PRINCIPIO DE BENEFICENCIA. Fundamentos Aristotélicos. Ética Nicomáquea
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PRINCIPIO DE BENEFICENCIA
Fundamentos aristotélicos. Ética Nicomáquea
Trabajo de ingreso presentado en la Academia Nacional de Medicina, Capitulo del Atlántico, Auditorio de la Universidad Metropolitana. Sesión ordinaria de enero 23 de 2000.
Resumen
Tras juiciosa revisión a la singular vida de
Aristóteles y al libro “Ética de Nicómaco”, su obra maestra, pretendo descubrir
los antecedentes filosóficos del Principio de Beneficencia conforme a lo
formulado en el Informe Belmont. Se plantea su relevancia en la dicotomía médico
paciente y dificultades de su aplicación cuando se confronta con demás
principios de la bioética, en especial con el principio de autonomía, en la
toma de decisiones clínicas.
Palabras
claves: Principio de Beneficencia, Informe Beltmon, Ética Nicomáquea, Médicos aristotélicos
Summary
After judicious review of
Aristotle's unique life and the book "Ethics of Nicomaco," his
masterpiece, I intend to uncover the philosophical background of the Principle
of Charity as formulated in the Belmont Report. Its relevance arises in the
patient medical dichotomy and difficulties of its application when confronted
with other principles of bioethics, in clinical decision-making.
Keywords: Charitable
Principle, Beltmon Report, Nicomachea Ethics, Aristotelian Physicians.
Introducción
Definición más conocida y aceptada de bioética es la presentada por la Enciclopedia de Bioética de la Universidad de Georgetown, USA, como: “El estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y de la salud a la luz de los valores y principios morales”. [i]
El abordaje basado en unos principios morales, el principalísimo bioético de Tom Beauchamp y James Childress, contribuyó al auge experimentado por la bioética, al reconocimiento que tiene como puente entre la ética y la ciencia.
Informe Beltmon.
En febrero de 1978 los comisionados presentaron ante el Instituto Smithsoniano de Belmont, USA, las conclusiones de su estudio, que desde entonces se conoce como Informe Belmont. [ii] En su contenido central, fija en tres los principios éticos básicos de la bioética, así: Respeto a las personas, Beneficencia y Justicia; enfocados hacia asuntos éticos en relación con la investigación clínica, en especial en la experimentación con seres humanos.
Tom L. Beauchamp, miembro de la Comisión Nacional, y James F. Childress, en su famoso libro Principios de ética biomédica, [iii] publicado por primera vez en 1979, reformulan estos principios y enuncian cuatro, sin ningún orden de jerarquía, así:
NO MALEFICENCIA
Primun non nocere
BENEFICENCIA
Principio Terapéutico o de totalidad
AUTONOMÍA
Principio de
Libertad o de Responsabilidad
JUSTICIA
Principio de sociabilidad y de subsidiaridad
Tras juiciosa revisión a la singular vida de Aristóteles y al libro “Ética de Nicómaco”, su obra maestra, pretendo, en este ensayo, descubrir los antecedentes filosóficos del Principio de Beneficencia conforme a lo formulado en el Informe Belmont.
ARISTÓTELES
Hijo de
Nicómaco, médico, y en fructífera convivencia con la pléyade de ilustres
científicos del “Liceo” puso su atención, Aristóteles, sobre la tecné médica para tomar de la noción de
equilibrio, como característica esencial de una buena salud, la tesis sobre el
término medio, en que sostiene gran parte de su argumentación ético-filosófica.
Vincula así, en forma admirable, la ética con la medicina, cuya sabiduría acoge
de guía y maestra para su discurrir exegético
La Ética Nicomáquea es el texto filosófico de la
antigüedad mejor y más estudiado en el ámbito académico. Escrita en la última
época de su vida es dada a conocer después de su muerte. Su título, según
algunos historiadores, lo pudo haber recibido para honrar no la memoria de su
padre sino la de su hijo que también se llamaba Nicómaco: editor y corrector de
sus obras.
Es amplia, profunda y bastante rica la experiencia médico-científica
que descubrimos en lo reseñado por Aristóteles. Casi toda su creación esta
ilustrada con vivencias propias del complicado trajinar médico. De allí que aferrarme,
con suma modestia, del sapientísimo ideal aristotélico para sostener mi
propuesta, considero no colinda con lo profano, mucho menos considerarse una
aventura al azar.
