónica, mojigata,
para simular una cortesía que no tienen.
El sarcasmo barranquillero los ha bautizado “Juan la V”, con
V de verga o pene, tal se denomina el miembro viril en la anatomía del autor francés
Testut Latarget, texto clásico, en que aprendí esta materia cuando estudiante. Tal
vez, porque su arrogancia desborda un machismo despiadado.
Ídolos de barro y nuevos ricos con su actitud displicente
y agresiva son generadores de una, en apariencia, silenciosa violencia, que no
hace ruido como la violencia de las balas, pero, igual, atropella, chocante, la
necesaria convivencia ciudadana.
Urgidos estamos de celebridades que sean ejemplo, modelos a
seguir de honestidad y sencillez, de líderes pulquérrimos: políticos,
deportistas, artistas, profesionales, ejecutivos y hombres de empresa, referentes
de buen comportamiento y sentido común.
La política, ética de la ciudad, en su sentido etimológico,
invita a la práctica del bien, ser buenas personas, es decir honorables, impolutas y solidarias.
¿Si merecen el título de honorables los senadores y
representantes que tienen asiento en el Congreso de la República?
El mundo de los negocios reclama señores con una sensibilidad
a flor de piel, que más allá del tener, los proyecte como excelentes seres
humanos por su generosidad, por su responsabilidad social.
El arte, cualquiera de sus manifestaciones, es incompatible
con la chabacanería, se da la mano con una pasión que connatural a la vocación artística
o profesional demanda nobleza y decoro en sus practicantes.
La medicina esta urgida de profesionales de la salud, sin
ínfulas de ídolos. Titanes, que calladamente, sin ningún boato publicitario
cumplan su deber hipocrático.
La humildad propia del
sabio y la compasión de un médico sensible distinguen a un auténtico apóstol de las ciencias de la salud.
Barranquilla abril 18 de 2018
Teobaldo Coronado Hurtado
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