SINOS. CUENTOS CURRAMBEROS
SINOS. CUENTOS CURRAMBEROS
Obra de arte hecha por Leonid Afremov. https://afremov.com/es/under-one-umbrella.html |
Julio Mario Llinás Ardila. |
El
género humano, el homo sapiens se formó en un proceso evolutivo que duró
mucho tiempo y se ha ido perfeccionando, pero, también auto aniquilando.
La mujer con sublime sacrificio ha permitido
la conservación de la especie. Ahora, le quieren cambiar su rol, intentan
liquidarla, como también a la madre Tierra.
Únicos
fenómenos que nos pueden poner en riesgo son el encuentro con un meteorito, la
destrucción del medio ambiente y la soberbia de la inteligencia artificial,
además de los descontrolados virus.
SINO
I. MONCHO
Colegio San José de Barranquilla. Primera etapa.
Corría
el año 43 del siglo XX.
Mis
padres al fin se pusieron de acuerdo acerca del colegio al cual iría. Mi papa
insistía en matricularme en el Colegio Barranquilla. Mi mamá decía que no,
porque después me volvía comunista.
Prevaleció la tesis de llevarme
al San José, de la Compañía de Jesús, los jesuitas, que quedaba a dos cuadras
de la casa.
Una mañana mi papá me llevó a entrevistarme con un Cura, el Hermano Sagastume, MONCHO, que nos recibió en el patio. Estos curas conformaban una tropilla de vascos entre quienes se contaban, además, los padres Aramburu y Boloqui que tocaba el armonio; los Hermanos Arroyabe y Zárate. Moncho, tal vez el más joven, se jubiló recibiendo a los nuevos alumnos. Me preguntó cuánto da 7x 8, hablaba tan rápido que casi no le entendí y de inmediato dijo, vas para segundo elemental, se acabó la entrevista.
Éramos
como 25 estudiantes, entre otros recuerdos a:
Altamar, Angulo, Cabrera, Amashta, Blanco, Chinchilla, Gallardo, el Ñato
Gonzáles, Ricardo Gonzáles Molinares, Llinás Jacobo, Aristeguieta, Sarasua, Bassi,
Bendeck, Schonowolf, Urrutia, Arteta, Pereira, Zapata, todos muy disciplinados
bajo la férula de Moncho que daba todas las clases, menos gimnasia que la
impartía el profesor Rueda un cachaco que había sido militar.
La
varita que manejaba el Hermano Moncho nos haría pensar en la teoría de que “la
letra con sangre entra”, lo que no fue así. Nunca a pesar de su temperamento
fogoso nos castigó. Con su disciplina y comportamiento nos inició en la vida
estudiantil.
Tuve la mala suerte que, a pocos días de ingresar al colegio, me caí y fracturé el antebrazo derecho con una incapacidad de un mes.
Nos
ponían para jugar unas bolas de cuero, un poco más grandes que las de soft
ball, macizas, que daban ponche y acababan con los zapatos en un dos por tres,
solo resistían los “Faitala.”
Técnicas educativas incluían dividirnos en dos
bandos: Cartago y Roma. Emperador se consideraba al que mejores notas tuviera y
así seguían las categorías de cónsules y vicecónsules etcétera. Los grupos se distinguían con el águila
romana y el león de Cartago estampadas en sus lábaros.
Nos enseñó el himno del colegio:
JUVENTUD soñadora y valiente
Que
José quiso amante guiar
De
ideales circunda tu frente
Por
tu fe, por tu patria y tu hogar.
Después,
lamentablemente lo cambiaron por otro más moderno.
Hicimos
la primera comunión y algunos participamos en los actos de las bodas de plata
del colegio en 1943.
En
el año 68, 25 años después, de no verme con Moncho me lo encontré, ya yo era médico
y salía de una clínica, cuando me lo tropecé, no usaba sotana, pero era
inconfundible, apenas me vio me reconoció y me dijo:
- ¡Julio! ¿cómo estás?
Quedé
loco. Le dije ¡Se acuerda de mi nombre ¡
-
Si y sé que eres médico. Contestó.
-Qué
hace por aquí, le pregunté
-
Es que me estoy quedando sordo
Eso
es mal de viejos, le dije
- Si, pero me quieren mandar para Medellín a
la casa de los jesuitas para los curas retirados.
Le
dije, bueno allá el clima es muy benévolo.
- No, a mí que me dejen aquí y cuando me
muera que me hagan una ventanita en el cielo para ver a Barranquilla. Me
replicó.
Se
me retorció el alma. Me provocó
invitarlo a que se quedara en mi casa.