CONCEPTO DE
BENEFICENCIA
INFORME BELMONT
El concepto
de beneficencia es definido por la comisión norteamericana que elaboró el
Informe Belmont bajo dos puntos vista.
El primero recoge la sabia y muy actual sentencia
hipocrática “Primun non nocere, Lo
primero es no hacer daño”.
Un segundo punto de vista expresa: “El mayor
beneficio posible contra el menor daño posible”, de claro origen
aristotélico.
Es un modelo renovado, de la práctica del bien, que
descarta la tradicional idea de beneficencia, como caridad o amor al prójimo,
de clara estirpe judío-cristiana.
Corresponde esta nueva concepción de beneficencia a
una interpretación de orden secular. Una normativa que invita a hacer el bien;
para contrarrestar las probables falencias propiciatorias de un hacer el mal;
posibles, tanto en la práctica hospitalaria como en la investigación biomédica.
Es noción con una perspectiva ético-jurídica, lejos de un sentido religioso,
que promueve, con notable acierto una acción responsable en su acepción general
de obligación o deber.
CONCEPTO DE
BENEFICENCIA
ETICA NICOMAQUEA
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El mayor
beneficio posible, según Aristóteles, se obtiene o se brinda a través de la
práctica del bien: “El bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden”.[iv] Estar en el mundo supone estar bien,
trascender el puro estar que nos otorga la naturaleza, un estar edificado sobre
fundamentos distintos a los que esta brinda; Aristóteles lo significa con mayor
o menor propiedad como “bien moral”.
A partir del bien moral encontramos el camino que conduce a la felicidad, eudemonía, a una plenitud existencial enmarcada en un vivir bien o en un obrar bien. Para vivir bien es requisito básico gozar de buena salud, tanto corporal como espiritual. A su consecución contribuye la medicina como ciencia. El fin de la medicina es la salud. [v]
A la idea de bien Aristóteles le da connotación política cuando coloca el bien de la ciudad por encima del bien del individuo. Su apreciación en este sentido precisa la conquista de una calidad de vida, areté, con proyección a todos los ciudadanos por igual, no a unos pocos. “La verdadera finalidad de la vida es la polis”.[vi] “Pues, aunque sea el mismo el bien del individuo y el de la ciudad, es evidente, que es mucho más grande y perfecto alcanzar y salvaguardar el de la ciudad; porque procurar el bien de una persona es algo deseable, pero, es hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y para ciudades”. [vii]
Es la salud, por lo tanto, un beneficio que es necesario asegurar a los ciudadanos para el logro de un completo bienestar como seres humanos. “Sin embargo siendo humano el hombre contemplativo, necesitara de bienestar externo, ya que nuestra naturaleza no se basta a sí misma para la contemplación, sino que necesita de la salud corporal, del alimento y de los demás cuidados”. [viii]
Dificultades en
aplicación del Principio de beneficencia.
El Principio de beneficencia en su significación
bioética del mayor beneficio posible, puede presentar dificultades en el
momento crucial de la decisión ético-clínica y suele suceder, en la labor
asistencial cotidiana, cuando entran en juego los otros dos principios
bioéticos de autonomía y justicia. En vía de desaparición el unilateral
criterio paternalista de la relación médico paciente entran en confrontación, con
el actual modelo de relación clínica, los obvios intereses del paciente, del
médico, instituciones prestadoras del servicio de salud, los de la sociedad y
el Estado. En todo caso, es conducente dejar sentado que el interés puesto en
la atención de los enfermos corresponde con la “función social” a que
están llamados los servidores de la salud.
Y por la condición de “servicio público” que tiene la asistencia
sanitaria a quienes competa esta responsabilidad a través de las instituciones,
sean públicas o privadas. Para que el debido cuidado asistencial prevalezca
sobre los intereses particulares de quienes están llamados a garantizar la
salud de la gente.
Bienes del médico. ¿Cuáles son los bienes que debe poseer el
médico como tal? ¿Cuáles los beneficios que debido a estos bienes tocan al
ciudadano para el logro satisfactorio de su salud, en su condición de
destinatario primero del principio de beneficencia?
