. EL CORONAVIRUS. SEVERO LLAMADO DE ATENCIÓN. No. 133



Misión de San Francisco Solano, Sonoma, California, USA.


Alto ahí. Han ordenado al prepotente hombre que puebla un lugar llamado planeta tierra.  A hacer un alto en el camino.
No hagan nada, deténgase, párenlo todo, quédense quietos en sus casas; cierren puertas y abran ventanas, para que entren los vientos y circule el aire.  
¡Señores, por favor!  no se muevan. Miren bien, fíjense…, no se han dado cuenta que están al borde del abismo. O es que están ciegos.

Plena de sabiduría, desde los albores de los tiempos, la que así habla y manda. Nadie más que la sempiterna naturaleza a través de un microscópico e incalculable ejército de mortíferos coronavirus.
La naturaleza, sabia al fin, es invencible.  Por más que, el desmesurado terrícola, ha intentado sobrepasar sus extensos limites, utilizando portentosos medios y destructores artificios tecno - científicos.
No va a permitir, natura, que lo más entrañable que ella tiene, de todo su vasto universo, la maravillosa naturaleza humana, creación divina, perezca.

“Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”; exclamo, desafiante el libertador Simón Bolívar en 1812 ante un terremoto que destruyó la ciudad de Caracas dejando 12.000 muertos.
Tal pareciera, esta consigna la ha seguido el mundo civilizado contrariando, subestimando el dominio infinito que la madre naturaleza ostenta, sobre la finita naturaleza humana.  Pretende el hombre, atrevido y ambicioso, superarla en su vasto reino, creyendo que todo lo puede tras culto, fanático, al dios dinero y demás deidades de él dependientes, entre otras, las diosas: fama, consumo, vanidad, soberbia, ira, violencia, avaricia, poder, corrupción, etc.
Si. El Dios dinero, léase capital, nos ha llevado al borde del despeñadero. En buena hora, la noble diosa razón, la humana razón, ha hecho caso, obediente e inteligente, al llamado protector que nos hace, furiosa, la naturaleza, herida en sus bosques, montañas, mares y ríos, mediante su temible y coronada legión viral.

Volver a casa, al viejo rincón de los abuelos, es la ecológica invitación que recibimos. Volver a la olvidada morada en donde tiene asiento lo más sublime de la condición humana: el amor, que la ennoblece.
Volver al hogar es orden perentoria de la madre naturaleza para reencontrarnos con los auténticos frutos del amor, presentes en los preciados valores que la institución familiar contribuye a forjar en la persona, desde niños; tales como: la solidaridad, generosidad, honestidad, honradez, responsabilidad y fidelidad.

La familia, cuna de la civilización, epicentro de la sociedad, se ha venido a menos, casi hasta su lamentable desaparición, debido a la insensatez de normas dictadas por la mayoría de los gobernantes de naciones del orbe, en contra de leyes señaladas por el rígido ordenamiento natural, que la creo.

El respeto y veneración por la vida, en todas sus formas, la vida humana, en particular y a la familia, bajo el nutriente gratificante del amor, evitarán en el futuro, “llamado de atención tan severo” como el que hemos recibido y cuyas repercusiones estamos viviendo, en este año, 2020. El dios dinero, tan frágil, como ostentoso y petulante, quien lo creyera, impotente ha quedado.

Sin duda, esta cruel pandemia, marcará el destino de la humanidad para siempre. Con la fe puesta en Dios, seguro, vamos a salir adelante. El cambio de rumbo ha de venir y la naturaleza volverá, alegre, a florecer en primavera, gracias al hombre nuevo que surgirá de esta encrucijada.

Teobaldo Coronado Hurtado
Barranquilla marzo 21 de 2020





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