No. 109. RECONOCIMIENTO MÉDICO


RECONOCIMIENTO MÉDICO

INTRODUCIÓN. Más que por gratitud el ser humano está urgido, una necesidad vital, de reconocimiento. Reconocimiento, entendido, como valoración de lo que es, de lo que representa, de lo que significa como individuo.

La gratitud misma comprende, además, en una dimensión virtuosa, hacer reconocimiento reciproco a la generosidad del otro. Reconocimiento sobre lo que sabe y hace, lo que es y puede llegar a ser en condición de miembro activo de la sociedad.


El reconocimiento es mecanismo de supervivencia dado por el hombre colectivo, como comunidad, para protección y desarrollo pleno del hombre individuo, en busca de una existencia que tenga sentido para los dos. Se procura la realización de una solidaridad en el hombre colectivo y el logro de la dignidad para el hombre en particular. “Consciente de su dignidad y obligado a la solidaridad el ser humano adquiere una autoestima, experimenta un autorreconocimiento que lo impulsa a luchar y defender su vida para sostener su posición de privilegio en el mundo. Mundo que esta llamado a construir y perfeccionar, comenzando por el perfeccionamiento de si mismo”.[i]

Está en juego, a la hora de exaltar virtudes individuales, una sana competencia entre iguales. El reconocimiento equitativo a lo que marca la diferencia unipersonal como valor instrumental de la vida al servicio de una causa noble, primordialmente, a la causa por el bienestar de todos, de un conglomerado con una identidad cultural.

Al tiempo que me reconozco sujeto de derechos, con capacidades, criterios y obligaciones; del mismo modo debo estar dispuesto a aceptar y contribuir al reconocimiento de los derechos del otro y a exigirle de la misma manera que se comprometa en el cumplimiento de sus deberes.

Es mandataria, en especial, la exigencia compartida del deber de justicia por el hecho de constituir sociedad, aglutinados como Estado en su acepción jurídico-filosófica de “pacto ciudadano”

AUTORECONOCIMIENTO MÉDICO. El Dia Panamericano del Médico, que hoy celebramos, es motivo propicio para hacer el merecido autorreconocimiento a la labor, tantas veces ingrata, que como servidores de la salud toca desarrollar.

Reconocimiento, cada vez más, ausente de tanta gente que se beneficia de las bondades de nuestro arte. Evidente por la indiferencia en que somos vistos y devaluación económica del servicio que prestamos a instituciones del Estado y empresas privadas que, lamentablemente, han dado a la salud una dimensión comercial, un negocio para lucrar.

Mas triste y lamentable es no reconocernos, nosotros mismos, como médicos destinados a un estatus superior; si apáticos, distraídos, escasos de solidaridad, cada uno por su cuenta, en actitud egoísta, ignora la fuerza de la unidad gremial.  “Lo máximo que se puede hacer solos es lo mínimo que se hace unidos”, enseña, con sapiencia el Papa Juan Pablo II.

Lo que más ha hecho daño a la imagen actual del profesional médico es el desbordante individualismo que le caracteriza, en franca contraposición a los valores altruistas que ha encarnado, históricamente, la tradición médica y que dieron origen, en un pasado, no muy lejano, a un alto reconocimiento comunitario. He aquí, según mi parecer, una de las razones de peso a la perdida de la pujanza gremial. A la actitud dudosa, insegura, a la defensiva que individualmente proyectamos.

La falta de reconocimiento es indicativo cierto de perdida de la dignidad, que se traduce en desconocimiento de la respetabilidad profesional, incluso personal. Consecuencias, están a la vista, en la forma prevenida, agresiva y, en ocasiones, irrespetuosa de las personas que acuden a los centros de atención médica.

No se trata de una simple retorica discursiva, la que intento mostrar sobre el reconocimiento, en suma, necesario e imprescindible para el ejercicio profesional.  Secuelas funestas de su ausencia son palpables en el inocultable deterioro de la imagen que, hoy en día, tenemos.

Es bueno, entonces, hagamos el ejercicio de auto reconocernos reflexivamente, es decir, de manera crítica, sobre lo que ahora somos, sobre lo que hemos sido y de lo que aspiramos ser.  Para, en pie de lucha, librar gran cruzada por la recuperación de la dignidad perdida, reconocimiento de los derechos vulnerados y justa valoración de nuestra jerarquía profesional.

Tres puntos inducen, a mi juicio, a esta reflexión crítica.

1.La seguridad.  

La indiscutible falta de confianza en el sistema, incertidumbre, in crecendo, de estabilidad laboral e indispensables condiciones óptimas para realizar el oficio no garantizan que mi ocupación, con todo el esfuerzo en tiempo y capital invertido, conceda posibilidades de bienestar deseables para mí y mi familia. No tengo seguridad sobre el modus vivendi que yo,  merecidamente, debo darme.