El bien máximo a que todo médico debe aspirar es: saber medicina. El objetivo es: “saber bien para hacer bien”. Saber bien y hacer bien la ciencia y el arte de la medicina es el patrimonio intelectual, la riqueza personal del médico que a la postre se traduce en el mayor bien que aspira recibir el paciente en cuanto conocimiento que a él beneficia, para sí y en su relación con los demás. Los bienes intelectuales, patrimonio del médico, son por su proyección social, propiedad de los pacientes, recurso invaluable de la comunidad.
Pero, vayamos más allá del intelectual, del
científico y ahondemos en lo más profundo del alma médica. Para decir que su
medida como médico alcanzará su mayor expresión si corresponde de igual manera
con la medida que espiritualmente logre alcanzar como hombre. Porque si como
hombre es un mediocre, en igual forma será un médico mediocre. Si como hombre
su comportamiento es vulgar del profesional de la salud no podemos esperar más
que a un médico vulgar.
El médico virtuoso. Por el contrario, si como hombre es una persona virtuosa, tendrá también la gracia, la fortuna de ser un médico virtuoso. “El bien del hombre es una actividad de acuerdo con la virtud y si las virtudes son varias, de acuerdo con la mejor y más perfecta y además en una vida entera… ¿Qué es la virtud? Aristóteles responde: “La virtud es el hábito que le permite al hombre realizar bien sus obras buscando el punto medio entre el exceso y el defecto”. [ix]
El saber bien que acredita al médico su competencia profesional, en beneficio del paciente, correspondería con las virtudes intelectuales señaladas por Aristóteles de: “arte, ciencia, prudencia, sabiduría e intelecto”. Del mismo modo las virtudes morales para un bien hacer, según Aristóteles comprenden: “Valentía, templanza, generosidad, magnanimidad, vergüenza y justicia”. [x]
“Es que los bienes que el hombre puede gozar se dividen en tres clases: bienes que están fuera de su persona, bienes del cuerpo, y bienes del alma; consistiendo la felicidad en la reunión de todos ellos. No hay nadie que pueda considerar feliz a un hombre que carezca de prudencia, justicia, fortaleza y templanza, que tiemble al ver volar una mosca, que se entregue sin reservas a sus apetitos groseros de comer y beber, que esté dispuesto por la cuarta parte de un óbolo a vender a sus más queridos amigos y que no menos degradado en punto a conocimiento fuera tan irracional y crédulo como un niño o un insensato”. [xi]
Asumo que las virtudes intelectuales tanto como las virtudes morales señaladas por Aristóteles, el lleno de estos atributos, nos colocan delante del médico benefactor, que de verdad construye ciudad, cumpliendo con amor su vocación, su oficio, en la conquista de su propia felicidad y la de sus conciudadanos. “La felicidad es por consiguiente lo mejor y más bello y lo más deleitoso: lo más bello es la perfecta justicia, lo mejor la salud, pero, lo más deleitoso es alcanzar lo que se ama. [xii]
Bien del paciente. Bien
primordial del paciente es su salud y su vida.
Jhon Gregory, médico inglés del siglo XIX, ha dado
una de las definiciones más conocidas de lo que encarna la medicina: “La
medicina es el arte de conservar la salud, de prolongar la vida, y de curar a
los enfermos”.[xiii] El médico que ama su profesión, que se deleita
en su práctica, estará presto a dar ayuda a las personas que necesitan de sus
servicios, consciente que su misión benefactora debe estar en favor de los
mejores intereses del paciente. Es de una vigencia asombrosa la recomendación
aristotélica sobre la forma como debe brindar esa ayuda: “Es menester que
quienes han de actuar atiendan siempre la oportunidad del momento, como se hace
en la medicina y en la navegación… el exceso y el defecto en la comida estragan
la salud en tanto que la medida proporcionada, la produce, la desarrolla y la
mantiene”. [xiv]
Obligación de medios. Admirable lección, la del filósofo griego, en sus recomendaciones sobre “la oportunidad del momento” y “la medida proporcionada” anticipándose, magistralmente, a lo que hoy conocemos dentro de los parámetros de calidad en el servicio de salud como “atención oportuna e integral” y “obligación de medios”. [xv]
La responsabilidad legal y ética del profesional de la salud se sostiene, además de la diligencia y sumo cuidado entre otros, en la utilización adecuada o proporcionada de los medios, en la racionalización de los recursos que ofrecen una ciencia y tecnología avasallantes. Esta actitud es la buena, es la útil para el paciente, la que propende por su bienestar, no le produce daño, por tanto, la que puede exonerarlo de culpabilidad a la hora de ser juzgado su acto médico.
