EL NIÑO. EL ABUELO


EL NIÑO. EL ABUELO

EL NIÑO. Pensamos, insensatos, que los niños son insensibles, neutrales en la expresión de sus sentimientos; así los imaginamos ante circunstancias penosas como la enfermedad y el sufrimiento o en la situación dolorosa producida por la pérdida definitiva de un ser querido.

Su compostura callada, displicente, tímida o inexpresiva la interpretamos de forma errónea pensando que la tristeza y el abatimiento de los otros no los conmueven.
Sufren callados, inquisidor silencio, dando ejemplo de serenidad y temple, mientras los mayores muestran abatimiento y drama. Actitud contraria a la que asumen para expresar regocijo o satisfacción en donde explota lo lindo de su verdadera personalidad con una risotada dulcemente estruendosa y tierna, tras las piruetas incontenibles de su agitado cuerpecito.

El niño es artista por antonomasia. Su capacidad histriónica se revela en la maestría de sus diabluras, esparcimiento inteligente con otros niños, coqueteo mágico, divertido, que impone a la comunicación con personas de su aprecio.
Es todo un espectáculo el gracioso y colorido show de acróbata y bailarín que despliega cuando se siente centro de todos los que lo ven. 
Sus gestos, carcajadas, palabras y curiosa mirada son cautivantes.
Con la ternura y encanto de sus gestos domina. 
Con una sonora carcajada ilumina el entorno. 
Con chispeante palabrerío manipula obsecuente a sus seguidores. 
Su mirada nos embelesa. Gestos y palabras muchas veces indescifrables, pero, tiranos del sentimiento, del cariño de quienes los reciben. Estas dos expresiones son su gran fortaleza y poder.

Deseable, sería, pudiéramos conservar a lo largo de la existencia el simpático, pulcro e ingenuo talante infantil, que los avatares de la vida adulta nos hacen dejar de lado, con la seguridad de que,  solo así, logramos construir una familia en paz, una sociedad más solidaria y, sobre todo, llegar a ser buenas personas. Lejos del detestable egoísmo, que caracteriza el mundo que vivimos; condición negativa propia del niño, que indudablemente no debemos copiar.

Por su bondad y pureza son los niños la más alta expresión de la humanidad. Del ser bueno que habita en cada uno de nosotros.



EL ABUELO. “Mamá no hay sino una. Papa puede ser un hombre cualquiera”. Dicen, afirma la tradición Wayuu, sobre la cual mantiene, aún en algunas familias distantes de la urbe, su ancestral cultura del matriarcado. La mujer es la que manda.

En nuestra realidad familiar, sin embargo, el abuelo concurre como suma de los dos: Un papá grande impregnado del hechizo primordial de la madre buena. Configura, al mismo tiempo, con nobleza solidaria perfil de hermano y tío. Tal pareciera, así, súper Dios humanado que sobrepasa la divinidad de la Trinidad Cristiana del Padre, Hijo y Espíritu Santo con su sacrosanta personalidad cuadripartita de: madre amorosa, padre protector, amigo fraterno y complaciente tío.

 El abuelo, sin muchos preámbulos, puede llegar a ser, de esta forma, mamá sustituta de su progenitora verdadera: cansada y abatida por los rigores de la crianza o por los menesteres modernos de la mujer de hoy. Padre manso y paciente que sostiene los temblorosos pinínos del bebé o alienta sus confusos pasos juveniles con complaciente alcahuetería. Aliado fraterno que oculta a sus taitas, en ocasiones inclementes, las travesuras propias de su crecimiento e inmadurez. Afectuoso tío tras el popular aforismo: “Del que a Dios no le da hijos, el Diablo le da sobrinos”; comportamiento considerado, por algunos, de mala crianza y que en verdad enuncia adhesión incondicional por el apreciado retoño de los hijos.

Por la gracia asombrosa de la biología los abuelos se duplican, magnánimos, en cada uno de los progenitores para compensar en número de cuatro la inminencia cierta de su fragilidad física, consecuencia lógica de la senescencia; impregnada esta, milagrosamente, de la prodigiosa esencia angelical de la infancia, volver a ser niños otra vez y erigirse en héroes sempiternos, fantásticos, de sus nietos queridos que los consideran, seducidos, similar a ellos.

Es un querer distinto el del gran padre o papá grande, significado etimológico de la palabra abuelo en su origen arameo de Abba. Para los hebreos era una forma cariñosa de encomendarse a Dios Padre como “Papito”. Con su correcto equivalente de grandfather en inglés y grandpere en francés, conjuga el bondadoso talante de las cuatro personalidades que lo adornan para generar un sentimiento único, inigualable e inconmensurable, al amor particular de cada uno. Nada que ver con don Eulogio, el vejete huraño y vengador, atemorizador de su nietecito que nos presenta Vargas llosa en su famoso cuento “El abuelo”, publicado en 1956.
Nunca ha de faltar, aun cuando sea mínimo uno, la figura del abuelo en casa. Bienaventurado el hogar que se da el lujo de tener al cuarteto íntegro, rebosante de alegría y entusiasmo por la vida.

MI ABUELO. Anselmo Coronado, de Sabanalarga-Atlántico, fue el único abuelo que tuve; de línea paterna, me dio ocasión de experimentar la envidiable,  consentida condición de nieto.

Vivo tengo su recuerdo de entrañable anciano, octogenario ya, sonrisa fácil, temperamento apacible y tierno gesto. Asumo la agradable y orgullosa sensación, a estas alturas de mi vida, de guardar gran semejanza física con él, excepto su llamativo mostacho y nívea cabellera. Semejante parecido, también, en el porte fiel de abuelito pechichón, que hoy ostento, fijado en mi subconsciente, desde entonces, por sus influyentes mimos y dóciles complacencias. En sus piernas, sentado en un taburete de cuero, recostado a la pared, dormía plácido con arrullos, canciones y cuentos que contribuyeron, no hay duda, a forjar mi fantasiosa personalidad. Tal vez, fue el primer compañerito amigo que tuve antes de partir al colegio, colaborador inseparable en esta etapa preescolar de descubrimiento de la naturaleza y el universo.

Aliado firme de mi joven mamá daba la vida por ella, la defendía a capa y espada ante el severo carácter del exmilitar y exigente jefe de la casa: su propio hijo. Murió don Anselmo cuando apenas yo rayaba los siete años.
Barranquilla abril 28 de 2012.

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