1969 MI INTERNADO ROTATORIO


1969
MI INTERNADO ROTATORIO
Calle del Torno. Entrada del Hospital Santa Clara. Frente a la puerta y sus faroles Casa donde viví, de estudiante,  durante 5 años.

INTRODUCIÓN. Eran las siete de la noche, del día primero de enero de 1969, cuando, todo de blanco vestido, daba inicio a mi gratísima, orgullosa travesía por la profesión médica. En la emergencia del antiguo Hospital Santa Clara, hoy convertido en hotel, de la ciudad de Cartagena, fui asignado, de arrancada, para cumplir el primer turno, de mi cincuentenaria carrera profesional:   médico interno por cirugía.  Y como no recordar el impacto que me produjo, dada mi novatada, en aquella ocasión, el macabro descabezado, en estado de descomposición, que trajeron desde el puente de Gambote y la paciente que murió por una reacción anafiláctica a la buscapina.

INTERNADO ROTATORIO. El interno, académicamente, es considerado alumno de ultimo año. Desde el punto de vista laboral forma parte, ya, del teamwork hospitalario. Es el primer eslabón de una jerarquía que llega hasta el director científico de la institución de salud, pasando por residente, profesor en sus diferentes categorías y jefe de departamento.
El tiempo de “internado rotatorio”, así se denominaba este periodo de práctica, final del pregrado, ha sido el año más feliz entre mis más de siete décadas de existencia.
Dejar de sentirse estudiante y considerarse y ser tratado como médico en ejercicio produce una sensación única, indescriptible. La cercanía oficiosa al sueño de ser un discípulo de Hipócrates te lleva al culmen de la dicha, de la felicidad. Lo que experimentas en estos doce intensos meses de ajetreo hospitalario me atrevería a igualarlo, en conocimiento adquirido, a todo lo aprendido durante el tiempo curricular de estudiante. Estas en lo tuyo. Te aprecias realizado.

Son varias las circunstancias que hacen del internado una época especial.
1.   Imagino, la denominación de Interno, proviene del hecho de vivir en el hospital, el hospital es tu casa. Se cumple en este templo de la sanación algo que forma parte de tu vocación médica, la vocación hospitalaria. El hospital, ya sea el de tu propia escuela u otro cualquiera, deja huella, de manera definitiva, en tu futuro talante como médico.

2.   Logras algún grado de autonomía en la práctica clínica, que no tenias cuando estudiante. Autonomía que alcanza mayor rango si tienes la suerte de asistir a un hospital público. Son mayores las limitaciones, en este sentido, en las clínicas privadas.
Esta autonomía, con la consiguiente supervisión de tus profesores, te permiten adquirir destrezas y habilidades útiles para enfrentar, más adelante, la actividad profesional bajo tu propia responsabilidad.

3.   Formar parte del equipo médico trae consigo mayor autoestima profesional. El colegaje que se da con el resto de sus integrantes se traduce, además, en una estrecha vinculación afectiva, personal, con tus superiores. Que puede redundar de manera positiva para tus proyectos una vez te gradúes. De allí la importancia de realizar el internado en un hospital bien acreditado, de profesionales altamente calificados. “Este equipo de trabajo por conocer y cumplir sus obligaciones tiene fiel observancia del reglamento del hospital, con una precisión del ámbito de sus funciones dentro de un orden jerárquico establecido. Integrados, además, en la diaria faena como compañeros, conviven en sincera y cordial amistad participando solidariamente de sus alegrías como también de sus frustraciones en franco reconocimiento de sus cualidades y defectos, conscientes del valor de la misión que a cada uno corresponde”.[i]

EL HOSPITAL SANTA CLARA. Desde que inicias las clases de anatomía en el anfiteatro, segundo año, hasta culminar la carrera se convertía, uno, en ostentoso morador del Santa Clara. Regocijo que se acrecentaba residiendo como interno o residente, unas de sus habitaciones en lo alto de su edificación, sobre la capilla, que da a la calle del Curato.   Si, ciertamente, es un orgullo que perdura hasta nuestros días cuando este antiguo convento de las monjas clarisas, fundado en 1608, más que el mismo claustro de San Agustín, donde funciona el edificio de la Universidad, es hospital insignia de una época, de lo que algunos historiadores consideran época dorada de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena por la pléyade de ilustres galenos que en sus pabellones se formaron.  “De sus paredes blancas y verdosas, por el sudor de los siglos, se escucha el eco de voces apagadas de los antiguos maestros que enseñaron una medicina clásica, honesta, pura, extraída con los dedos, los ojos, la nariz, la intuición, la experiencia en enfermos; sin mas instrumentos que la inteligencia, la constancia, la clínica, la observancia en las reglas morales.”[ii]

Creo, fui el único barranquillero, de mi promoción que decidió quedarse a realizar su internado en la ciudad heroica con una bonificación de $800 mensual. Un montón de plata, para mí, que no se consideraba salario por carecer el interno estatus laboral.  