“De manera que si existe un solo fin para todo cuanto se hace este será el bien practicable… tres cosas hay en cuanto a preferencias: lo bueno, lo útil y lo placentero, y otras tres contrarias de aquellas en cuanto a nuestras aversiones: lo malo, lo dañino, y lo desagradable. Tocante a todas ellas acierta el hombre bueno y falla el hombre malo”. [xvi] Con relación a estas inclinaciones podemos identificar al médico bueno, el que es útil a su paciente y cuál el médico dañino, el de la mala praxis. Encuentro así, sustento a la teoría del daño expuesta en el pensamiento aristotélico y acogida por el Informe Belmont en su definición del Principio de Beneficencia cuando considera la acción dañina como contraria a los mejores intereses del paciente.
ARISTÓTELES E
HIPÓCRATES
COINCIDENCIAS
Hipócrates antes que Aristóteles supo definir en su juramento,
sin tanto rigor filosófico, pero, si con extraordinaria visión profética el
principio de beneficencia, así: “Y cada vez que entre en una casa no lo haré
sino por el bien de los enfermos… y me serviré según mi capacidad y criterio
del régimen que tienda al beneficio de los enfermos, pero, me abstendré de
cuanto lleve consigo perjuicio o afán de daño.”
Una breve revisión del juramento hipocrático permite
observar cómo es de reiterativo el padre de la medicina desde su advocación
inicial a los dioses en la formula “según mi capacidad y criterio”, factores
determinantes de lo que debe ser el correcto comportamiento del médico.
En un esfuerzo de homologación con la doctrina
aristotélica sobre la virtud se me ocurre pensar que Hipócrates cuando habla de
“capacidad” hace alusión a la competencia o habilidad para ejercitar las
virtudes intelectuales o dianoéticas, las que propenden un “bien hacer”. Y
asimilar la idea de “criterio” al conjunto de virtudes morales o éticas
como propiciadoras de un “bien saber”.
Concluir que, en el ejercicio práctico de la medicina, los más capacitados y de mejor criterio, serán los médicos exitosos como profesionales y correctos como personas, en correspondencia con la formulación hipocrática y el virtuosismo aristotélico.
La idea de capacidad, a mi modo de ver, no ofrece
demasiada discrepancia interpretativa en cuanto corresponde a un proceso de
aprendizaje y enseñanza alcanzado por medio del arte, la ciencia, la sabiduría
y el intelecto.
La noción de criterio, por el contrario, puede ser discutible, sujeta a las diversas tendencias morales existentes. Si aceptamos la idea hipocrática de criterio y la homologamos a la idea aristotélica de virtud es dable deducir que la aplicación al conjunto de virtudes morales o éticas de: justicia, amabilidad, veracidad, mansedumbre, sinceridad, gracia, apacibilidad, magnanimidad, magnificencia, liberalidad, moderación y valentía serian propicias para la adquisición del más encumbrado de los saberes: la virtud de la “Prudencia”, como modo de ser racional, verdadero y práctico respecto a lo que es bueno y malo para el hombre. Aristóteles la considera la mayor de las virtudes cuando sostiene que “La virtud por excelencia no se da sin prudencia. Por eso algunos afirman que toda virtud es una especie de prudencia. [xvii]
De allí que considero pertinente y bien utilizada la
advertencia “De acuerdo con los dictados de la Prudencia” presente en
declaraciones y códigos de moral promulgados por la Asociación Médica Mundial y
en particular en la ley 23 de 1981 de ética médica en nuestro país.
ARISTÓTELES
PRECURSOR DE LA
HUMANIZACIÓN MÉDICA
El consabido debate en relación con la moralidad del
acto médico no se centra, si acogemos la estrategia aristotélica, en la
discusión sobre la medicina como ciencia, donde lo vasto de su conocimiento
teórico puede ser aprendido y esquematizado de una manera u otra según las
distintas escuelas médicas.
El asunto moral aparece cuando el acto médico se cumple sobre seres humanos que, en su condición de enfermos, al mismo tiempo de una constitución biológica poseen una personalidad, por ende, sujetos morales de la mayor consideración. A sabiendas que lo general, universal, tecné, del saber científico hay que individualizarlo, su aplicación no es igual para todos. “Una sola sabiduría no podrá aplicarse para todos los vivientes, sino que habría de ser diferente para cada especie, no de otro que la medicina es tampoco una para todos los seres”. [xviii]
Para Aristóteles la sabiduría en un arte se hace
realidad tras el alcance de la excelencia. Y entiende como arte el producto de
la ciencia y el intelecto.