Se
despidió corriendo y me dijo:
Hasta
luego, Julio
Conservo
la grata sensación, creo que le pasa lo mismo a todos los que como yo tuvimos
la oportunidad de recibir sus enseñanzas, de ser sus hijos espirituales con un
sabor de tristeza, agradecimiento y cariño
ante la trayectoria y la memoria de Moncho, el Hermano Sagastume.
Sé que algún día nos volveremos a ver.
Solo
Chinchilla y yo terminamos el bachillerato en el colegio en 1951
SINO
II. EL POLIZÓN
Irina Schmidt https://es.123rf.com/photo_32764788_ocio-creativo-para-los-ni%C3%B1os-
Se
llamaba EUGENIO BALMACEDA. Nombre un tanto
poético o de un artista mejicano; no para que lo ostentara un polizón que vino
en un barco por el Río Magdalena desde Gamarra, puerto fluvial en el
departamento del Magdalena, ahora Cesar, en vecindades de la región norte
santandereana de Ocaña.
Eugenio
reconoció tener doce años; que se había aburrido en su casa porque le pegaban
mucho, además por allá mataban mucha gente.
Armó
un atado y se montó en un camión que lo llevó hasta el puerto donde se embarcaría
en el buque que lo traería a Barranquilla, seguro de que, en esta ciudad,
encontraría un mejor destino.
Hablando
con la gente y preguntando a todo el mundo cómo organizar el viaje llegó al
atracadero y averiguó sobre la partida. Le
explicaron que era por la noche lo que le daba tiempo de pensar la forma de
colarse aprovechando un descuido de los guardas.
A la hora de la siesta logró traspasar la baranda
de entrada y, ya dentro del barco, se escondió en la cocina detrás de unos
bultos de papa.
El calor y las moscas no lo dejaban en paz hasta
cuando oyó los pitos y la sirena: ¡Coroné! se dijo y fue en ese mismo momento
cuando lo descubrieron, un guardia lo agarró por la camisa y le gritó:
- “Te
vamos a echar al río”.
El
pelao aterrado comenzó a llorar y decía: “No, no me echen, yo no sé nadar”.
- “Bueno aquí tienes que hacer un oficio:
lavar los chismes”, condescendiente le ordenó el tripulante.
- “Si,
sí, yo se lavar platos” asustado, el muchacho, aceptó.
Lo
pusieron a trabajar y le anunciaron que en el próximo puerto lo bajaban. Los
marineros
estaban acostumbrados a estos hallazgos y así trataban a los polizones.
Nuestro hombrecito, muy conversador, en un descuido se acercó a unos pasajeros que contemplaban el paisaje al atardecer. Se dirigió a una señora pidiéndole una limosna; ella enternecida, con los cuentos del niño, le prometió que al llegar a su destino le daría trabajo. Así se fue organizando hasta la llegada.
Lo
pusieron a lavar la loza, hacer mandados
y matricularon en la escuela nocturna porque a duras penas cancaneaba
las letras.
Una
noche los pelaos de la cuadra sacaron una línea para jugar bola e trapo, en
esas apareció el cachaquito y lo invitaron. No pateaba ni la bolita del mundo y
como no le pasaban el esférico se
emberracó y se salió.
Nos
dimos cuenta de la clasecita de gente que era cuando sacó del bolsillo una gruesa
espina de pescado de unos diez centímetros de largo, envuelta en un trapo;
advirtió que la tenía para defenderse, para que no se burlaran de su origen,
nacido en un pueblo. Cuando le
preguntaron que de dónde era, respondió:
-
“En siendo de Colombia, de cualquier parte”.
Esa respuesta lo reivindicó.
Lo
volvieron a llamar para jugar y en una discusión por un faul se enfureció, sacó
el arma y le caminó a Hernán que también era empleado de su patrona y lo chuzó
en la mano. Motivo suficiente para que lo despidieran del empleo.
Luego
lo acogió un hermano de la señora que lo puso a repartir leche en un burro. Emprendedor, como era, se fue para el mercado
y se lo cogió un aguacero. El arroyo de
la Paz, que se crecía con las lluvias, lo arrastró hasta cuando una gente lo rescató.
El burro salió raspado por todo el cuerpo. El patrón se molestó por lo del burro, más aún
cuando el muchacho en tono irónico le pregunto que si estaba vendiéndolo; con
sorna le señaló que:
-
“Estaban comprando animales para
echárselos a los tigres en el circo”. Lo volvieron a botar.
Sin
mucho esfuerzo empacó su petate y se perdió. Al mes apareció echando sus
cuentos: vendía periódicos por las mañanas y con eso se mantenía.
