AÑO DORADO. UN SUEÑO CUMPLIDO.


AÑO DORADO. UN SUEÑO CUMPLIDO

Patio del Viejo Hospital Santa Clara. Pintura al oleo del artista cartagenero Edgardo Bello

Si para Andrés Calamaro, autor de “Volver”, viejo e inolvidable tango que inmortalizara el gran Carlos Gardel, “veinte años no son nada” ¿Qué podríamos decir, entonces, de cincuenta?
¿Qué cincuenta años no son nada?

La pregunta me la he formulado, algo perplejo, pensando sobre la trascendencia que tiene en nuestras vidas, colmar con orgullo rebosante, Bodas de Oro de una altiva trayectoria médica.
Es posible mi respuesta tenga cercana coincidencia con la que ustedes, apreciados compañeros, a lo mejor, tengan en mente o, también, se hallan hecho.
 ¿Basado en qué?
En el convencimiento que tengo de portar idéntico talante clínico, similares sentimientos solidarios y acendrado espíritu hipocrático en nuestro aquilatado ser médico; no obstante, diferencias obvias de los sujetos racionalmente pensantes que somos. Descendientes afortunados de la ínclita, alma mater cartagenera cuyo legado intelectual y académico hemos llevado incrustado, con honor, en el ejercicio de nuestro venturoso quehacer profesional.

“Cincuenta años no son nada”, sería estribillo que, en el andar efímero de los días, las horas y los años tiene mucho de certeza. Sin embargo, en la realidad existencial, no lo asentiríamos así, cuando de acuerdo estamos, en eso estoy cierto, de que el “tiempo es oro”.


Son 18.250 días u hojas del calendario vital de cada uno. 
693,500 (días) en total, han sido, si multiplicamos los 38 troncos de médicos, que cuelgan, de este cincuentenario árbol galénico que, hoy, coloreado de amarillo reluciente, se muestra
Doradas proyecta sus hojas, iluminadas por los ardientes rayos del sol, que todavía mantiene, en su mayoría, aun sin caer, en esta bienaventurada etapa otoñal.
Para los Incas el oro era la sangre del Sol.

Sin embargo, de este total de 693,500 días habría que descontar las hojas caídas, 182.500, correspondiente a las diez ramas, de los compañeros, que ya no están, pero que permanecen, ahí, al pie del árbol “Promoción 1969” en eterno, estimulante silencio, acompañando, a las que todavía palpitantes, se resisten a volar bien lejos, hacia el más allá.  Nostálgicas, estas, ante su presencia muda, las inspiran, abono vivificante, para seguir adelante en el recorrido escaso que les queda.  
¡Loor almas benditas! de Rosales Hooker, Luis Barrios, Jorge Arteta, Roberto Alemán, Eberto Ortega, Ramon Luna, Rafael Alvear, Bernardo Vanegas, Carlos Buelvas y Orlando Mendoza.

Encumbrado árbol, el de la “Promoción 1969” que, en otrora tiempos primaverales y veraniegos, pintado de verde, siempre esperanzado, se consagró, robusto, a rendir culto al arte excelso de una ciencia como la medicina que ha demandado de nosotros estudio constante, intenso trabajo, honesto servicio, gran consagración, capacidad de lucha y un profundo amor al oficio. Como para reconocer que cincuenta años, escritos con “letras de oro”, son un “sueño dorado” a punta de constancia cumplido.

Así como el oro es símbolo de permanencia, de fidelidad, el médico es por siempre estudiante. Desde que pisa los bancos de la universidad hasta cuando su mente lúcida se lo permite. Más aun, en estos tiempos, cuando los avances de la medicina y las exigencias de una atención sanitaria de calidad, cualquiera sea la especialidad que uno tenga, demandan actualización permanente para no quedar fuera del conocimiento científico que no se detiene, se renueva día a día. El “conocimiento es oro”

¡Árbol pródigo! el de nuestra promoción. Por su fructífero ramaje ha corrido sabia bienhechora de la ciencia, médica al servicio de la humanidad, en sus diversas expresiones: hospitalaria, docente, investigativa, administrativa, gremial, cooperativa, y en las especialidades de: anestesiología, cirugía, ortopedia, ginecología, oftalmólogía, otorrinolaringólogía, pediatría, radiología, medicina interna, hematología y salud pública.

Ciertamente, estar aquí reunidos, celebrando, untados de “oro puro”, es un privilegio envidiable, regalo admirable de la vida, que, agradecidos, reconocemos, nos ha dado tanto. “La vida es buena” proclama, en su eslogan,  el compañero Max Peña con desbordante optimismo.

Somos médicos, esfuerzo conjunto, de aplicados alquimistas que lograron el milagro de transformar al jovencito que fuimos, al ingreso a la universidad, en la valiosa joya, tallada de la medicina, difícil de encontrar que, en esta fecha, resplandece jubilosa en cada uno de nosotros.

Pues sí, tenemos que congratularnos, sin pecar de inmodestos, en la aúrea valía alcanzada como excelentes profesionales de la salud, gracias al apoyo definitivo de:
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-       
-      Nuestros abnegados padres; sin su incondicional soporte el empeño personal hubiera sido vano.  
Los extrañamos y queremos.

-      Respaldo entrañable, de todas las horas, que recibimos de la familia, la mujer y los hijos.
Los amamos.
-       
-      Sabiduría heredada de los insignes maestros que nos enseñaron, entusiastas, el arte hipocrático.
Los admiramos

-      Buen nombre de la gloriosa Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena que enaltece con su respetable tradición   nuestro currículo académico.
La aclamamos

-      Al llamado divino, providencial, “Oportunidad de oro”, que nos puso en el camino compasivo de la sanación.
¡Gloria a Dios!
Iluminados con su infinita gracia pudimos transitarlo, al servicio generoso de la gente, con el regocijo inconmensurable de haber socorrido con “Corazón de Oro” los enfermos puestos a nuestro cuidado y fortaleza suficiente para aguantar ingratitudes y desprecios de quienes no han sabido valorar la nobleza del ejercicio médico.

He querido utilizar dos figuras emblemáticas, el árbol, símbolo de la vida y el oro, representativo de lo más valioso, que se juntan admirables, en esta reflexión, como un reluciente árbol dorado para significar lo que ha sido la grandiosa epopeya por nosotros librada, durante cinco décadas, en pro de lo más precioso y sagrado que existe de todo lo creado: la vida humana.

No me resisto a terminar estas palabras, sin retornar a la letra de la canción que las inspiró, de verdad propicias para la ocasión.

Volver
Yo adivino el parpadeo
De las luces que a lo lejos
Van marcando mi retorno
Son las mismas que alumbraron
Con sus pálidos reflejos
Hondas horas de dolor
Y aunque no quise el regreso
Siempre se vuelve al primer amor
La vieja calle donde el eco dijo
Tuya es su vida, tuyo es su querer
Bajo el burlón mirar de las estrellas
Que con indiferencia hoy me ven volver

Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada, errante en las sombras
Te busca y te nombra.
Vivir con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez

Tengo miedo del encuentro
Con el pasado que vuelve
A enfrentarse con mi vida
Tengo miedo de las noches
Que pobladas de recuerdos
Encadenen mi soñar 
Pero el viajero que huye
Tarde o temprano detiene su andar

Y aunque el olvido, que todo destruye
Haya matado mi vieja ilusión
Guardo escondida una esperanza humilde
Que es toda la fortuna de mi corazón

Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada, errante en las sombras
Te busca y te nombra

Vivir con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez.

Teobaldo Coronado Hurtado
Cartagena diciembre 19 de 2019







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