HACE UN MES.. TODO QUEDÓ AHÍ
HACE UN MES... TODO QUEDÓ AHÍ
Recelo tenia de adquirir un auto nuevo, sin embargo, en mayo lo compré, presente que ella bien merecía, para el día de la madre. El celular que en junio regalé, para su cumpleaños, ahí quedó, con solo tres meses de uso. La nueva máquina de coser, que tanto añoraba, no la alcanzó a estrenar, en su caja de madera, aun, permanece guardada.
Y, así, todo quedo ahí hace un mes. Nada se llevó de sus
vestidos, zapatos, bolsos, perfumes y pashminas. Todo de marca, vanidosa que
era. Bien puesta le gustaba andar. Las maticas de cebolla y jengibre de la
cocina, la uva playa del balcón y el coco que en un recodo de la sala está,
que con celo todos los días regaba, al levantar. Sus floreros, acostumbrados
a lucir heliconias, rosas y orquídeas en la sala principal y sala de estar.
Madejas de hilos, lanas, sedas y cuanto utilizaba en sus bordados
y tejidos, muchos sin terminar, ocupan anaqueles, gavetas y closets. El laborioso
mantel blanco que elaboraba con tanta dedicación y entusiasmo para Regina,
concluir no pudo. Sus particulares adornos de porcelana y Lladró que rebuscaba
en las galerías de arte cuando viajaba al exterior. Los oleos de su hija Mónica
que cuelgan multicolores en las paredes blancas del apartamento y que ufana
mostraba a cuantos visitaban. “Tu exposición permanente de pintura”, le decía.
Los variados relojes que adornan lo alto del marco de
cada puerta, como en la poesía de García Lorca, se pararon, en señal de duelo,
a las 5 de la tarde del día 9 del noveno mes del año, la misma hora de su
funeral.
Joyas ni prendas dejó cuando los bandidos, al penetrar en la vieja y hermosa casona de la 85, hace 10 años, se las robaron. Solo para los nietos, complacida, volvió a comprar con el club que en la Joyería Moderna todas las semanas pagaba.
Ahí están la mecedora y la camándula colgando, sobre el busto de la Virgen, en que todas las mañanas se recogía, piadosa, a rezar el santo rosario por las intenciones de su gente querida y otras más.
La casa se siente vacía, solitaria, si ella no está. Falta
su encantadora presencia, dulce voz, tenue risa, maternales regaños, el suave tararear
de las canciones de Demi Roussus en las que se embelesaba. Helena lo llenaba
todo. Era mi amoroso sostén, mi afectuoso refugio. Mi razón de ser.
El tinto de la mañana ya no me sabe a gloria, sin el
buqué particular, delicioso, que ella le imprimía. Si la busco para contarle mis
cuitas o el sueño que tuve, la noche anterior, con Lucia, con Diego o con
Antonia un nudo se me forma en la garganta sin la reconfortante alegría de
poder compartirlo y celebrar juntos. Gran conversadora, se volvió ya
septuagenaria; deslumbraba con sus historias, anécdotas y cuentos, con su
impresionante memoria.
En Samoa, la tienda Club Bordillo de los Altos de Riomar,
a donde pernoctábamos a comprar cilantros y limones y de ñapa una Stella Artois
degustar; las ariscas palomas no revolotean, encaramadas y tristes en el alto ramaje
del frondoso almendro que nos cobijaba con su sombra.
Si asomo a lo alto del balcón veo pasar los barcos que van y vienen por el caudaloso Magdalena, sin la viva emoción que a su lado sentía, el
paisaje marino del intenso azul caribe se tornó en grisoso manto fúnebre.
Ahora experimento la amarga sensación de que cuanto hay en
el apartamento sobra, si Helena no está, no tienen ningún sentido. Helena
Yamile era mi alter ego, mi motor, mi vida. Tengo la terrible impresión de que
mi hogar se derrumba a pedazos en medio de la soledad que me consume, del injusto
silencio que tintinea en todos los rincones.
Espero, tengo fe, que la congoja que a mi alma atormenta
pase pronto, se apague con el correr de los días bajo el impulso permanente de
su vivificante recuerdo que nunca ha de acabar.
“El tiempo lo arregla todo”, es estribillo que acostumbro
a utilizar para calmar el ánimo de los que a mí se acercan abatidos en busca de
consuelo, de un sabio consejo. Ahora me toca aplicarlo, a mí mismo, en la
coyuntura dolorosa que padezco cuando el gran amor de mi vida ha partido al encuentro glorioso con el padre celestial.
Porque la vida sigue y el mejor homenaje que puedo rendirle
es continuar la dinámica que, solicita, imprimía a la existencia, la suya y la mía. En casa, mandaba, ordenaba y disponía, como una
autentica líder. De mi parte complaciente, se hacía lo que ella quería. Bueno, estético
y exquisito gusto que tenía para todo.
Son muchas las enseñanzas que recibí de esta gran
maestra, formada en la escuela de la vida, que predicaba la seriedad, el orden
y la disciplina.
Nos deja una
estela de honradez, de honestidad, de lealtad y sobre todo de servicio a los demás
con suma bondad, sin esperar nada a cambio. Son innumerables las personas que
recibieron el beneficio de su corazón desprendido, de su alma generosa, con la
sabiduría y templanza suficientes para hacer caso omiso a las ingratitudes. Callada,
practicante de las obras de misericordia, sacrificaba sus gastos personales
para resolver afugias económicas de familiares, amigos y personas, sin ningún vínculo,
que solicitaban su espontanea colaboración. Tan callada, que en la mayoría de
las ocasiones yo ni cuenta me daba.
Porque
nada trajimos a este mundo y nada podemos llevarnos, vestida de blanco, y nada más,
partió Helena Yamile en su angelical viaje hacia el reino de los justos, al
reino de los bienaventurados limpios de corazón, que gozosos pueden ver a Dios.
Quedan
sus sacrosantas cenizas para recordarnos que, igual a ella, nosotros también
seremos polvo, del mismo barro de que estamos hechos todos los humanos, para
invitarnos a seguir su ejemplo de vida. El ejemplo de la mujer admirable y
buena que permanecerá por siempre viva, con su bendito recuerdo, en nuestros
corazones agradecidos.
El
tiempo pasa y en cada segundo palpita en mi corazón el dolor de su partida.
En
cada segundo mi alma suspira por el amor que me dio. Mientras, yo sigo mi
camino, con el intimo consuelo de que la amé, la amo y siempre la amaré.
Amor
mío
Eres,
aunque ausente, amorosa presencia
Que
darás ánimo al dolor de mi callada soledad
A
mi perpetuo sufrir, ahora que conmigo no estás.
ya
no seré el mismo de antes, en mi agitado pensamiento,
y en mi insaciable existir, si tú por siempre te
marchaste.
Quedo
añorando la romanza vespertina
de
tus besos, tus caricias y tu candor,
de
vago por las tardes, frente al mar azul
sin
tu vital aliento que buscaré
en
una estrella o en una flor.
Visalia, CA, USA, octubre 7 de 2025
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