El mensaje aristotélico extiende una invitación a liderar un amplio proceso de humanización en la atención de salud. La misma medicina para todos llevaría a una práctica estandarizada de la atención médica, deshumanizante, en contra vía de los conceptos de individualidad y totalidad reivindicatorios de la condición humana del paciente, de su humanidad.
La experiencia clínica nos enseña que cada persona enferma se comporta distinto ante igual patología, y su cuidado y tratamiento en el mismo sentido han de ser diferente. Es justo, por consiguiente, individualizar cada paciente para evitar quede convertido en una cosa u objeto, en medio y no un fin en sí mismo. “Es evidente, reafirma Aristóteles, que el médico no considera sino la salud del hombre, o más bien la salud de este hombre, ya que cura a cada individuo”. [xix] El paciente no puede quedar convertido en mero instrumento de la ciencia y tecnología médicas, sin consideración alguna a su dignidad de persona.
La estandarización y mecanización del accionar
médico son soportes en que se apoya la lamentable deshumanización de la
atención de salud. Antagónica esta repudiable dualidad con una verdadera
aceptación del enfermo como una totalidad psicosomática, para no quedarnos solo
en lo biológico u orgánico, desconociendo su componente mental y espiritual.
Preconiza Aristóteles desde hace 2.400 años una
ambiciosa política de humanización, sin la actual es imposible alcanzar la tan
anhelada “excelencia del servicio”, en nuestras instituciones hospitalarias.
Sienta el fundador del Liceo los principios de un autentico respeto al
enfermo en su humanidad como ser único, como individuo, a su integridad
psicosomática factor determinante, en fin, de una totalidad merecedora de la
mayor atención.
EL PRINCIPIO DE
BENEFICENCIA Y EL PUNTO MEDIO
Las dificultades propias de la praxis médica, en
cumplimiento de su acción bienhechora, para que en vez de daño produzca
beneficios, los advierte el Informe Belmont en los siguientes términos: “El
problema planteado por estos imperativos es decidir cuándo es justificable
buscar beneficios a pesar de los riesgos que traen consigo. Y cuando se
renunciaría a los beneficios a causa de los riesgos”. En cualquier acto médico,
con más frecuencia en los de tecnología invasiva o quirúrgica, el riesgo, en
mayor o menor grado, siempre está latente. Entendiendo por riesgo la
posibilidad de morbilidad(complicaciones) y mortalidad (muerte), de manera
genérica la posibilidad de daño.
En la primera parte del informe, antes mencionado,
en donde puede existir una justa causa para la obtención de un beneficio a
costa de un relativo riesgo, lo ético jurídico, según mi parecer, no es
demasiado complicado si cumplimos con la obligada “advertencia del riesgo”
mediante una adecuada información y comunicación de la verdad al paciente o sus
familiares sobre las diversas implicaciones del acto médico. En tal forma, no
obstante, el riesgo existente, el acuerdo entre las partes podría darse sin
mayores contratiempos mediante la protocolización por escrito del “Consentimiento
Informado”, anexo a la historia clínica.
En aplicación de la ética aristotélica el ejercicio
consistiría un lograr un término medio entre dos o incluso los tres principios
de la bioética.
Cuando se renuncia a los beneficios a causa de los
riesgos la toma de una posición intermedia, entre los intervinientes en el acto
médico, se torna crítica y controvertida. Sucede con alguna frecuencia que una
de las partes, por lo general el paciente y sus allegados, se tornan bastante
radicales en la toma de decisiones. Típico lo que sucede, a diario, con los
Testigos de Jehová, que en obediencia a su creencia religiosa se oponen de
manera absoluta a la transferencia de componentes sanguíneos u otros tejidos,
inclusive a la autotransfusión. En uso de su autonomía, de su libre voluntad
asumen una postura que pone en entredicho la acción sanadora del médico en
observancia del principio de beneficencia.
¿Será en realidad propicio para el buen accionar
médico el uso del término medio aristotélico para concretarlo en decisiones
donde entran en conflicto el principio de autonomía con el principio de beneficencia?
