SER MÉDICO. SENTIDO CRISTIANO.
SER MÉDICO. SENTIDO CRISTIANO
Tomado de mi libro "Ser Médico", 2007. Uniediciones, Bogotá, p. 23-25
Introducción
En Tu eterna Providencia, Tú me has elegido para velar sobre la vida y la salud de Tus criaturas. Apóyame, Dios Todopoderoso para que haga bien a los hombres, pues sin Tu ayuda nada de lo que haga tendrá éxito. Inspírame un gran amor a mi arte y a Tus criaturas. Maimónides.
Para alcanzar la meta de un
médico ejemplar debemos salir tras las huellas del médico modelo representado, con sumo esplendor y belleza, en las páginas santas del evangelio, en la figura iluminada de Jesús sanador,
No logramos entender, con
auténtico sentido cristiano, el misterio insondable de la fragilidad y finitud
de la condición humana sino a partir de la figura central de Jesús como hombre
y como hijo de Dios. Somos los médicos servidores de la humanidad que al
generoso del buen samaritano debemos imitar al atender y consolar al que nos ha
de necesitar.
La rutina de la labor
asistencial, sea cual fuere la especialidad que practiquemos ò lo distinto de
las instituciones donde toque llevar a cabo la misión, más que una jornada en
pro de la salud – como en el contexto científico debe en efecto ser – es en su
real experiencia cotidiana un encuentro con el hombre total, en su psique y en
su soma, en el momento más crítico de su vida; abatido por la tristeza, la
amargura, la impotencia, con la desdicha a sus espaldas y con el destino fatal
de la muerte rondando tras él. De allí la osadía de atreverme, con algo de
irreverencia, a afirmar que en vez de trabajadores de la salud más bien
podríamos catalogarnos como “trabajadores del sufrimiento”.
La relación médico paciente, hecho clínico sobre el que descansa la actividad asistencial, más que un contrato desde el marco jurídico ò intercambio interpersonal en el campo de la psicología, es en su noble contenido humanístico un pacto de amor; un pacto de amor sustentado en la ley natural de la caridad. En su interpretación etimológica la caridad es eso: Amor.
Imperativo de la caridad
El imperativo de la caridad es “regla de oro" de la auténtica
vida cristiana. "Amarás al Señor tú Dios con todo el corazón, con toda tú
alma y con toda tú mente". Este es el gran mandamiento y el primero. El
segundo, semejante, es este: Amarás al prójimo como a ti mismo. Mateo 22,
37-39.
No es un pacto cualquiera, es un encargo serio, delicado, el que hemos
asumido por la afortunada posición de profesionales de la salud al servicio de
los enfermos, de los más sufridos, de los que tienen dificultades, de los más
necesitados. Es un trabajo en favor del hermano, del prójimo, como
instrumentos de la divinidad que nos ha llamado a colaborar en el cuidado y perfeccionamiento
de su obra magna: la especie humana.
"Recurre luego al médico, pues el Señor le creó también a él, que
no se aparte de tu lado, pues de él has de menester. Hay momentos en que en su
mano está la solución, pues ellos también al Señor suplicarán que les ponga en
buen camino hacia el alivio y hacia la curación para salvar tu vida".
Eclesiástico 38, 12- 14.
Se configura, de esta forma, una misteriosa y admirable tríada médico -
paciente, con la presencia invisible y sanadora de Dios en medio de los dos.
“Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy en medio de
ellos”. Mateo 18, 20
Según Laín Entralgo "El médico debe actuar en todo momento con plena lucidez intelectual, pero como hombre no puede quedar exento de apoyarse sobre el misterio".
Lo trascendental del acto médico
Aquí radica la exacta y real dimensión humanística de nuestra labor en
la búsqueda bienhechora de proteger la salud y la vida. En un principio como médicos
del cuerpo, cumpliendo la labor sobre un componente meramente biológico, pero,
en una dimensión superior y sublime, que supera lo somático, también, estamos
llamados a ser médicos del alma. En esto estriba lo trascendental del acto
médico, lo que lo dignifica y da preminencia sobre cualquier otra actividad.