Le
interrogaron que cuando no vendía nada qué hacía:
“Me
tiro al caño y saco mangos; con eso como”
contestó sin titubeos.
Ahí
fue cuando nos dimos cuenta del tronco
de embustero que era.
¿Qué
fue de la vida de Eugenio? aventurero, conversador, emprendedor, inteligente,
recursivo…
Ahora con la pandemia, caigo en cuenta de necesidad
de personajes de esta laya. Que no se
arrugan ante las adversidades.
SINO III. VITORIO ANSICCA
El escritor Ruyard Kipling,
pintura de Edward Burne Jones. https://declickenclick.com/2013/06/10/l
EL
CONDE fue seudónimo que le pusieron sus compañeros de pensión. Se levantaba a las once de la mañana, le llevaban
la prensa a la cama, le informaban sobre las acciones en la bolsa, los
pronósticos hípicos, etcétera.
Las malas lenguas decían que se estaba
volviendo loco pues Vitico, su real nombre, tenía ínfulas de rico. Nadie sabía
que el verdadero motivo de sus trasnochadas se debía a se dedicaba a jugar póker
hasta la madrugada.
VICTOR
DÍAZ Y AMADOR se llamaba el padre de Vitico, jubilado de un banco, tenía pinta
de poeta por su peinado y la vestimenta que usaba: vestido entero, corbata y chaleco;
se dedicaba a coleccionar libros y periódicos con sus suplementos literarios; a
veces escribía para la prensa local.
El
hijo, Vitico, parecido físicamente a su padre, tenía poses y comportamientos similares,
pero, con el tiempo, fue adicionándole otras mañas. Su personalidad se fue
modificando; al principio, bastante aficionado a la literatura, de buena memoria,
recitaba poesías de Góngora, ¡imagínense! un genio literario del siglo de oro
español. Declamaba “La orgia
dionisiaca …” y escribía con fluidez.
Pasado el tiempo cambió de aficiones prefiriendo lo prohibido: fumar y jugar billar. A pesar de su edad, 13 años, nadie le paraba bolas porque de novias o bailes: pocón, pocón.
Un
fin de año un amigo lo invitó a veranear a un pueblo, ya tenía catorce añitos,
y se enamoraron de unas hermanas; fue entonces cuando empezó a mostrar sus
habilidades de intriga y fabulación. Le
contó a la mamá del amigo de que su hijo
se había enamorado y le había confesado el deseo de casarse. La señora se alarmó de tal forma que suspendió
las vacaciones poniendo al muchacho en cuarentena.
Después
se dedicó a escribir cartas apócrifas a los amigos a nombre de niñas del
vecindario. Uno de los afectados al
verse ridiculizado y sabiendo de sus pilatunas casi lo mata después de una
exhibida que le propinó una joven cuando este la abordo en la calle mostrándole
la misiva.
El
grupo de amigos se dispersó por el mundo al terminar el bachillerato.
Víctor Díaz de la Guardia, nombre del CONDE,
desapareció y lo descubrieron en un camión del ejército, estaba pagando
servicio militar para bachilleres. Todos dijeron: ahora si se ajuiciara. El
mismo confesó, luego, que en la vida castrense lo que aprendió fue a jugar póker
con el aditamento de las empasteladas de los naipes que le enseñó un compañero
paisa.
Había perdido como unos tres años, pero decía
estar estudiando derecho; perfeccionó el arte de borronear cartas de amor
adicionándole dibujos obscenos sin discriminación de sexo.
Llego el día en que tuvo que desaparecer por una que envió a un ñero enamorado de una reina del Carnaval que, según decía, era la mujer de su vida; la recepción de la esquela fue delante de un grupo de comensales que al darse cuenta de la broma enseguida mencionaron al personaje de marras. Tuvo que cambiar de residencia y solo unos cuatro años después resucitó. Se había doctorado en empastelar naipes lo cual relataba con cierto orgullo. El aspecto físico se notaba distinto: había dejado crecer el pelo y el bigote semejante a un charro mejicano.
Su
temperamento bromista lo hacían muy gracioso ante todos hasta el día en que
esquilmó a unos venezolanos que pusieron el grito en el cielo al conocer sus
antecedentes.
Las
capacidades novelescas del Conde fueron aumentando. Adquirió fama como datero
del Cinco y Seis en complicidad con unos jinetes del hipódromo. Los sábados las
mujeres de la pensión lo esperaban hasta las cinco para sellar.
Preparó
una estafa a la dueña, una mujer no muy joven con un novio que no se decidía a
algo serio.