Conseguirlo, de seguro, puede resultar tarea difícil
y la incertidumbre que me cabe la confirma el mismo Aristóteles: “En lo
relacionado a las acciones y a la conveniencia no hay nada establecido, como
tampoco en lo que atañe a la salud”.[xx] Y agrega: “Por todo ello es tarea difícil ser
bueno, pues en todas las cosas es trabajoso hallar el término medio… ya no todo
el mundo puede hacerlo y no es fácil; por eso el bien es raro, laudable y
hermoso.[xxi]
Por supuesto, los médicos guiados por Aristóteles,
que hacían parte del Liceo, que por su número, constituían una especie de
asociación científica no tenían las mismas preocupaciones que enfrentamos los
médicos de hoy sobre; transfusiones, autotransfusiones técnicas de reproducción
medicamente asistida, manipulación genética, trasplantes de órganos, clonación,
células madre, muerte encefálica, etc. Aun cuando Platón y el mismo
Aristóteles, ya eran partidarios del aborto y de la eutanasia. De acuerdo los
dos en eliminar a los que estuvieran malos del cuerpo.
Momento de difícil decisión en la práctica médica
actual lo encuentro en la nada cómoda situación de elegir entre la vida y la
muerte; en aquellos casos donde sustentados en el moderno concepto de calidad
de vida pueden existir, para algunos, vidas en que no vale la pena hacer nada
por ellas, son indignas de la condición humana. En contra vía de la misión que
se nos ha encomendado a los médicos, por los postulados éticos de la profesión,
de trabajar siempre en favor de la vida, sobre la cual no debería existir
ningún tipo de transacción. Según la Asociación Médica Mundial el “Respeto por
la Vida” es el principio fundamental del ejercicio profesional.
William Osler ha llegado a decir que: “La misión del
médico no es prolongar la muerte, sino prolongar la vida”.[xxii]
La posición de Aristóteles al respecto es
coincidente con la de Platón; “Pero ya que los sufrimientos que afectan a los
vivos difieren de los que afectan a los muertos… se ha de concluir que existe
esta diferencia o quizá más bien no se sabe si los muertos participen de algún
bien”.[xxiii]
“¿Cuál de las cosas que hay en la vida es preferible
y cual una vez conseguida podría satisfacer el apetito? Se pregunta Aristóteles
y contesta… Hay muchas cosas, circunstancias
a causa de las cuales los hombres rechazan el vivir; como, por ejemplo: las
enfermedades, los sufrimientos excesivos, las tempestades; de suerte que es
evidente que, si desde el principio no se diera la lección, hubiera sido
preferible, a menos por estas razones no haber nacido”.[xxiv]
¿Cuál sería, pues, la solución al problema planteado
sobre el uso del término medio en la práctica médica?
Los griegos hablaban “de lo que puede hacerse”
para hacerlo de otra manera, lo que da al individuo la posibilidad de su
propia autarquía[xxv].
Aristóteles la encontró en la prudencia como sabiduría práctica. “La prudencia
tiene por objeto humano, aquello sobre lo que puede deliberar; en efecto
afirmamos que la operación del prudente consiste sobre todo en deliberar bien y
nadie delibera sobre lo que no puede hacer de otra manera no sobre lo que no
tiene un fin, y este consiste en un bien práctico. El que delibera bien,
absolutamente hablando, es el que se propone como blanco de sus cálculos la
consecución del mayor bien práctico para el hombre. Tampoco la prudencia está
limitada solo a lo universal, sino que debe conocer también lo particular. Por
esta razón algunos también, sin saber, pero con experiencia en otras cosas, son
más prácticos que otros que saben; así, no quien sabe que las carnes ligeras
son digestivas y sanas, pero no sabe cuáles son las ligeras, producirá la
salud, sino más bien el que sepa que carnes de aves son ligeras y sanas. La
prudencia es práctica de modo que se deben poseer ambos conocimientos o
preferentemente el de las cosas particulares”.[xxvi]
LLa controversia sobre el punto medio entre el
principio de beneficencia y el principio de autonomía, si esto es posible, no
debería ser polarizada a hacia un lado u otro, sino bien dilucidada en el
respeto a las dos autonomías:
a. La del
paciente con sus intereses dirigidos a proteger su salud y su vida
b. La del médico en procura del libre ejercicio de la
profesión, en el respeto a sus criterios clínicos; para evitar un exagerado
individualismo por parte del paciente o en un desbordado paternalismo por el
lado del médico.
