No. 87. NUPCIAS EN CARNAVAL
NUPCIAS EN CARNAVAL
Don Paco, un bacán modelo 42, a estas alturas de
su vida se “patonea”, todavía, campante
y jacarandoso la Guacherna, Batalla de Flores y Gran Parada junto a la
muchachada del Garabato del Norte.
Viejo carnavalero, me cuenta, fue testigo, cuando niño, década de los 50, del matrimonio de Juan Parranda y
Beatriz Derroche, una dupla embelequera del Barrio Boston. Se casaron en pleno
relajo de la Batalla de Flores, en el atrio de la iglesia del Perpetuo Socorro,
cuando este evento hacia su recorrido desde el Estadio Municipal, Romelio Martínez,
bajando por la avenida Olaya Herrera hasta el Paseo Bolívar.
En casa de esta bulliciosa pareja, refiere
Pachito como le llaman sus amigos más cercanos, había celebración casi todos
los días, por cualquier motivo. La enfermedad, el sufrimiento y el dolor no
tenían cabida. “La madre el que se
enferme”, era consigna familiar. Si no había un motivo especial, para la
rumba, se buscaba cualquier pretexto entre parientes y amigos circunvecinos.
Para
celebrar los agasajos, en su acogedora y alcahueta casona, todo estaba
dispuesto. Frondoso palo de níspero en medio del patio, por la pachanguera
sombra que dispensaba a su alrededor, servía de comedor para el infaltable sancocho
de guandú con carne salá o de mondongo con pata de vaca. Indispensables aportes
nutritivos para el aguante del cuerpo y mantener el temple sabrosón.
En tiempos que la ley Emiliani todavía no
había establecido los lunes festivos compensatorios, las francachelas se
prolongaban hasta este día con el rebuscado subterfugio de: “En lunes de zapatero el jolgorio es lo
primero”.
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Monseñor Pedro María Revollo, Camarlengo del Papa
Pio XII, un cura nacido en Ciénega, con bastante arraigo en Barranquilla y la
costa caribe, con más poder que el Obispo Jesús Antonio Castro Becerra, se
prestó para darles la bendición nupcial en medio de la ronda que montaron
integrantes de la cumbiamba “Guepa je”, en la que ellos eran capitán y capitana
respectivamente. En vez de arroz, sobre los novios e invitados, cayeron inclementes cintas, papelitos multicolores y maíz blanco en polvo.
El consabido vals Danubio Azul, típico para
bailar, en esta ceremonia, sucumbió ante el quejido bullicioso de la flauta y
retumbar de tambores que entonaban guapachosa cumbia al grito de ¡upa,
upa, guepa, guepa, guepa je! El padre Revollo, mientras tanto, concluida la
función religiosa, por debajero, se colaba uno que otro Gordolobo con limón y
levantaba los brazos, eufórico y complaciente, confundido entre los ebrios
danzarines. ¡Costeño tenía que ser!
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La Guepa
Je con la “Agua Pa Mi” eran cumbias que pugnaban, casi siempre, en aquellos tiempos,
las finales para elegir la mejor. Así como el Congo Grande y el Torito
contendían entre el grupo de danzas grandes, donde además emulaban: El Congo
Reformado, La Burra Mocha y El Garabato. Danzas menores se consideraban: el
paloteo, los gallinazos, los diablos arlequines etc.
En las danzas grandes el rol femenino lo
protagonizaban maricas disfrazados de mujer, emparapetados entre los tambores
del conjunto musical que las animaba. Recuerda,
Paco, cómo uno de los estribillos que cantaban decía:
“El marica se
conoce por el modo e` camina…el marica se conoce por el modo e` camina…que viva
la Burra Mocha, que viva el pantalón amarillo, que viva la camisa morá, que
viva el carnaval”.
Eran
simplemente maricas. Todavía los homosexuales no habían alcanzado el estatus
gay que, libérrimos, ostentan hoy en día.
Otro desfile que se realizaba, además de la
batalla de flores, era el de La Conquista,
martes de carnaval, a lo largo del paseo Bolívar, dedicado al entierro de
Joselito. No había más.
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Juan y Beatriz se habían conocido en verbenas precarnaval
del baile “Al son que me toquen bailo”;
uno de los tantos que se cumplían - en la arenosa topografía de la ciudad, con
variados nombres - cada año en la
cuadra de su residencia el sábado de carnaval.
Para la época no existían casetas populares como se estila ahora.
