VEJESTUD. Edición No. 141
VAN GOGH. VIEJO CAMPESINO. 1889- 1890 https://www.elestudiodelpintor.com/2015/09/postimpresionismo-vincent-van-gogh-y-la-fuerza-del-color/ |
Vistosas faldas, elegantes blusas, trajes multicolores;
carteras, zapatos y bolsos de cuero fino, de diferentes estilos. Costosos collares, pulseras y aretes;
novedosos cosméticos y cuanto perendengue utilizan las damas observaba Paco a su
alrededor cuando asombrado, en extremo curioso, se adentraba en aquel monstruo
del Macy de los Ángeles a donde lo habían llevado, a empellones, la mujer y su
hija. No se explica el por qué estas dos mujeres a donde primero corren cada vez visitan uno de estos centros comerciales, es a manosear bolsos y carteras.
Nunca había estado en un templo de la sociedad de consumo como este. El Portal del Prado en Barranquilla es lo máximo que ha visitado en su septuagenaria correría por el mundo.
Nunca había estado en un templo de la sociedad de consumo como este. El Portal del Prado en Barranquilla es lo máximo que ha visitado en su septuagenaria correría por el mundo.
Desubicado,
confuso, en medio de tanta bisutería, logra visualizar estante inmenso de
relojes, donde alcanzó, al fin, distinguir a dos elegantes y apuestos jóvenes
que imaginó eran asiduos clientes del fastuoso almacén.
Atónito por la enormidad de la bagatela femenina, bastante
temeroso, se atreve a peguntar por las vainas de los hombres.
-
Bueno, aquí ¿En dónde están los
artículos para caballeros? Preguntó a sus entretenidas
acompañantes. Lo único que veo, para yo poder comprar,
son relojes, agregó con timidez.
En realidad, le interesaban, más por necesidad que por antojo, unos
suspensorios para la abultada hernia inguinal que, indiscreta, se insinuaba en
lo alto de sus precarios muslos, consecuencia de los inconvenientes prostáticos
que padecía desde cuando cumplió los cincuenta.
Entonces, es la hija quien le esgrime en tono de
regaño:
-
! ¡Ajá papi, tú no sabías que, en este Macy, únicamente,
venden artículos para damas!
Perdida la calma y en tono desesperado Paco le increpa,
un tanto molesto
-
!Hoombeee mija cómo es posible no me hayas advertido
antes, ! cómo era la cosa en esta tienda, para haber cogido hacia otro lado! Hasta hubiera
preferido quedarme en casa.
A todas
estas, el mujerero circundante le miraba con disimulo y un tanto raro, más por
su rostro descompuesto que por algún atractivo en particular. Pero, vanidoso y
farto, negro al fin, como todo negro que se respete, pensaba Paco para sus
adentros, en actitud ilusa, pero positiva:
-
¡Ah
vaina! todavía meto mono.
Y no había espejo, entre tantos, en el que
no se echara una narcisista, ególatra mirada.
No obstante, los años, viejo verde, siempre
andaba en plan de levante. olvidando, en esta ocasión, lo lejos que se encontraba de su tierra caribeña.
Vuelve a la carga Paco y pregunta
-
¿Ajá y
los manes esos que estaban en el mostrador de los relojes, ¿qué?
Ahora es la mujer que aprovecha para
sacarse el clavo y con su sorna característica, despepita los ojos y le dice:
-
¿Qué más
pueden ser? tronco de maricas como tú. ¡Pendejo!
Sin más para donde coger y nada que hacer; huyendo,
además, al cipote frío que hacía en las afueras del centro comercial se refugia Paco
en un saloncito apartado en donde, arrumado y solitario, otro resignado vejete
rumia sus penas y, que igual a él, las señoras arrastran, a donde les da la gana,
con el poder y dominio absoluto de sus ajenas tarjetas de crédito. Las mismas
que a Paco y a todos los que, en uso de buen retiro, toca pagar cumplidamente, cada
mes, con la exigua pensión que reciben del bendito ISS.
De malas Don Paco además de regañao y pendejeao,
la plática suya, la que se ganó tras 40 años de trabajo, en el Banco Nacional, la
despilfarran su señora y su hija, botaratas, sin contemplaciones, ni derecho a
decir: “Esa plata es mía”.
La vida es así para un sinnúmero de apreciados señores
que logran llegar a una afortunada vejestud, gracias a su juiciosa existencia. En
franca armonía con el enunciado del salmista: “Nuestra vida es pasajera; de
nada nos sirve amontonar riquezas si al fin y al cabo otros se quedarán con
ellas”. [i]
De este salmo se origina el viejo dicho
de que “nadie sabe para quien trabaja”
Barranquilla febrero 29 de 2010
Teobaldo Coronado Hurtado.
Teobaldo Coronado Hurtado.
PD. Tomado del libro "La Hora del Sosiego. Digresiones de un Jubilado"
Muy bueno Dr Teobaldo
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