Se trata de elegir en común acuerdo los mejores medios terapéuticos o clínicos que traigan consigo mayor beneficio posible con el menor riesgo posible. Al respecto Aristóteles aconseja: “Elegimos los medios mediante los cuales podemos alcanzar la salud y deseamos ser felices y así lo decimos, pero no podemos decir que elegimos, porque la elección en general parece referirse a cosas que dependen de nosotros… Pues no deliberamos sobre los fines, sino sobre los medios que conducen a los fines. Pues ni el médico delibera si curara… sino que puesto el fin considera cómo y porqué medio puede alcanzarlo”.[xxvii] En estas palabras textuales de la Ética Nicomáquea se puede captar la inspiración aristotélica que animó a los ejecutores del Informe Belmont para la redacción del principio de autonomía cuando señala que: “Una persona es autónoma cuando es capaz de deliberar acerca de sus objetivos personales y de actuar bajo la dirección de tal deliberación”.
En esta fase de mi trabajo la solución al problema
quedaría resuelta por la elección de los mejores intereses a partir de una
capacidad deliberante. Querría esto decir que una aproximación al término
medio se logra mediante un proceso de deliberación.
No se trata de auspiciar un enfrentamiento en que
salga triunfante el que tenga mayor capacidad deliberante; que obvio
favorecería en las más de las veces al médico. Se trata, ante todo, de alcanzar
un consenso de opiniones en la búsqueda primordial del beneficio del paciente.
“Deliberamos sobre lo que se debe hacer por nuestra intervención, aunque no
siempre de la misma manera, por ejemplo, sobre las cuestiones médicas”.[xxviii]
Son múltiples las razones, físicas o mentales, externas
o internas, que pueden anular o disminuir la autonomía del paciente para
permitirle deliberar en forma correcta. “Quizá deba llamar sujeto de
deliberación no aquello sobre lo cual podría deliberar un loco o un necio, sino
aquello sobre lo que deliberaría un hombre de sano juicio”.[xxix] Cuando la persona en pleno conocimiento, sin
limitaciones de ningún tipo toma determinaciones contrarias al rigor
científico, a los criterios ético-clínicos del profesional de la salud, se crea
una relación disímil donde el término medio, es probable, se torne
inalcanzable, más aún si la consecuencia de esta posición, en extremo
individualista, es per se perjudicial. “El término medio no es un término medio
rígidamente aritmético. Es un término medio relativo a nosotros mismos,
diferente de una persona a otra según los temperamentos y circunstancias”.[xxx]
MÉDICOS AL ESTILO ARISTÓTELICO
https://okdiario.com/ciencia/frases-aristoteles-relacionadas-ciencia-3556407 |
Se puede observar, tras la revisión realizada, cómo
Aristóteles, es fácil comprenderlo, no da respuestas concretas para definir el
término medio entre los mejores interese del paciente y los del médico, entre
sus riesgos y beneficios, entre su vida y su desino final. Nos muestra, tal
vez, alguna propuesta parcial entre salud y enfermedad en la siguiente
amonestación: “Pero el medio relativo a nosotros a no ha de tomarse de la misma
manera, pues si para uno es mucho comer diez minas de alimentos y poco comer
dos, el entrenador no prescribirá seis minas, pues esa cantidad será mucho o
poco para el que ha de tomarla: para Milon (Atleta de Crotona del siglo VI AC,
vencedor de los juegos olímpicos)”.[xxxi]
La lectura reflexiva del mensaje contenido en la Ética Nicomáquea y la obra en general de Aristóteles me permite deducir que su pensamiento constituye, sin duda alguna, guía que ilumina, que despeja el camino para el empleo racional de las herramientas, que el filósofo griego nos recomienda, para el logro anhelado de la excelencia: la puesta en práctica tanto de las virtudes intelectuales o dianoéticas como de las virtudes morales. No creo peque de anacrónico si me atrevo a sugerir que médicos virtuosos al estilo aristotélico son los que reclaman hombres, mujeres ancianos y niños de nuestras ciudades para satisfacer sus aspiraciones de un mejor vivir, de una buena vida. “La comunidad perfecta de varias aldeas es la polis, la ciudad… que fue haciéndose por las necesidades de la vida; pero que ahora ya existe para vivir bien”. [xxxii]
Conclusión
Me queda la íntima convicción personal de que el
selecto grupo de filósofos, abogados, médicos y demás expertos, que, en número
de doce, redactaron el informe Beltmon los inspiró la enseñanza magistral del
hombre nacido en Estagira.
