No. 66. LINEA MORTAL
LINEA MORTAL AL LÍMITE
El año pasado, 27 años después, los
actores Ellen Page, Diego Luna, Nina Dobrev, Kieffer Sutherland y James Norton,
bajo la dirección de Niels Arden Oplev, vuelven sobre la película Línea Mortal, filmada en 1990 en la ciudad de
Chicago y nominada al premio Óscar en la categoría de mejor efecto de edición.
Esta vez, 2017, en una especie de
reimaginación cinematográfica es producida en la ciudad de Toronto, con mejores
recursos tecnológicos y el título de Línea
Mortal al Límite. Solo Kieffer Sutherland es repitente del grupo de
artistas que intervinieron en 1990: Julia Roberts, Kevin Bacon, William Baldwin
y Oliver Platt, al mando de Joel Schumacher.
La trama es la misma. Solo que el
punto de partida de la reciente edición lleva a unos inquietos estudiantes de
medicina, tras la muerte de la hermana de una de sus compañeras, en un
accidente de tránsito, a la osada aventura de averiguar qué hay más allá de la
muerte.
A continuación, me permito transcribir
el texto que escribiera en 1998, publicado en mi libro “Crónicas Ético Médicas”[i],
de reflexión a la película original. Dado el interés que suscita su temática, siempre
actual, especialmente, en los círculos médicos.
UN JUEGUITO CON EL MÁS ALLÁ
Comentario a la película "Linea Mortal"
Comentario a la película "Linea Mortal"
Nelson Wright es un intrépido
muchacho, estudiante de medicina, interpretado en forma espectacular, en esta
película por Kieffer Sutherland, que vive inquieta y permanente obsesión por
saber lo que hay más allá del incógnito mundo de la muerte. Curiosidad nacida
de su íntima y sufrida convivencia con enfermos moribundos o en fase terminal.
Preocupación personal que no ha
logrado encontrar respuestas convincentes ni en la filosofía ni en la religión,
no obstante, su insistente investigación y estudio tanto de la una como de la otra. Considera, optimista, resolver su metafísica confusión
embarcándose, con loca pasión, en una arriesgada aventura médico científica de
descubrimiento.
La trama de esta cinta, producida por
Michael Douglas, en su trayectoria de suspenso y emoción, podría parecer, a
ignaros a la diaria rutina de los hospitales, como de ciencia ficción. Una
fantasía.
En realidad, casi todas las riesgosas maniobras que allí se ven
corresponde a la regular e intensa faena clínica que tiene lugar en quirófanos
y unidades de cuidado intensivo de cualquier institución que brinde un nivel terciario
de atención de salud.
Nelson, líder del grupo, logra
conformar para la realización de su experimento un osado equipo de “compañeros
con agallas” en el que sobresale la extraordinaria belleza y sensualidad de
Julia Roberts, personificando a Raquel, más tres locos e impacientes
estudiantes de medicina de ultimo año (internos). Kevin Bacon, William Baldwing
y Oliver Platt, bajo la magistral dirección de Joel Schumacker.
La tarea de convencer a sus incrédulos
colegas, para llevar a cabo la investigación, no fue nada fácil. Es Nelson,
gestor e impulsador de la iniciativa, el que primero se lanza a la peligrosa
experiencia en medio de un ambiente con todo el rigor científico,
tecnológicamente bien preparado; en sumo reservado, además de sombrío y
misterioso. En el lugar más apartado del sótano del hospital.
Mediante la suave y temblorosa
administración de Pentotal (Tiopental sódico), potente depresor
cardiorrespiratorio y oxido nitroso, gas anestésico que, inicialmente, “los
haría reír”, por esta razón llamado “gas hilarante”, consiguen llegar a la
muerte clínica: su preconcebido y ambicioso objetivo.
El drama que sigue es desesperante,
intenso. Los segundos parecen eternidades, para cada uno de los actores, con un papel especifico
asignado, según protocolo, que se debe cumplir sin titubeos. El encargado de la
videograbadora recoge, minuciosamente, los detalles del ensayo. Cuando el
trazado electrocardiográfico se horizontaliza arranca el apresurado, altisonante
conteo en que todos angustiados gritan sin control.
Son conscientes, dada su fortaleza
física, por su vigorosa juventud, no pueden pasar de cinco minutos en paro cardiorrespiratorio;
para no volver de nuevo a la vida hechos unos vegetales o terminar con muerte
cerebral.
Así, uno tras otro, con un espectro
distinto, peculiar a la idiosincrasia particular del protagonista, van
cumpliendo su enigmática cita; la apuesta o la broma con la muerte. Temerario
jueguito en que pretenden, a la postre, demostrar su callado interés de
figuración como super héroes; no tanto, la de serios y exitosos investigadores
médicos.
Rachel, al fin mujer, haciendo alarde
de una garra, de un coraje sin igual, por propia determinación, se la juega por
un tiempo mayor. Se lleva por delante a sus demás rivales cuando permanece
durante cuatro minutos y cuarenta segundos en el silencioso y justiciero mundo
del más allá. Sus compañeros “murieron” apenas tres minutos, el que mayor
tiempo duró.
La ficción científica tiene cabida cuando
se da por supuesta la muerte absoluta, el paso a otra vida de manera calculada.
En la escena que muestra la película lo que se da es una muerte clínica,
aparente, que respondió a las maniobras de reanimación. La muerte clínica verdadera
por paro cardiorrespiratorio es irreversible. La reanimación no da resultado.