Reconocer que se está atentando contra mi vida, contra el derecho a la vida cuando lo que me pagan, casi siempre tardío, no alcanza para satisfacer necesidades básicas, mucho menos para procur la buena vida que mi trabajo, de por sí, calificado debe proporcionar. Lo más tremendo e imperioso es que no puedo permitir acaben conmigo y con   mi familia.

2.Autonomía.

La autonomía es principio ético invocado para defender, prioritariamente, creencias, decisiones, intereses de los pacientes. Eficaz ha sido contra el viejo modelo paternalista de la relación médico paciente.

La nueva practica de la medicina cambio el vilipendiado paternalismo médico por uno que ha resultado peor: el odioso y mercantilista paternalismo farmacéutico -institucional, que humilla, sin piedad, a ambos: al médico y al paciente.

Escasos de identidad, los médicos, se esfuma el debido reconocimiento a su labor, de este modo la fuerza gremial es inoperante; no se nos tiene en cuenta, pasamos desapercibidos. Es lo que en realidad ha sucedido con la política de seguridad social, de tipo corporativo, imperante en el país, Entre el paciente y el médico, en medio de los dos, hay un intermediario comercial, un negociante de la salud.

Al perder autonomía los médicos el derecho legitimo a reconocernos con capacidades profesionales, a tener criterios clínicos, diagnósticos, terapéuticos etc., se fueron al traste. Son funcionarios, burócratas a cargo de las instituciones, llámese IPS o EPS, quienes deciden cuantos estudios paraclínicos pueden solicitarse, si las prescripciones recetadas son adecuadas y conforme al precio de los fármacos, si deben pagar o no costos de la enfermedad de acuerdo a amañadas prexistencias para no reconocer al paciente y no remunerar al médico la prestación del servicio. Este gran mal, de una medicina dictada, a conveniencia, por las compañías de seguro, en donde doctores y secretarias que no han visto al enfermo pretenden saber más que quien lo ha atendido y conoce, contamina el ejercicio benefactor de la medicina. Consecuencia: la medicina como profesión se encuentra en estado crítico.

Me pregunto ¿Qué se hizo el poder de la organización médica, como autentico grupo de presión, capaz de enfrentar tanta humillación contra la autonomía profesional?

¿Será acaso la proliferación de tantas facultades de medicina, con la consecuente producción de mano de obra barata y de baja calidad, una de las respuestas a este interrogante?


3. Autoconciencia.

La falta de solidaridad gremial, inconciencia colectiva ante la catástrofe que vivimos, No auto reconocernos, en nosotros mismos, protagonistas de la crisis. Pensar que son otros colegas quienes tienen que resolver el problema de la inseguridad que atenta contra el derecho a mi vida personal y profesional. De la impotencia ante la humillación del paternalismo farmacéutico – institucional; es sencillamente desconocer la responsabilidad que me corresponde como médico comprometido en propender por el cumplimiento de los fines de los otros, sin los cuales no pueden tener realización mis propios fines.

No auto reconocernos sujetos de obligaciones con el resto del conglomerado médico. Pensar que son, solo, los directivos de las organizaciones representativas a quienes compete dar la pelea por la defensa de unos ideales que a todos pertenecen, es herida certera a las esperanzas reivindicatorias de una profesión destinada a un destino promisorio. “La única defensa contra ello piensa Tocqueville, consiste en una vigorosa cultura política en la que se valore la participación, tanto en los diversos niveles del gobierno, como en las asociaciones voluntarias”[ii].


Poder político. Ante la propuesta formulada por el pensador francés considero que si el poder de la ciencia médica no  ha servido para ser tenidos en cuenta como quisiéramos, ni política ni gremialmente, es perentorio ir en busca de las riendas del poder político, de un poder político autónomo que obedezca directrices trazadas desde el seno de la propia organización médica. Contrario al rumbo infructuoso, equivocado, de colegas que ya han incursionado en la arena política, pero, con franca y sumisa dependencia de los grupos partidistas que históricamente han usufructuado de las canonjías del Estado en contravía a los intereses del bien comunitario. El intento a primera vista podría parecer, a algunos, utópico, inalcanzable. Creo vale la pena hacer el intento. “La peor diligencia es la que no se hace”.


El rico patrimonio de honestidad y pulcritud que poseemos debe utilizarse para dar la batalla con decisión y coraje, contra la politiquería y corrupción reinantes, que nos aniquila, no hay otra alternativa. Alcanzar el poder político es la esperanza de salvación que nos queda. La suerte de nuestro destino no puede seguir en manos de otros.

Apartes del discurso pronunciado al recibir la máxima condecoración al mérito científico “Martín Camacho”, concedida por el Colegio Médico del Atlántico. Barranquilla diciembre 3 del 2002.



[i] Coronado Hurtado T, Del Respeto a la Vida, Editorial Antillas, Barranquilla, 2001, p. 153
[ii] Tocqueville Alexis. Citado por Taylor charles: en Ética de la Autenticidad, Paidós, Barcelona, p.45. 1994.

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