LA MUERTE DEL ABUELO CUPE. CUENTO
EL ABUELO Y LA NIETA. Obra del médico pediatra, pintor y poeta español Baltazar González Fernández.
LA MUERTE DEL ABUELO CUPE. CUENTO
Al
día siguiente de la celebración de sus jubilosos sesenta años de existencia el
señor Cupertino tuvo su primer infarto. La noche anterior en el Pez que Canta,
elegante restaurante ubicado al norte de la ciudad se había reunido con Juana
Bautista su mujer y sus hijos que le corearon allí el tradicional Happy Birthday,
después de degustar un sabroso robalo a las finas hierbas y libado una exquisita
copa de vino.
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Paco, de paso para el hospital, arrimas a la casa que tu papá amaneció mal, la
comida de anoche no le cayó bien, tiene una indigestión, está vomitando; le
informa por teléfono Juana Bautista a su hijo, médico; eran las seis de la
mañana.
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Esto no es ninguna indigestión es un infarto, vámonos enseguida para el
hospital ordena Paco a su mamá, con la certeza del gran clínico que es. Un
médico de los de antes.
Infarto
agudo de miocardio diagnostica el doctor Daza, el más eminente cardiólogo de la
metrópoli, y procede a hospitalizarlo para iniciar tratamiento que resultó, a
la postre, satisfactorio para devolverlo a su morada quince días después.
Don
Cupe se fumaba un paquete de cigarrillos cada tres días, seis cigarros diarios,
su único vicio. No ingería licor alguno porque según él le producía dolor de
cabeza. Tremendo bailador no necesitaba tomarse un trago para salir a lucirse
en la pista de cuanta rumba lo invitaban. Un hombre de comportamiento moderado,
ferviente caminante tenía un buen estado físico, se mostraba animoso y
saludable. Un tipo correcto.
El
viejo Cupertino resistiría dos infartos posteriores en un lapso de cuatro años,
saliendo adelante gracias a la oportuna acción terapéutica de los facultativos.
En el tercer episodio, una vez recuperado, el galeno que lo atendió consideró
que debía ser visto en la Clínica Cardiovascular de la capital de la república
para practicarle un cateterismo y decidir conducta a seguir. En su lugar de
residencia, para la época, no practicaban este tipo de procedimiento.
Paco
viajó, con su papa, en compañía de su hermano Ruperto, a la cita capitalina.
Los expertos que lo vieron después de analizar el resultado de los estudios
practicados, en junta médica, consideraron que debía ser intervenido.
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Si se opera puede alcanzar una supervivencia de 6 años y si no se opera solo le
queda un año de vida. No tenemos certeza, tampoco, de que la cirugía sea
exitosa. Tienen un plazo de tres horas para que decidan, los esperamos, dijeron
los rigorosos especialistas al término del encuentro.
Paco
y Ruperto se sentaron y tomaron café, para calmar la ansiedad, en un estadero
cercano a la clínica cardiovascular. Consultaron a sus hermanas vía telefónica y,
después de plantearles la situación, optaron por regresarse a su terruño
costero con su señor padre. Si se va a morir, mejor es que muera en la tierra
que lo vio nacer. Asintieron, de acuerdo, para justificar su postura de no
aceptar la cirugía. Se apoyaron, además, en una de las sabias sentencias del
viejo: “Dios proveerá”, “Hierba mala no muere” que recordaron unánimes y algo optimistas
Siete
años después del primer infarto fallece Juana Bautista, su amantísima esposa,
tras penoso y doloroso trance hemorrágico digestivo que llevaron a los descendientes
de Cupe a pensar que este no aguantaría semejante aflicción. Sin embargo, su bravo
corazón resistió el embate de la soledad, por la ausencia definitiva de su
amada, con una fortaleza extraordinaria, ejemplar, alimentada, además, por una
fe profunda en el Dios de los cielos. Cupertino, ya jubilado, asistía a misa
todos los días en la iglesia parroquial de San Judas Tadeo.
v
El
“niño Cupe”, tal lo llamaban algunos parientes por cariño, llevaba una vida
normal, apacible y sin afugias económicas, en compañía de dos de sus herederas
que le brindaban las mayores atenciones y de sus pequeños nietos que le
alegraban los días y las horas.