Se
consiguió un calanchín que leía los naipes con datos personales íntimos, que él
mismo proporcionaba y preparaba menjurjes para que los hombres se enamoraran.
Los cálculos le fallaron pues el precio de la preparación fue muy alto y la
mujer no se tragó el cuento y los pronósticos, además, resultaron dudosos.
Un
día se presentaron unos hombres, de mal aspecto, preguntando por Vittorio
Anssica, otro seudónimo que él mismo se había inventado, parecido al de un
artista italiano; cuando lo describieron lo relacionaron con Vitico: negaron
que el viviera ahí.
La
hermana de la dueña entro en sospechas. Esa noche se presentó sin cabellera ni
bigote, con un sombrero que modificaban totalmente su apariencia. Los mismos
hombres volvieron y preguntaron, en tono más fuerte, sobre el Señor Vittorio
Anssica, la dueña les recomendó que volvieran por la mañana
Vitico
estaba arriba oyendo la conversación y como de costumbre salió. Regresó temprano,
a las doce de la noche, saltó desde el segundo piso y no volvió nunca más.
Había
dejado unas almohadas simulando un cuerpo en la cama, la gente pensaba que alguien
estaba acostado durmiendo.
Veinte
años después terminó estudios de derecho y empezó a ejercer hasta que se supo
que había muerto de una infección galopante pues se aplicaba sondas uretrales
para poder evitar la cirugía urológica.
Dicen
que nunca se casó, que vivía solo en un cuartico- Triste destino.
SINO
IV. BUENAVENTURA, LA GITANA
Era una mujer menuda, andar rápido, movimientos nerviosos como su mirada y su risa; piel morena, pelo ensortijado, aspecto de gitana o de judía, características que se hicieron más notorias cuando supimos de sus habilidades para leer el futuro en los naipes, en la baraja española; actividad que, como sabemos, tiene metodología de interpretación que sus defensores intentan darle categoría de ciencia.
No
leía la línea de las manos, el tabaco ni el pozo de café, solo naipes.
Sabía
preparar menjurjes para conquistar al
“hombre que se ama”.
Tenía
una especie de altar con muñequitos: fotos y santos de devoción. Al hablar, a
pesar de ser cartagenera, no golpeaba, ceceaba, con acento indescifrable.
Nunca
supimos cómo apareció en el medio. Al parecer, formaba parte de un grupo de
estudiantes universitarios que los fines de semana organizaban bailes y los
jóvenes acudíamos con prontitud.
Estudiaba idiomas y decía tener en la
mira viajar a Francia, a la Sorbona. Llevaba por nombre Noemí Leonor, como una prima
mía que también leía la suerte en la baraja.
Lo
más característico de su personalidad: su afición por actividades esotéricas,
de hecho, ingresó a sociedades de ese tipo.
Obsesiva en las cosas del amor y bastante generosa tuvo la mala suerte de enamorarse de un estudiante de medicina, a su vez muy enamoradizo, que sabía aprovechar su pinta: las muchachas se volvían locas por él, hasta el punto de que lo bautizaron el “coqueto”.
Su clarividencia era notable aun para los que analizan en forma negativa los resultados de lo que vaticinan las adivinas. El mismo Rafa, así se llamaba el novio, afirmaba que de 100 cosas que te pronostican solo te acuerdas de las positivas, de las demás no; sin embargo, los pronósticos de Noemí lo ponían a uno a cavilar.
A pesar de tantas habilidades no pudo leer su
propio futuro ni influenciar en la mente de quien se había tragado. No valieron
rezos ni alfilerazos en las fotos del elegido, tampoco el humo del tabaco ni
las invocaciones a San Antonio.
El hombre, de un momento a otro, después de exhibirse ante ella y a pesar de los regalos costosos que le hacía, de sus infidelidades permanentes con muchas novias y los reencauches, terminó, Rafael Enrique, casándose con otra que no estaba ni en la lista.
Era
tanta la fijación que tenía Noemi Leonor en la mente que, de regreso de Europa,
le preguntaron si había conseguido novio y sin pensarlo respondió. “Si, me
conseguí un novio alemán, pero era muy mono y miren que casualidad, se llamaba
Ralph Heinrich……….
El
mundo siguió girando y el día que se enteró de la muerte de su amado, habían
transcurrido varios años, estando en una sesión en que le concedían el grado 33
de la logia a que pertenecía, se le produjo un colapso del cual no se recuperó.
Después de reconocer que no podía ser,
que no valía la pena seguir viviendo, que ese había sido el amor de su vida.
RIP.
