ERNESTO KANDLAR VARGAS. IN MEMORIAM

 



ERNESTO KANDLAR VARGAS. IN MEMORIAM

 

Ayer, día de todos los santos, acompañé a mi gran amigo Ernesto Kandlar Vargas a su última morada en los Jardines de la Eternidad, de la ciudad de Barranquilla.  

Con una semblanza suya, estampa fiel de su simpática personalidad, tomada de apartes de un cuento que escribí en 2014, hace siete años, en donde le asigno el papel principal, rindo sentido homenaje al amigo fiel, servicial vecino, esplendido contertulio, a la persona ejemplar que fue el “Compae Charles” como le llamábamos cariñosamente.

Dios dispuso que ya era hora viajara a acompañar a la niña Zoila, su difunta esposa, y a Federico, el hijo querido que ya gozan de la visión divina.

El cielo está de fiesta con su llegada. Eso nos reconforta y da ánimo para seguir recordándolos a los tres con inmenso e infinito cariño. Descansa en paz Viejo Charles.

                           

EL COMPAE CHARLES

El compa Charles es lo que se llama un “man chévere”. Se pavonea, jactancioso con su atlética corpulencia, connatural a su abolengo antillano y apariencia cincuentona por toda la ciudad en donde “Raimundo y todo el mundo lo conoce”. No representa los almanaques que arrastra encima; próximo a los 80. Porteño, de la vieja guardia nació y se crio cercano al vetusto muelle construido por el cubano Francisco Javier Cisneros.

Conserva característica pinta de bacán buena gente, de los años 60, del siglo pasado. Vestimenta de colorines hawaianos en la camisa que lleva por fuera, pantalón de lino blanco bota ancha, zapatos a doble tono blanco y negro con su respectivo lazo encima y señorial sombrero cubano en concordancia con el color de sus mocasines que alterna con una blanca cachucha de marinero. Así se acicala, fastuoso, para saludar cada día a la gente del vecindario en donde vive.

Algunos lo ven como un vejete charlatán y petulante, pero, mayor parte de la gente que lo trata coincide en que es un tipo guapachoso, elegante y buena papa.

 Al caer la tarde, con la “fresca”, debajo de un tupido árbol cargado de mangos verde-amarillos ubicado a un costado de la ancha fachada del inmenso caserón de dos pisos, en donde ha construido un apartamento para cada uno de sus cinco hijos, se regodea sabrosón en una mecedora de las llamadas Momposinas. Fabricada con admirable arte en Mompox,  la Ciudad de Dios, en donde, dicen: “se acuesta uno y amanecen dos”.

Sobrevive, el señor Charles, con cómoda solvencia económica gracias a su mesada pensional ganada tras 30 años de trabajo como maquinista de Puertos de Colombia. De los pilotos que entraba y sacaba los barcos del difícil puerto de la arenosa capital. Se ufana repetitivo, cada vez tiene oportunidad, que nunca se le atolló un trasatlántico de la Grace Line en la dársena del río, en Bocas de Cenizas. 

Charles, cariñosamente lo llaman sus parientes y amigos cercanos, es una leyenda viva de su barrio y sectores aledaños.

A él se acercan para gozar de su verbo encantador, rico en refranes, anécdotas y chistes, cuanto parroquiano regresa en horas vespertinas de su cotidiana jornada laboral. A manera de última estación antes de adentrarse en los entresijos conyugales de sus viviendas.

Fiel devoto de la Santísima Virgen del Carmen le caigo, ya es costumbre, la víspera, el 15 de julio. Lo acompaño en la tradicional celebración hogareña que inicia religiosamente con la novena en su nombre desde el día 7. Que se cumple al pie del bello monumento, consagrado a la patrona de los marineros, ubicado en todo el centro de su patio. Parqueadero, además, de los  automóviles de cada uno de los hijos y la flamante camioneta Dodge azul con beige,  modelo 75,  de su propiedad.

En esta ocasión he llegado bien temprano en la tarde. Antes que sus hijos aparezcan con la infaltable “Papayera” que todos los años anima el nocturnal festejo.  Familiares y vecino se divierten de lo lindo hasta el día siguiente en medio de vistosos juegos artificiales traídos directamente de la Ciudad Sol.

 

-        Dr. Teo, me comenta, esta es una costumbre que yo conservo desde cuando trabajaba en Puertos de Colombia. Ahora mi prole la ha continuado con más devoción y entusiasmo. Aprovechemos que todavía no se ha formado el zaperoco para recuperar el tiempo perdido.

