OCHENTON JUBILOSO

 


OCHENTÓN JUBILOSO

 La emoción del aprendizaje separa a la juventud de la vejez. Mientras estés aprendiendo, no eres viejo. 

 Rosalyn S. Yalow

Introducción

Sin haber pisado aun los 80, que cumplo en julio primero, mi corazón palpita ya como el de un jovial y risueño ochentón. Sin con esto, decir quisiera, añore devolverme a mis años mozos, los del inquieto universitario de la revolucionaria década de los 60, del siglo pasado.

Vivificante sensación me produce llegar a esta avanzada edad que, atrevido, asemejo al estremecimiento que sacude las hormonas de un inquieto adolescente cuando evoluciona, con su “desarrollo” de la niñez a la juventud; convertirse en ciudadano al completar 18 primaveras,

Las ocho otoñales décadas, próximo a celebrar, me sitúan, guardadas las proporciones, en la condición de un veterano varón en que Dios según palabras del profeta Daniel “Me ha concedido el honor de la senectud” [i]. Honor bendito, justo premio, a mi natural “transición” hacia la vejez.

Para Jorge Luis Borges en su libro Elogio de la Sombra “La vejez (tal es el nombre que los otros le dan) puede ser el tiempo de nuestra dicha. El animal ha muerto o casi ha muerto. Quedan el hombre y su alma”. [ii]

Con el singular contraste de que el “joven hombre”, con su gonadal renacer ha superado, apenas, la etapa primera de la niñez. El “viejo hombre”, en cambio, que en mi habita ha tenido la osadía de dejar atrás su cándida niñez, fogosa juventud y curtida adultez. Considerarme jubiloso - jubilado soy - retribuido con creces por la vida y la bendita protección de lo alto. Alabado sea Dios.

Según Enmanuel Kant, en Lecciones de Ética, “En la edad pueden distinguirse distintas etapas. La infancia en la que uno no puede mantenerse a sí mismo. La juventud en que uno puede mantenerse así mismo, mas no a su descendencia y la madurez cuando ya el hombre no solo es capaz de procrear sino también de mantener a su prole” [iii]

Abuelo querendón.



Generosa la vida que me ha concedido el galardón justo de los vencedores en cada una de las etapas de mi cumplida existencia. Sin embargo, ninguna de las preseas conquistadas en la niñez, juventud y edad madura superan mis actuales complacencias con la preciada corona que, ahora, adorna mi blanca testa y me dignifica como oficioso abuelo, si, querendón abuelo, adoración de tres hermosos nietecitos.

 Amor distinto, este, el de la dupla abuelo - nieto al que se profesa entre padres y esposos, hermanos, hijos, sobrinos o cualquier otra persona por quien se sienta especial afecto. No tiene parangón. Es el más puro de todos los quereres; amor fantástico, recompensa infinita del cielo a la añosa presencia existencial para el breve peregrinaje terrenal que aún queda. Es un amor en esencia alegre, insuperable, pleno de la sana alegría del “ser niño” que apenas comienza, como del ingenuo regocijo del “ser anciano” que acaba: amor de verdad verdad, con sin igual frenesí.

Para Platón la alegría era un estado de locura, de delirio, indicativo de la presencia divina. [iv] La perfección mayor de la mente según Baruch Espinoza para diferenciarla de la tristeza, la perfección menor [v].  De “loquito”, por casualidad, no me baja Antonia mi nieta de seis años, de exótica belleza, cuando le refiero mis disparatados cuentos.

 “En la universidad tengo un profesor de apellido Coronado; ´tronco de loco´ pero ese HP si sabe” comentó, en cierta ocasión, un estudiante de medicina a mi hijo Juan Francisco cuando le indicó su apellido y sin saber que yo era su padre.

Hoy en día uno que otro amigo, compinche del deporte blanco, una vez terminamos un partido de tenis se me acerca y con la mano sobre el hombro me dice: “Teo, qué bien. Ojalá pudiera yo, cuando llegue a la edad tuya, jugar como tú ahora lo haces”. Impresionado, así lo creo, por mi ágil desempeño en la cancha, a sabiendas, de reconocerse mucho más joven.

 

Ser alegre.



