EN EL MES DE LAS MADRES

EN EL MES DE LAS MADRES

Introducción

La palabra mayo deriva de Maia, mitología griega, o Maya, mitología romana, conocida también como Bona Dea, cuyo festival los romanos celebraban en este mes que llamaban Maius. En la mitología griega Maia es la "pequeña madre", la mayor de las Pléyades, las siete hijas de Atlas y Plione, consideradas las diosas de la montaña.

 Los romanos consideraban a Maia la diosa de la primavera, razón por la que nuestro quinto mes se denomina «mayo». Maia era la más hermosa de todas.

Es el mes de mayo, entre nosotros, una época muy especial. Después de la temporada decembrina es el más alegre y festivo del año. En sus días, uno tras otro, se amontonan celebraciones y fiestas que de alguna manera a todos compromete.

El mes de las flores, el mes de la virgen María, de la virgen de Fátima; el mes de la madre, del maestro, de la enfermera, del veterinario, de la Cruz Roja, el día universal del trabajo más sinnúmero de festejos por motivos comerciales, culturales, religiosos y sociales; que con razón o sin ella, queramos o no; penetran la intimidad personal y familiar afectando nuestra agitada agenda existencial. En Colombia por ejemplo se celebran en el quinto mes del año, entre otros El Festival de la Leyenda Vallenata. Valledupar, Festival Nacional de la Trova. Ginebra, Valle del Cauca, Fiestas de San Isidro Labrador. Patrono de los agricultores, Festival del Café. Calarcá Quindío., Fiestas de la Ascensión del Señor, Festival de la Cosecha. Paipa, Boyacá, Fiesta de la Santa Cruz, Mompox Bolívar.

Día de la madre

Sin embargo, en medio de esta programación festiva lo que más conmueve nuestros sentimientos y deja arrastrar por la asfixiante oleada de consumismo que padecemos, es el día dedicado a la madre, el segundo domingo de mayo.

Es muy trillado el argumento, para querer queriendo y sacarle con algo de ostentación el cuerpo al parecer general, afirmar que día de la madre son todos los días del año. Y así es.

Si somos sinceros, con el debido respeto a las opiniones y creencias particulares de cada uno, el alto que hacemos para homenajear a la madre es oportuno, dignificante y bien merecido.

Podríamos pensar que cuanto hay que manifestar con relación a la mujer que nos dio la vida está escrito; expresa­do ya por artistas y poetas en muy distintas formas.

No podemos desconocer que para significar lo que la mujer en su función materna encarna habrá siempre una palabra nueva, un sentimiento especial, un afecto siempre en renovación; vivencias todas impregnadas de un mismo e infinito amor por ella.  Por diferente que sea la manifestación emplea­da, no habrá reparo para aceptar que será expresión de una voz sincera y agradecida, muestra de un reconocimiento que rinde tributo filial de admiración y cariño a la autora de nuestros días.

Hogar, dulce Hogar.

 Es doloroso señalar una circunstancia que a todos involucra, la palpamos con nostalgia. La ausencia cada vez mayor de la vida del hogar, del hogar dulce hogar. Allí donde, precisamente, la mujer como esposa, compañera y sobre todo como Madre es reina y señora. Da sentido con su entrega generosa e incondicional, acción tierna y ejemplar al principal y legítimo núcleo de la sociedad: la familia. El libro de los proverbios la exalta cuando señala que «Abre su boca con sabiduría, y la enseñanza de la bondad está en su lengua. Vigila los caminos de su casa y no come el pan de perezosas». Proverbios 31:26-27

¿Será que el ejemplo recibido de padres y abuelos, de nuestros antepasados con 30, 40, 50 y más años de vida en pareja, de unión matrimonial con todo lo que esta tradición vale y significa como modelo, para vivir en cordial y comprensiva convivencia, pasarán desapercibidos a la posteridad?

¿Seremos las generaciones actuales, inferiores a las enseñanzas, al legado recibido por nuestros mayores?

Es Indudable, en medida que se pierde la influencia hogareña nos desligamos también, vamos desdibujando la imagen de la mujer ideal, del ser querido que más y notable influencia debe ejercer sobre nuestra personalidad. Y es aquí donde otros "actores", con objetivo innoble, lejanos al paradigma matriarcal, como factores extraños, ajenos a la heredad familiar, cambian lo mejor de su rica herencia moral.

Las consecuencias funestas de este desajuste no pasarán en vano y serán los niños y jóvenes quienes su­frirán los estragos lamentables de este fenómeno con el distanciamiento, que ya hoy con tristeza vivimos, de muchos hijos indolentes, indiferentes, apáticos a la suerte de sus padres.

Tenemos que volver los ojos con fe, profundo respeto, inmensa gratitud y sincero afecto hacia el ser asombroso que cumple el milagro prodigioso de darnos la vida.

Solo la mujer - madre con su callado padecer, lucha constante, suave carácter, reciedumbre de espíritu y amoroso poder puede rehabilitar el puesto de ho­nor que debe ocupar el amable y soñado hogar entre nosotros.

Las tendencias sociales, políticas y, sobre todo, científicas de la época que tratan de menospreciar el invaluable papel de la mujer como madre nos obligan, hoy más que nunca, a reivindicar el milagro incomparable, de la congénere natural del hombre, la mujer: ser mimado de la creación, depositario único de la vida, de dar la vida y parir al fruto entrañable, razón de ser de nuestra unión como pareja: los hijos.

Al fin de cuentas, todos somos hijos de una madre; por lo menos hasta ahora.

¿Cómo será el mundo del futuro, cuando en base a los avances de la ciencia y la tecnología, los hombres y mujeres que pueblen la tierra nazcan como resultado de maniobras reproductivas contrarias a la natural maternidad, a la prodigiosa y bendita gestación de la mujer?

Con esta breve reflexión invito a afianzar la admiración por la mujer, por las mujeres que a pesar de los signos ambiguos de los tiempos que vivimos se han atrevido a ser madres, aspiran a ser madres y siguen siendo madres: comprensivas, consagradas, luchadoras, siempre vigilantes y atentas al fruto de sus entrañas y a la vigencia del hogar, bendito hogar.

Barranquilla mayo 3 de 2024

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