Tampoco palcos, silleteros, espuma, ni tanta chabacanería. Grandes bailaderos se ubicaban en el Hotel
del Prado y clubes sociales: Country Club, Club Barranquilla, Club Italiano,
Club Alemán, Club Angloamericano, Unión Española y Adeco. Teatros de cine, en la periferia de
la ciudad, como el Mogador (calle 30), Rex (Centro), Amazonas (Nueva Granada),
Teatro Nuevo (San Felipe), Granada (En Murillo, frente al Cementerio Universal)
eran habilitados como salones de baile sectoriales. La gente joven de los barrios, además,
organizaba bailables en terrazas y patios de su casa que adornaban o disfrazaban
en correspondencia con el nombre que le ponían, por ejemplo: “Una noche bajo
palmeras”, Bailando hasta al amanecer”, “Bajo la luz de la luna”, Embrujo entre
palmeras, etc.
En rondas de cumbia, ensayos nocturnales de martes
y jueves precarnaval, que se llevaban a cabo en alrededores del Estadio Tomas
Arrieta, avenida La María, Juan Parranda y Beatriz Derroche lograron afianzar y
disfrutar amistad más estrecha.
Una noche de viernes precarnaval —ahora le llaman
viernes de reina— se escaparon de sus padres, amigos, vecinos y terminaron
enrumbados en el Salón Mi Quiosquito, Barrio El Valle. La orquesta de Rufo
Garrido acompañado de la voz melodiosa de Nuncira Manchado y el conjunto de
Aníbal Velásquez y sus muchachos animaban la fiesta. Allí formalizaron su
relación amorosa, en firme, prometiéndose amor mutuo para toda la vida. Beatriz
dio el sí, tan esperado a Juancho, que le tenía la perseguidora puesta, en
medio de bacanísima lluvia de confetis, serpentinas y maicena que se esparcía juguetona, entre
bailadores, por la brisa inclemente de un salón Mi Kiosquito sin techo. El
sitio propiedad de un señor Víctor Reyes se convirtió, tiempo después, en
el desaparecido Teatro Virrey. Ahí, en esa esquina, calle 68 con carrera 21,
inició su negocio de fritanga el famoso “Peñita”, que luego trasladó a lo alto
del barrio Ciudad Jardín.
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Esta típica dupla currambera tuvieron dos hijos:
María Piedad primero, luego nació Juan Marcial.
María Piedad se hizo monja de la Presentación y, no obstante su condición religiosa, en el Hospital de Barranquilla, donde vino a
trabajar culminado su noviciado en Medellín - contra viento y marea de sus
superioras - armaba tremendos parrandones, cada vez tenía oportunidad, en
reminiscencia, tal vez, de los que organizaban sus viejos queridos. El 3 de diciembre, día del médico, por ejemplo, contrataba
papayera y millo; con chicharronada y fritos. No había doctor, hábito en mano,
al que no le sandungueara con su baile arrebatao. La estirpe caribe brotaba de
su alma, le corría por la sangre y le llegaba hasta los tuétanos muy por encima
de su rigoroso porte monástico. Tronco seriedad se mandaba terminado el jaleo.
La sala Fátima del Hospital de Caridad como se llamaba en esos tiempos el
Hospital de Barranquilla era epicentro de su diligente y amorosa actividad
asistencial.
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Juan Marcial se fue para Bogotá a la Escuela de
Policía Francisco de Paula Santander. Trasladado a Barranquilla, una vez
culminada la carrera, con grado de teniente, comandaba operativos de control
contra la maicena y el coge...coge propio, de los desfiles carnavaleros.
Imperturbable, haciéndose el de la vista gorda, tenía que soportar oleada
blanquecina de polvo Duryea que caía sobre sus charreteras, proveniente del más
organizado de los desórdenes en paz, y mayor jolgorio que ninguna urbe en
Colombia pueda consentir. De la misma maicena cómplice de sus padres
enamorados, que le dieron la venturosa oportunidad de nacer en esta capital de
la alegría, donde imperaba y todavía prevalece, no la ley de los generales,
sino el mandato exequible del Dios Momo: “Quien
lo vive es quien lo goza”.
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¡Paradojas tiene la vida! doctor Teo, me dice Don
Paco, para concluir: Curramba la bella que históricamente ha sido territorio
estéril para parir hijos con vocación de curas, monjas y militares se dio el
lujo de dar a luz dos de estos especímenes y justo, en el cobijo menos indicado
de la comarca: en la morada de Juan Parranda y su mujer Beatriz Derroche.
Aquí, en esta villa, “Puerta dorada" de Colombia”,
fantasiosa y sandunguera, la más feliz del orbe, todo lo relacionado con el
goce y la sabrosura está permitido. “En
carnaval todo pasa”, con el único fin de vencer a la insidiosa muerte,
salga triunfante la vida y el bien predomine sobre el mal; tras la colorida
alegoría de la Danza del Garabato ícono grandioso de esta fiesta sin igual.
Insuperable. Espectacular.
¡Que viva el carnaval de Barranquilla! ¡Guepa je
¡
¡Arriba Curramba¡¡Carajo!
Barranquilla febrero 4 de 2013
Dr. Teo Coronado
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