La llamativa vitalidad que reflejo en mi accionar, no obstante, mi física fragilidad, la debo sin duda a mi actitud alegre, al entusiasmo que pongo a todo cuanto hago. “Ser alegre” ha sido una constante en las distintas facetas de mi dilatado periplo vital tanto en lo personal como en lo familiar, social y profesional.

Considero, por experiencia propia, que una actitud alegre te da poder para lograr un comportamiento que genere confianza y colaboración en los demás. Un rostro tranquilo y sonriente hablan de ti como una persona sencilla, descomplicada, sin soberbia. Que eres humilde. Todo lo contrario, a la adustez y “cara dura” demostrativa de   la arrogancia y vanidad propias de los petulantes y engreídos, con el que pretenden simular una seriedad que no tienen y en vez de infundir respeto lo que producen es miedo y rechazo.

-     - “Coronado, necesito hablar contigo cuando terminemos la cirugía” me advirtió un distinguido y circunspecto cirujano del Hospital de Barranquilla. Concluida la intervención, solos en el Vestier del área de quirófanos, me comentó que:

-      “Estaba en desacuerdo con el trato tan amistoso y dicharachero que el observaba yo tenía con las enfermeras. No les des tanta confianza, te pueden faltar el respeto, tienes que darte tu jerarquía”.   Me limité a contestarle que ese era mi modo de ser y que no creía pudieran sobrepasarse conmigo.

La alegría no es incompatible con la seriedad; es ingrediente que unido a una conducta respetuosa y responsable proyectan en el individuo la imagen de buena persona, de “buena papa” de acuerdo con un decir muy colombiano. De una persona creíble.

La alegría, una de las cuatro “Pasiones del alma” además del miedo, el deseo y la tristeza según San Agustín[vi], es gran antídoto contra la nostalgia, dificultades y contratiempos que a diario toca enfrentar. Da sentido a la existencia. 

Mediante un ánimo alegre tenemos mayor facilidad de acceso a “Un estado de bienestar” no solo físico sino mental. Una sonrisa fresca y amplia es, sin duda, manifestación clínica de buena salud. Cuando el enfermo, en medio de su padecer, sonríe es señal positiva de franca mejoría.

 “La risa, remedio infalible” es título de una sección de la mundialmente conocida revista Selecciones que invita a reír a través de unos chistes. Los individuos inteligentes, entre otras cosas, se caracterizan por un gracioso sentido del humor. No se toman tan en serio.

 Las personas dotadas de una superior capacidad de resiliencia ante los embates que acarrea la lucha por la subsistencia se distinguen por su temperamento eufórico y profunda paz interior.

 

Conclusión

Jubiloso octogenario mi invitación, como tal, es la de volvernos expertos en sembrar alegría y entusiasmo a nuestro alrededor. Ser simpáticos.

Irradiar con fervor contagiante la dicha que experimentamos por estar aún “echando pa adelante”, deleitándonos con el tiempo demás que nos ha tocado en suerte; sirviendo.

Mantengamos una sonrisa a flor de labios para todos cuantos se acerquen a inundarse de nuestro delirio platónico, seres de luz que somos; iluminando con la sabiduría de los años.

“No es la felicidad la que te hace sonreír, es sonreír lo que te hace feliz”. Nos advierte un antiguo adagio árabe. Con la seguridad de que sonriendo es como hacemos felices a tantos que esperan de nuestro aprecio y cariño.  Sonreír no cuesta nada.

“Conserva siempre sobre tu rostro, una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor continuamente te dirige”,[vii] nos aconseja Teilhard de Chardin.

Barranquilla abril 7 de 2022



[i] Daniel. 7, 14

[ii] https://books.google.com.co/books/about/Elogio_de_la_Sombra.html?i

[iii] Kant I. 1988. Lecciones de Ética, Editorial Critica, Barcelona, p. 297.

[iv] https://es.wikipedia.org/wiki/Alegr%C3%ADa_(emoci%C3%B3n)

[v] Ferrater Mora J. 1994. Diccionario de Filosofía, Ariel, Barcelona, P. 92

[vi] San Agustín, 1968, Confesiones, Colección, Editorial España – Calpe, Madrid, p. 212

[vii] De Chardin Teilhard. https://www.biblia.work/sermones/alegria/

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