La actitud individual ante el destino final,
la espeluznante visión que experimentan tras la prueba, los intérpretes de la película,
permite un argumento interesante para una reflexión con un severo contenido
autocrítico. Una profunda reflexión ética a médicos y profesionales de la salud
en general, que, a pesar de todo, no nos acostumbramos a la realidad e inminencia
de la muerte.
Siempre nos preocupa, nos duele, abate
nuestro ánimo, no obstante, la tranquilidad de conciencia por haber hecho las
cosas bien, el desenlace fatal de nuestros pacientes. Aun cuando, injustamente,
sin fundamentos serios, nos califiquen, tantas veces, de insensibles,
negligentes e indolentes.
El gran descubrimiento, lo que
alcanzan a vislumbrar, los perspicaces personajes de “Línea Mortal” en su audaz
experimento, es nada menos que un tormentoso reencuentro con su pasado. No el
que ellos, con gran optimismo, esperaban de paz, alegría y felicidad, sino, una
inmensa tenaz pesadilla. La que sembraron en sus años primeros de infancia y
juventud a través de una existencia pecaminosa, caracterizada por oscuros sentimientos
de maldad y odio. Pasan por sus mentes, tras la atrevida apuesta con la muerte:
imágenes terroríficas, fantasmagóricas, de seres indefensos y queridos,
recordándoles, adoloridos, el daño, el sufrimiento que, de ellos, sin piedad
recibieron.
Al regresar, nuevamente a la vida,
terminada la experiencia, constatan que su presente ya no es el mismo de antes.
Se sienten angustiados, atemorizados, sus días postmorten transcurren bajo la
amenaza de la niña morena y maltrecha, ahora con aspecto embrujado, que David ridiculizó,
humilló en lo juegos y recreos del colegio. O del padre sacrificado por Raquel que,
prematuramente, llevó a la tumba con su constante irrespeto e insolencia.
Aparecen, interminables, las muchas y
coquetas mujeres, cual terribles duendes, que Oliver degustó, sin control, con
la voracidad irreprimible de sus apetencias sexuales.
La persecución inclemente de multitud
de seres insultantes, endemoniados, de ultratumba, lleva necesariamente a los
vanidosos y soberbios científicos, comandados por Nelson, a la búsqueda desesperada
de la reconciliación y el perdón. Su procaz escepticismo contra la filosofía y
contra la religión queda sepultado en la desesperada, arrepentida súplica de
David cuando grita: “Lo lamento Dios, lo
lamento, por habernos inmiscuido en tu bendito territorio, en terrenos que solo
son tuyos”.
Una interpretación religiosa
fundamentada en la escatología de la religión católica que nos pone de presente
cómo los protagonistas del drama van el infierno o viven un infierno mientras
permanecen muertos y aun después. Con la suerte de que regresan y pueden pedir perdón
por sus pecados. La rogativa de David busca el auxilio de un Dios castigador,
totalmente antagónico al Dios salvador que propugna la doctrina cristiana.
Aparte la ficción científica y la
discutible fundamentación religiosa la edificante lección que contiene esta producción
cinematográfica, muestra sin exageración alguna, la vana pretensión humana que,
mediante los prodigiosos avances de la ciencia y la tecnología, pretende
encontrar respuesta a todo.
En afán irreverente, prepotente,
sustentado en un racionalismo extremo, creemos tener resuelto y con que
suficiencia los grandes dilemas que giran alrededor del infinito misterio que
encierran los polos existenciales de la vida. Basta con asomarnos a cualquier
seminario o simposio sobre el aborto y la eutanasia, tan frecuentes en nuestros
días, para comprobarlo.
Cuando nos detenemos a meditar sobre
la muerte, parece paradójico, estamos haciendo tácita reflexión sobre la vida,
exactamente, sobre el verdadero rumbo que debemos dar a nuestra existencia.
Y a la primera conclusión que llegamos es sobre el carácter fugaz de la tan
deseada felicidad.
La evidencia de cada día muestra que son
efímeros los instantes de gozo y placer contra los largos, penosos momentos de tristeza
y sufrimiento. Pareciera que la vida fuera injusta. No hay proporción entre las
penas y las dichas.
La muerte es realidad, que enfrenta al
hombre con sus circunstancias actuales y expectativas futuras. Ante la cual
asumimos consciente o inconscientemente un comportamiento escurridizo, de negación,
haciéndonos los desentendidos, tratando de desconocer que es condición inherente
a la naturaleza humana. “Lo natural es la
muerte, el milagro está en la vida”.
El intrínseco deseo de inmortalidad,
de permanecer siempre, mecanismo de supervivencia ante la impotencia que
produce el hecho de tener que morir, nos puede llevar, si no estamos preparados
para ello, a la desesperación, a la angustia, a un enfrentamiento con nosotros
mismos, con la ciencia, con la sociedad y hasta con Dios. Tal sucede en la crisis existencial que
conlleva la enfermedad, el estar enfermo.
Tengo certeza de que la hermosa
enseñanza de humildad, perdón y reconciliación que deja Línea Mortal incumbe a todos.
Invita a pensar con seriedad, con mucho
juicio en el verdadero sentido que debemos dar a nuestra agitada agenda
personal, para el logro, en la vida de ahora y en la que, por lo visto, sigue después,
de la definitiva, de la verdadera paz, tan esquiva a nosotros y a los doctores
del film que nos ocupa.
Se trata, más bien, de buscar los
medios para vivir cada día lo mejor que nos sea posible, felices y tranquilos. Aceptando
con San Francisco de Asís que “En el crepúsculo
de la vida nos juzgarán en el amor”
Barranquilla agosto 22 de 2018
Teobaldo Coronado Hurtado
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