Me satisface haber escudriñado la raigambre
filosófica del moderno concepto de beneficencia, esbozado en el Informe Beltmon,
en el texto de referencia la Ética Nicomáquea. Objetivo central de mi trabajo. Ad
latere, de igual modo, una necesaria aproximación, al principio de
autonomía. Lo que demuestra la vigencia del pensamiento aristotélico en la
codificación moral que regula en nuestro tiempo el enorme conocimiento en
relación con la bioética y, por ende, con el correcto ejercicio de la profesión
médica en el mundo.
El término medio entre excesos y defectos,
instrumento práctico de la acción virtuosa, alcanza, en el diario trajinar asistencial,
una trascendencia incalculable al momento culminante de la decisión ética. Su
correcta utilización constituye baluarte defensor contra abusos y
arbitrariedades que puedan darse y, cada vez más se dan, por los administradores
de una ciencia avasallante, empeñados en satisfacer a poderosas multinacionales
que han convertido la salud en un negocio. Su desmedido lucro monetario, que no
tiene límites, va en contravía de los intereses mayoritarios de la humanidad en
general y de la persona enferma en particular.
Barranquilla enero 23 de 2000
Teobaldo Coronado Hurtado
[i] Warren T. Reich. 1979, Encyclopedia
of Bioethics” Georgetown University, Washington, USA.
[ii] The Beltmon Report:
Ethical Guidelines for the Protection of Human Subjects of Research, Washington,
U.S. Government Printing Office, 1978
[iii] Beauchamp T L, Childress J F. Principles of Biomedical
Ethics, Oxford University Press, 2001, p. 454
[iv] Aristoteles, Ética Nicomáquea,
Gredos, Madrid, 1995, p. 109, 2 -3.
[v] Aristóteles, op.cit, p. 1094
a, 9
[vi] Aristoteles, La Política, Gredos,
Madrid, 1995, p. 1253, 1 -2
[vii] Aristóteles,
Ética Nicomáquea, ibid.., p. 1094b,
5-10
[viii] Aristóteles, Ética Nicomáquea, po.cit, p. 1178b,
34-36
[ix] Aristóteles, Ética
Nicomáquea, op.cit, p. 1098ª, 16-20
[x] Aristóteles,
op.cit, p. 1139b, 15
[xi] Aristóteles, La Política, op.cit, libro IV, capítulo
I
[xii] Aristóteles, Ética Nicomáquea, op.cit, 1094ª, 24-29
[xiii] Tomado de Gordon Scorer
and Antony Wing, Problemas Éticos en Medicina, Doyma, Barcelona, 1984,
p. 20
[xiv] Aristóteles, ibid., p.
1104ª, 17-20.
[xv] La obligacion, en derecho, del médico, se estima por lo general como de medios y en contados casos de resultados. No es obligación del médico siempre curar.
[xvi] Aristóteles, Ibid., p.
1104b, 31-35
[xvii] Aristóteles, Ibid., p.
1144b, 18-20
[xviii] Aristóteles, Ibid., p.
1097ª, 10-13
[xix] Aristóteles, Ibíd., p.
1097ª, 10-13
[xx] Aristóteles, Ibid, p.
1104b, 12
[xxi] Aristóteles, Ibid, p.
1109ª, 24
[xxii] Kieffer G.G. Bioética, Alahambra, Madrid, 1983,
p.283
[xxiii] Aristóteles, Ibid, p. 1101ª, 30-35
[xxiv] Aristóteles, Ibid, p.
1141b, 8-22
[xxv] Para Aristóteles el hombre autárquico es el que para su praxis, no necesita de otra cosa más alla de la razón . Esta autarquía, del ser razonable, da sentido y medida a su buen actuar.
[xxvi] Aristóteles, Ibid, p
114b, 8-22
[xxvii] Aristóteles, Ibid, p.
1111b, 28-30
[xxviii] Aristóteles, Ibid, 1112b,
3-5
[xxix] Aristóteles, Ibid, 1112ª,
20-24
[xxx] Guthrie W, Los Filósofos Griegos,
FCE, México, 1991, p.152
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