Bajo esta consideración tiene cabida una actitud cristiana impregnada de fe y
esperanza en procura de la ventura deseada de los demás. Sustento espiritual que concede la necesaria fortaleza para vencer
escollos, contradicciones y la incertidumbre de una clínica secularizada,
deshumanizada, que mira tan sólo en la persona a un objeto computable, con un
código ò un número, en vez de considerarla en el sagrado concepto de criatura,
de criatura hecha a imagen y semejanza de Dios.
Encontrar, de otro lado, el indispensable soporte a las ingratitudes
que la humana conducta pueda depararnos; ya sea por la abominable mentalidad
utilitarista de los que explotan el negocio de la salud ò por el escaso
reconocimiento que los estamentos de la sociedad y el Estado puedan otorgar a
la exigente faena sanitaria que toca cumplir.
"La caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene celos, no se pavonea, no se infla, no
traspasa el decoro, no busca lo suyo; no se exaspera, no toma a cuenta el mal,
no se goza de la injusticia, antes se goza con la verdad. Todo lo disimula,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera". Así de elocuente y grandioso nos increpa el apóstol Pablo en su
primera carta a los Corintios, mostrándonos el diseño, el patrón de caridad que
debemos practicar. Según lo expresa el texto sagrado, para ser fíeles intérpretes
de este mensaje, se hace necesario enviar lejos la arrogancia y soberbia que,
tantas veces, adorna la gestión del médico, para vestirnos con el ropaje
sencillo del hombre compasivo que llevamos adentro.
Para poder disimular y perdonar, saber esperar y creer, ser
tolerantes y justos, sufrir y callar, aceptar al hermano, tal y como es, hay
que comenzar por ser humildes. “Bienaventurados los que tienen corazón de
pobre, porque de ellos es el reino de los cielos". Mateo, 5,39.
Ser médico cristiano nos enfrenta al desafío, impone el requerimiento,
de proporcionar bondad ilimitada a los pacientes asumiendo el más generoso de
los comportamientos en cada una de las coyunturas que nos depara el habitual
ejercicio profesional. Son respuestas de amor las que estamos obligados a dar:
en la espontaneidad del gesto, postura de las manos, suavidad de las palabras,
en la mirada dulce y alentadora, en la sonrisa franca, radiante de optimismo
que emana de lo recóndito de nuestro ser médico.
Es tarea extraordinaria,
compleja, la que incumbe realizar por la misma natural condición humana, tanto
del enfermo como de nosotros mismos. Solo el homo sapiens, dentro de la
especie animal, por su inteligencia, por su condición racional busca,
desesperado, explicación a sus males, a su sufrimiento, a su destino final.
“El
hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno. Y el malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo. Porque de la abundancia de su corazón habla su boca”. Lucas 6, 45.
Conclusión
A los que van a dedicarse al ejercicio de la
Medicina el Dios Esculapio les pregunta:
“¿Quieres ser médico, hijo mío? Aspiración es ésta
de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia. ¿Has pensado bien en lo
que ha de ser tu vida?”
Ser médico, pues, en su más exacta dimensión, para
alcanzar el soñado ideal de la excelencia, implica la posesión de las dos
condiciones señaladas por el Dios de la medicina. En primer lugar, ser
depositario de “un alma generosa” con acciones en correspondencia con la
competencia moral de un médico bueno, un médico virtuoso en el recto sentido
aristotélico y cristiano. Y en segundo término tener un “espíritu ávido de
ciencia” en correspondencia con aptitudes de la más exigente competencia profesional
en el arte, la ciencia y la tecnología médica.
En suma, para lograr el objetivo de un ser médico
excelente no basta, solo, con desarrollar las aptitudes de un buen médico es
necesario, de igual manera, poseer las actitudes de un médico bueno.
Que a imitación del Dios humanado que sana y que
salva nosotros, médicos instrumentos de su milagroso poder, sepamos cumplir con
abnegación y entrega el llamado grandioso del servicio al prójimo, en los
enfermos.
Barranquilla septiembre 14 de 2023.
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