-         ¡Es que usted se me pierde!, me increpa en tono criticón, y tenemos buena tela que cortar. Vamos a ver cómo arreglamos este mundo chiflado y putrefacto que nos ha tocado en suerte para vivir, añade.

Hacía reminiscencia en estos días, anota con mucha parsimonia, de los tiempos aquellos de alocada y bohemia pasión juvenil. Imagínate que los sábados por la tarde con mi compadre el teniente MacArthur y el ‘Capi’ Correa, después que salíamos del trabajo bajábamos, desde Las Flores en la Vía Cuarenta, hasta donde Chambacú el Negro Adán, residenciado dos calles detrás de la Iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá.

Chambacú era un chabacano grandote y gracioso embustero que fritaba exquisitos chicharrones con pelo, deleite de la gente in de Curramba.

 Y continua su conversa que escucho con sumo deleite en cuanto yo también había sido asiduo de ese típico y singular comedero.

-        Era tan ramplón el señor Adán que no tenía escrúpulos en acoger su distinguida clientela con unas chancletas mugrientas, sin camisa, calzón recortado y desflecado: un mocho que llegaba debajo de las rodillas, que no alcanzaba a ocultar su mugriento ombligo por el abultado vientre que se mandaba. Un grandulón sin modales, el clásico corroncho. Se ufanaba, con placentera sorna, de ser el tipo más feo de la ciudad.

-        Allí pude compartir muy de cerca con reconocidos políticos que en plena campaña electoral armaban y desarmaban listas para corporaciones y quitaban y ponían cabezas en la administración pública. Pedro Claver Doria, Jaime Held, Emilio Lébolo, Julio Borelly entre otros.  También, se daba cita la fauna más florida del periodismo, la farándula y la radio local: Mike Schmulson, Marcos Pérez, Jaime Jiménez, Juan Gossain, Gustavo Castillo, Edgar Perea para mencionar algunos.   igual profesionales de todas las especies, sobre todo, médicos y abogados de mucho prestigio. Los médicos que más recuerdo, amigos jugadores del equipo de softball del Hospital de Barranquilla: Pacho Bernal, Gustavo Camacho, Efraín Gaines, Orlando Retamozo, Miguel Gómez y Luis Toledo.

 

Cuando eran las 7 de la noche Chambacú Adán, que no gustaba trasnochar, echaba la gente sin contemplaciones; no respetaba pinta, prestigio ni autoridad alguna. A esa hora, salía yo, con mis dos compañeros de farra para un tertuliadero que le decían “El Vaivén”, ahora denominan La Cueva, en el Barrio Insignares (El Recreo). Fíjate, Teo, que ahí, entrecruzaba con otro personal de la rancia bohemia de Barranquilla; unos señorones que se las daban de muy finos, pero, bastante informales en su pinta, con apariencia unos de intelectuales y otros de cazadores. De este combo rememoro al mono Álvaro Cepeda, escritor; Juancho Jinete, editor; Germán Vargas, periodista; Alejandro Obregón, pintor; Plinio Apuleyo, escritor periodista y el líder del grupo, apodado ‘La Jirafa’, se llamaba Gabriel.

 

Todo engreído, mi amigo Charlie casi a gritos me impreca diciendo:

-        ¡Pa’ que veas! que yo también he sido… soy de la farándula, mejor dicho, del Jet set… Ajá y ¿qué? ¿Es que ahora me vas a salir con el cuento de que tú, también, no perteneces a la clase IN de Curramba con todo y el cipote médico que eres?

 

Con la tripa ronera alborotá le increpo:

-        ¡Eche compa Charles!, ¿hasta cuándo me va a tener aquí con el galillo reseco? Yo sé que usted dejó el trago, pero, nojoda, no sea barro, destape una de sello azul que sus hijos tienen por ahí encaletá para la recocha de esta noche. Pa’ ile dando viaje.

 

-        ¡Zoila! ¡Choly! ¡Mija!, gritó desesperado Charles, sírvele un traguito doble, a la roca, al doctor Teo, que se nos va. Arréglale, además, una picada de huevas de pescado. De esas que traje esta mañana de Puerto. Con su bollito de yuca.

 

Definitivamente mi amigo Charlie es la biblia y cuando toma el uso de la palabra no hay poder ni en la tierra ni en el cielo que lo pare. Después de libar par Whiskies,  de mi parte,  se toma un tinto bien “cargao” que le trae la niña Zoila, su amantísima esposa, con otro guacharacaso, el tercero,  para mí de despedida, el del arranque.

 

 

Barranquilla noviembre 1 de 2021

Teobaldo Coronado Hurtado.

 

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