46.SACÚDETE BURRO VIEJO


¡SACÚDETE BURRO VIEJO!
La vieja tinaja de la abuela Belén Vallejo.

Se acabaron pájaros en bandada con su mañanero despertador de alegres trinos: pitirres, chirríos, papayeros, cucaracheros, colibrís, canarios y chucha frías. Repicando en lo alto del matarratón, palos de mango, ciruela y papaya, del patio de la casa.

Se acabaron los juegos de niños: partidos de bola e trapo en la arenosa calle. Chequita y el bate en los playones. Carreras apostando a la lleva, a las 4, 8 y 12, la libertad, arranca yuca, y peregrina. El juego del paseo y la olla por la pedregosa vía, tras el baile de un trompo “sedita” y correspondientes mapolas de castigo al perdedor con un trompo zarandete.  Juegos de bolas de uñita de cristal: “boquita de hoyo muerto el tiro”. Dufla.

Se acabaron multicolores rosas en los jardines: Antonias, coquetas y siete hermanos. Olorosas flores de: cayenas, capachos, de la Habana, heliotropos y margaritas para la Virgen del Carmen y el día de la madre.

Se acabaron los refrescos caseros: masato (maíz amarillo), peto caliente (maíz blanco), avena con canela o clavito, guarapo fermentado de panela y piña, el raspao, la limoná pa los enguayabaos y el agua fresca de la vieja tinaja que dejó la abuela.

Se acabaron en tiendas de la cuadra:  el corroncho, ladrillo, jarta pobre, la costra, pirulí, arrancamuelas y la ñapa.  El “vale” del fíao en el cartón de una cajetilla de Marlboro.

Se acabaron los madrugadores ambulantes: panaderos con grande canasta sobre una bicicleta repleta de pan polaco, pan francés y mogollas con sabor a gloria. El lechero con calambucos y embudos medidores, en un viejo Willis descapotado. Mondongueros sonando cajas de madera repletas de vísceras de vaca y cerdo en su interior, sobre los costados de lentos burros andantes.

Se acabaron afiladores de tijeras y cuchillos con pito característico que no alcanzo a definir. Peluqueros con temible navaja de afeitar que afilaban en larga penca de cuero y la refrescante alhucema para perfumar la motilada. El barbudo “turco”, fiador de telas, en su cansado y vetusto caballo. Compradores de frascos y botellas en una vieja carretilla a cambio de cualquier golosina o fruta barata.

Se acabaron los tres toques de campanas de la iglesia parroquial llamando a sus feligreses a misa los domingos y días de guardar. La estruendosa sirena de la Cervecería Águila a las 12 am cada día del año y a la medianoche del 31 de todos los diciembres.

Se acabaron porros fandangos, merecumbés y chiquichás que animaban verbenas los domingos, del mediodía pa bajo, y demás días de fiesta.

Se acabaron pasteles trifásicos, rajuñaos, sancochos, arroz con liza y aji preparados por toda la familia con tronco de recocha, en el patio de la casa, debajo frondoso palo e níspero que el cemento desapareció.

Se acabaron los ¡buenos días compa! El “bocaito”, por encima o entre la cerca de matarratón, de un delicioso plato, entre vecinas. Las frías van y frías vienen en el bordillo de la tienda del cachaco de la esquina. El “guacharacaso carromulero” de gordolobo con limón bien temprano en la mañana.  La tertulia del vecindario pereció.

Se acabaron novenas al Niño Dios y sus villancicos en el atrio de la iglesia, rosarios de la aurora en los amaneceres de mayo, el incienso al mediodía en viernes de cuaresma, las chalinas hediondas a naftalina de las señoras en la misa. Curas repartiendo medallitas y estampitas a la feligresía por las calles del barrio.

Se acabaron estilógrafos de tinta marca Esterbrook y Parker.  La blanca tiza, el negro tablero, mapamundis, “tablas” para aprender las cuatro operaciones matemáticas. Libros: alegría de leer y de Bruño, caligrafía Palmer, catecismo de Astete, la cívica de Posada, la urbanidad de Carreño y los cuadernos Titán.

Se acabaron las cartas a escondidas, papelitos furtivos, tarjetas perfumadas, pétalos de heliotropo entre los libros, serenatas en la madrugada con guitarras y bandolas. Encuentros a escondidas de novios en el parque o en la vespertina cinematográfica del teatro sin techo de la cuadra.

Se acabaron velorios en las casas, entierros de a pie hasta el cementerio, las bancas de dolientes en la puerta de la calle, cuenta chistes y el tinto durante el día y noche de velación.  La rezandera y la llorona con su lastimero espectáculo para despedir al bueno del difunto.

Solo, queda, sobrevivir con el insoportable estropicio de automóviles, motocicletas, buses, mezcladoras de cemento y el tormento sin piedad de sirenas de ambulancias sin parar. Un caos total que enloquece.

Entretenerse con juegos cibernéticos o navegando por Facebook, WhatsApp, Twitter e Instagram. Diligenciar el crucigrama o el soduku en cualquier cafetería o plaza de comida de una atiborrada supertienda, donde el vicariato sin oficio se congrega a tomar aguas dulces, multicolores y multisabores, con nombres en inglés. A esperar a que llegue la noche de hoy y por qué no, la definitiva noche. Inexorable e incierta.

Lo más penoso de todo, también, se han ido acabando los seres más queridos:  amigos y compañeros del colegio, la universidad y el trabajo. Los vecinos y parientes escasos que quedan están enrejados en sus casas o encerrados en sus apartamentos. Presos del terror y el miedo. Invisibles. Seguro estoy, con la misma nostálgica soledad nuestra.


Después de todo. ¡Qué carajo! mientras haya vida hay esperanza Ajá… si somos afortunados supervivientes de esta era virtual, que nos ha tocado en suerte para disfrutar. 

Lo que pasó, pasó. No comulgo con la idea de que "todo tiempo pasado fue mejor" y más bien bendigo la dicha de haber sido testigo de todo eso que ya acabó.

Por lo pronto, me complazco garrapateando estas desordenadas añoranzas para comunicar a todo el mundo que todavía estoy vivo. Gracias a Dios. Gozoso de lo que soy, satisfecho de lo que he sido.

¡Sacúdete viejo Teo! ¡Sacúdete burro viejo!

 ¡Que viva la era cibernética! y… marica el último.

TEOBALDO CORONADO HURTADO
Barranquilla noviembre 21 de 2017

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