En el Santa Clara tuve oportunidad de hacer las rotaciones de medicina interna y cirugía. Obstetricia y Ginecología en la Maternidad Rafael Calvo. Pediatría en la Casa del Niño. Y una rotación extramural en el Hospital Monte Carmelo del Carmen de Bolívar.

Quisiera recordar, con sincero sentimiento de gratitud y afecto, algunos nombres de Directivos profesores y residentes de las distintas especialidades que marcaron con sus enseñanzas, consejos y amistad mi inolvidable paso por el internado.

Decano. Abel Dueñas Padrón

Director Hospital Santa Clara. Clímaco Silva

Medicina Interna.  Isaías Bermúdez Carriazo (jefe). Alberto Carmona, Hernando Castellón, Rafael Betancourt, Elías Ramon Macías, Ramon Paz Franco.
Residentes. Manuel Gonzales Herazo, Orlando Puello, Rubén Bonfante, Luis Acosta.

Cirugía. Francisco Obregón Jaraba (jefe), Carlos Barrios Angulo, Belisario Solana, Adolfo Pareja Jiménez, Luis Carlos Seba Obregón, Horacio Zabaleta Jaspe.
Residentes. Armando Pomares, Guillermo De los Ríos, Elías Navarro, Efraín Gaines Acuña.

Ginecología y Obstetricia. Boris Calvo Del Rio (jefe), Jorge Milanes, Gerardo Chadid, Anibal Perna Maceo, Antonio Soto Yances (secretario de la facultad de medicina)
Residentes.  Francisco Edna Ahumedo, Benjamín Blanco, Betty Vimos Cucalon, Vespasiano Zapata

Pediatría. Edwin Juliao (jefe), Mariano Rocas Rivas, Oscar Guardo, Jaime Truco, Orlando Bustillo,
Residentes. José Salgado, Fajid Atía, Francisco Altamar, Jaime Pombo

Urología. Eusebio Vargas Vélez, Alfredo Macià Santoya
      Residentes. Nelson Correa, Cristian González Valero

Ortopedia. Juan Burgos Arteaga, Antonio Ortega, Pedro Pereira
       Residente. Jaime Valiente

Radiología. Israel Senior Guerrero
       Residente. Antonio Visbal

Psiquiatría. Francisco Haydar Ordage
Residente. Mincho Ghisays.

Anestesiología. Horacio Caballero (jefe), Hubert Mieles, Lelismo Frrari.


Patología. Olegario Barboza

Hospital Monte Carmelo. Lidio García, Alfredo Bray Taboada, Enrique Berrio, Rafael Hernández Romero.

Dos personajes que, no puedo dejar de mencionar en estas reminiscencias, hicieron placentera mi estancia en el Santa Clara fueron el Cura Rubén Castro, capellán del Hospital, simpático compañero de tertulias y parrandas luego de la jornada y el enfermero de urgencias Pablito. “Doctor llego una apendicitis.  Doctor ahí tiene un paciente con un edema pulmonar”, era la forma como comunicaba lo que el paciente tenía. Con diagnóstico y todo. Rara vez, Pablito, no acertaba. Era, por su vasta experiencia, un sabio médico sin título.

Pues sí, en este año se cumplen mis bodas de oro profesionales, exactamente el 19 de diciembre día en que la Universidad de Cartagena me concedió el titulo de Doctor en Medicina. Ser médico, es lo máximo que me ha podido pasar en la vida. Bendito sea Dios.
Homenaje de Laboratorios Carlo Erba a la Promoción 1969 de médicos de la Universidad de Cartagena en el Club de Pesca.








[i] Coronado Hurtado T, 2003, Crónicas Ético Médicas, Editorial Antillas, Barranquilla, p. 116

[ii] Zabaleta Jaspe H, 1973, Réquiem por un Viejo Hospital, Ediciones tercer mundo, Bogotá, p.59

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