SINO V. POLIFONIA
En
la familia de Efraím, los que nos enterábamos de los nombres de sus miembros -
mujeres y hombres- concluíamos que
fueron escogidos con un criterio estético y musical, con un aire de realeza
europea del siglo XIX y hasta literario.
Las
mujeres ostentaban los siguientes: Úrsula Zenobia, la mayor, Prisca Ernestina,
Gertrudis Eugenia, Dominga Isidora y Noemí Leonor, sin contar con un hermano
que se llamaba Eneas.
Sobrenombres
que les fueron endilgando familiarmente eran muy graciosos, veamos:
Úrsula:
Ula,
Prisca:
Picha,
Gertrudis: Chule,
Dominga:
Minga
Noemí:
Memo
Nada
que ver con los nombres que a hora escogen los padres: tienen un sabor gringo o de artista de cine o
inventan alguno que se les parezca
Volviendo
a la eufonía de los nombres y conociendo las increíbles dotes filarmónicas de
Efraín nos atrevimos a achacárselas a esa ambientación en forma muy arbitraria
que se empezó a hacer evidente cuando apenas, con unos tres añitos, jugando con
unos primos que intentaban sacarle música a un fututo de papaya, el pelao, que
era el menor, sin mucha dificultad sacó una melodía a la flauta improvisada que
llenaría de envidia hasta al mismo dios Pan. Había superado a otro dios,
Apolo…… y que fue su perdición. Mostró su primera genialidad.
El
hombre primitivo, con el correr de los tiempos, ha ido ampliando su ingenio
para transformar ruidos en sonidos y sumándolos hacer que tengan una aceptación
estética que llamamos música. También,
utilizando la voz y diferentes adminículos, tal un tubo con orificios alternativos
como el fututo o una cuerda al hacerla
vibrar o frotándola y así sucesivamente. La capacidad de hacerlo se reduce a seres privilegiados
que logran ponerlos a FUNCIONAR; don que en forma generosa tenía nuestro
protagonista.
Algo
parecido le sucedió cuando después de unas navidades le regalaron una dulzaina y,
quién dijo miedo, de inmediato se la llevó a la boca, empezó a soplar y
salieron sones y melodías que nadie esperaba.
Cuando le preguntaron que de dónde sacaba
esas cualidades dijo con mucha simpleza que: “en los carnavales vio a unos
hombres usando las cañas de millo en las cumbiambas, también en papayeras de
las procesiones en las que empleaban varios instrumentos”. Lo que a él le pareció
lo más de sencillo y fácil de hacer. Aprendió a tocar instrumentos musicales
antes de saber leer.
Más
grandecito un día fueron a visitar a unos amigos que habían comprado un piano. Sin mayor esfuerzo, de su parte, sin que le
alcanzaran las piernas para pedalear y
sus manitas a duras penas podían teclear fue llevado por algún mecanismo
interior y pudo poner a funcionar el más complejo y perfecto de los
instrumentos musicales.
Finalmente,
cuando su hermana se decidió aprender a tocar el físico instrumento, sin pensarlo
dos veces, cogió el violín y con mucha naturalidad empezó a sacarle melodías
que hubieran dejado regado al mismo Paganini
Instrumentos
de todo tipo, de viento, cuerda o percusión en sus manos parecía como si los
hubiera conocido o visto alguna vez.
Nunca
se le había ocurrido utilizar el más perfecto de los instrumentos musicales: su
propia garganta. En el coro se destacó como una de las voces mejor moduladas sin
que él mismo se valorara.
Era
la sensación. En las reuniones todos le
pedían la pieza de moda o la de los mejores recuerdos. Al fin logro entusiasmarse cuando ganó un
concurso de canto y decidió seguir la carrera de cantante.
El
tiempo paso, se hizo bachiller y dijo que quería estudiar medicina. En
vacaciones sin que nadie se diera cuenta se casó porque la novia había quedado
embarazada y todos los planes se trastocaron
El
tío que era librepensador, gran volteriano en sus apreciaciones, comento: “Es
que el sobrino pensaba que se iba a quedar”.
Y remató con otro aforismo más popular: “Dios le da pan al que no tiene
dientes”.
Los
malabares musicales los fue dejando de lado y solo cantaba correspondiendo a
pedidos de sus allegados, especialmente, sus tías; canciones como El día que me quieras y Flores Negras, por
ejemplo.
El
destino fue injusto con él. Adquirió la infección laríngea del bacilo de Koch y
su voz y su vida se fueron apagando inexorablemente.
Aún
no había sido inventada la estreptomicina.
JULIO MARIO LLINÁS ARDILA
SALGAR, cerca al mar Caribe. septiembre 28 de 2020
Comentarios
Publicar un comentario