EVOCANDO A BORGES
EVOCANDO A BORGES
En 1963 cursaba 2º año de medicina en la Universidad de
Cartagena. Como un aire refrescante, a la tenaz faena que a diario librábamos en
los henchidos terrenos de las ciencias básicas, anatomía, histología, embriología,
bioquímica y biofísica, nos podíamos regodear placenteros en la cátedra de
humanidades que regentaba, magistral, el profesor Roberto Burgos Ojeda, estudioso de Don Miguel de Unamuno el ilustre maestro de Salamanca y padre
del escritor Roberto Burgos Cantor. Patroclo, fiel y virtuoso amigo de Aquiles
en la guerra de Troya, colocamos de apodo a Burgos Ojeda, más por admiración que
por irreverencia.
Además de las clases regulares, en donde volvimos a degustar, entre
otros clásicos, la Ilíada y la Divina Comedia, los viernes a las 5 de la
tarde debíamos asistir a la conferencia, obligatoria para nosotros y abierta al
público, que, invitados especiales del Departamento de Humanidades, dictaban en
el paraninfo.
El paraninfo de la Universidad de Cartagena era epicentro de riquísima actividad intelectual, en la ciudad heroica que se proyectaba,
de igual manera, hacia la sede de la Alianza Colombo Francesa ubicada a un
costado del Parque Fernández Madrid, con exposiciones, recitales musicales,
encuentro de poetas y escritores.
Entre los personajes que tuve oportunidad de escuchar
recuerdo bien a: Gonzalo Arango, Mario Laserna, Jorge Artel, Ramón de
Zubiría, Alfonso Bonilla Naar, Daniel Arango y Eduardo Carranza.
Una tarde lluviosa de junio el paraninfo de la Universidad se iluminó, como nunca, con la presencia del que, entonces, era ya
leyenda viva del parnaso universal: Jorge
Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, como su padre, igualmente, ciego. El gran poeta, cuentista y ensayista argentino
había llegado a Colombia a recibir el Título Honoris Causa, concedido por la
Universidad de los Andes, bajo la rectoría del cartagenero Ramón De Zubiría.
El historiador Eduardo Lemaitre conversó con Borges, quien le
preguntó por García Márquez. Lemaitre le dijo que su familia vivía en
Cartagena, pero comentó: “García Márquez es un comunista que le gustan los
hoteles cinco estrellas”.
Y Borges dijo: “No me gusta”.
Lemaitre le preguntó: “¿García Márquez?”.
“No”, aclaró Borges: “Los hoteles cinco estrellas”.
Borges dijo con humor que había leído cincuenta años de
soledad, y le había fascinado.[i]
En Ulrica, considerado por Borges su cuento preferido,
narra el encuentro idílico de un profesor de la Universidad de los Andes, Bogotá, con una joven noruega Ulrica, en York, Inglaterra. La joven Ulrica le
pregunta intrigada: “¿Qué es ser colombiano?”, y el profesor le responde:
“No sé. Es un acto de fe”.
Inolvidable, para mí, el encuentro con Jorge Luis Borges vestido
con elegante terno verde oliva, paso lento y mirada perdida adentro el azul
infinito de sus ojos, cual un Dios mitológico.
Confundido en la audiencia, de jóvenes estudiantes, allí
estaba yo, atónito ante la majestad de su prosapia poética y perplejo ante la
figura señera de un hombre descomunal.
Aun resuenan en mis oídos, como una de esas lecciones que
nunca se olvidan sus palabras cósmicas, por lo mismo fantásticas y rebeldes,
plenas de un irónico, acento cuando recitaba: “El instante”
¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño
de espadas que los tártaros soñaron,
dónde los fuertes muros que allanaron,
dónde el Árbol de Adán y el otro Leño?
El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del reloj. El año
no es menos vano que la vana historia.
Entre el alba y la noche hay un abismo
de agonías, de luces, de cuidados;
el rostro que se mira en los gastados
espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.
Ayer, 24 de agosto, fue un día en que me divertí captando la variada
secuencia de imágenes deslumbrantes, ricamente coloreadas que brindaba el
paisaje barranquillero. Ahora, caigo en cuenta, coincidía, día tan esplendoroso,
con los 120 años del natalicio del autor de Aleph y de los mejores cuentos
breves que se hayan escrito. Inconsciente rendía homenaje al epónimo poeta que
me deslumbró en mis años mozos.
La evocación de Borges ilumina, aun, una de las añoranzas más
grata de mi juventud, de mi universidad, de mis mejores días.
Barranquilla agosto 25 de 2019.
TEOBALDO CORONADO HURTADO
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