Entusiasmado
al máximo por el festejo de los 15 años de Rosalba María, una de sus nietas, se
fue al boulevard central y en la Casa Rossi compró la pinta precisa para la
ocasión: un vestido entero del color que se ponen los militares para sus
ceremonias de gala, nostálgico tal vez de su paso por los cuarteles, corbata, zapatos
y calcetines de reconocida marca.
A
cuanta persona encontraba, en los alrededores de la vecindad, comentaba
vanidoso sobre el acontecimiento familiar, anunciaba la esplendorosa fiesta que
tendría lugar en el Caribean Sport Club, con orquesta, buffet y numerosos
invitados.
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Hola Paco - le insinúa, a su hijo, el entusiasta abuelo de la quinceañera, a su
paso por una de las avenidas del Club, al observar un salón con la luz apagada,
mesas adornadas con ramos de flores blancas y candelabros de velas encendidas -
¡Ahí, como que hay un velorio! ¿Cómo te parece?
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No papá, esa decoración, tan especial, es para la celebración de un matrimonio,
la verdad es que parece un velorio por el panorama lúgubre que presenta, cuando
la gente aún no ha llegado, le contesta, de mala gana, su hijo.
La
bonita cumplimentada, toda de rosado vestida, bailó el vals Danubio azul, con
su padre, su abuelo, tíos y jovencitos de la corte de smoking ataviados. Una
vez cumplida la ceremonia del consabido brindis la orquesta de los hermanos Guillén
comenzó a tocar la música bailable que abriría, parranderamente, la esperada
fiesta.
Primero
que se atrevió a incursionar en la encerada pista fue el alegre y dichoso abuelo
que saco a bailar a una de sus hijas. Después de danzar dos “porros sabaneros”,
bien movidos, le dijo a su pareja que no se sentía bien. Corrió hacia la mesa
en donde tenía su puesto y se desplomó, pesadamente, sobre las piernas de uno
de los asistentes.
Al
hospital más cercano fue conducido, inconsciente, mientras la gente estupefacta
quedaba, la banda dejó de sonar y un rumor tenue e incierto cubrió el salón
todo de estupor lleno. Increíble lo que está pasando susurraban los presentes,
pesarosos y atónitos.
Solo
se oía el fuerte tintineo de los cubiertos sobre las mesas de los comensales
que daban cuenta del apetitoso buffet que fue abierto a las diez de la noche,
como para calmar el ánimo de los concurrentes, a la espera de las buenas
noticias sobre el estado de salud del abuelo.
Los
minutos transcurrían lentos, con angustiante zozobra, hasta cuando la noticia
inesperada llegó, pasadas las 11. Don Cupe había fallecido pese a la acción
reanimadora de los intensivistas que presurosos lo atendieron.
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Habían
transcurridos 14 años desde la vez primera que su corazón se infartó y siete
desde el fatídico anuncio de los cardiólogos capitalinos que le dieron doce
meses de vida si no se operaba. Auto anunció, chistoso, su partida con la
visión fúnebre que tuvo a su entrada al distinguido club social.
El
viejo Cupe, un valiente que no fue presa fácil de la muerte inexorable, mandó
al carajo el asustadizo vaticinio de los soberbios especialistas capitalinos del
corazón. Tuvo un final feliz cuando
murió en su ley, bailando de lo lindo, como solo él lo sabía hacer, gozando,
regalando su gracia y su infinito amor a cuantos fueron cercanos a él, a todos
los suyos y, providencialmente, en el cumpleaños de Rosalba María, su nieta más
querida, su consentida.
_
¡La vida es así, impredecible! La línea limite que separa la dicha del dolor es
tan tenue que de un momento a otro se juntan, cuando menos uno lo espera, para
quedarnos, sin poderlo evitar, con alguna de las dos. Hoy, de la dicha plena
hemos pasado a sentir el latigazo incontenible del profundo dolor que nos
produce el viaje hacia el más allá de nuestro querido padre y abuelo, alcanzó a
musitar con lágrimas en los ojos el doctor Paco, conforme, apesadumbrado y
aceptando, después de todo, el irremediable destino ultimo del hombre: nacer y
también morir.
Barranquilla
agosto 24 de 2023.
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