PETULANCIA MÉDICA
PETULANCIA MÉDICA
Introducción.
Después
del saludo protocolario me permito presentarle “Del Arte de los Dioses.
Memorias de un Anestesiólogo”, mi más reciente publicación, al colega de
especialidad que hacia un buen tiempo no veía. Mira la portada primero, la
contraportada después y pregunta si todos esos libros, que allí aparecen, los
he escrito yo ¿Cuántos son? y da las
gracias por el obsequio. Doctor Coronado está lindo el libro, es mío verdad,
dice y se despide.
_Perdón
doctor, es usted muy gentil si me colabora, el libro tiene un costo de $50.000,
se lo agradezco.
Sonríe,
socarrón y con gesto petulante devuelve el texto diciendo que:
_Ah
no, ya yo no leo, no pierdo el tiempo en eso. “Solo veo Netflix”. Para qué gastar
dinero en esas cosas.
Ante
semejante desplante, enmudecí.
Una
joven, de dos presentes en el salón en donde me encontraba, que observó la
escena, una vez el amigo médico se retiró, exclamó:
_
¡Anda doctor, qué indelicado fue ese señor ¡
¿Es
médico? Me pregunta. Llama la atención que usted no se haya incomodado. Super,
se quedó calladito, comenta sorprendida.
_Eso
no es nada mija, repliqué. Ves asimilando, así es la condición humana. Uno con
los años, a punta de “totazos” aprende a no perder la serenidad, a mantener la
calma, a no darle trascendencia a majaderías e impertinencias. De hoy en un mes voy a cumplir 81 años. Son
muchas las cicatrices que llevo en el alma, convertidas en estoica muralla que
blinda el carácter para afrontar las “indelicadezas” de la gente, difícilmente
me descompongo. Si se quiere, la serenidad, es una de las tantas virtudes que
se ganan por tener el bendito privilegio de llegar a viejo. “Imperturbabilidad
o equanimitas” la denomina William Osler, el norteamericano padre de la
medicina interna. La escuela de la vida le
enseña a uno que cada cabeza es un mundo, que de todo hay en la viña del señor,
para saber aceptar a las personas como son. Comento a la intrigada niña ante su
asombro.
Bienaventurados
lo que todo lo saben.
Este
suceso ha hecho recordar otro, bastante parecido. En cierta ocasión estábamos
reunidos con las familias, un domingo, en la frondosa finca de un compañero
ginecólogo del Hospital de Barranquilla. Le comenté en medio del festejo, a un
colega anestesiólogo, sobre la adquisición reciente del texto “Anestesia y
Reanimación. Fundamentos Básicos” de Harrison, de lo fascinado que estaba
con su rico contenido temático.
_
“Yo no compro libros, no gasto dinero en eso. Todo lo que hay que aprender de
anestesia ya yo lo sé”. Fue la petulante respuesta del sobrado doctor. Quedé
pasmado con su sorprendente “modestia”. Efecto de los tragos me dije para mis
adentros.
Ortega
y Gasset en la Rebelión de las Masas, al respecto, tiene una apreciación
contundente ¡Como será de tonto, que cree saberlo todo ¡
La
del italiano Scarpatti es sarcástica parodia del sermón de la montaña:
“Bienaventurados lo que todo lo saben, porque de ellos es el reino de la
petulancia”.
Petulancia.
Definición.
Petulancia del latín petulantia, según
el diccionario castellano tiene los significados de: vanidad y soberbia
desmesuradas. Arrogancia y engreimiento en grado sumo. Arrogancia e
intransigencia del que se cree superior a los demás. Cualidad propia de las
personas fanfarronas y presuntuosas que se consideran más valiosas que nadie y
no aprecian las opiniones de los demás a quienes ven inferiores y de menos valor.(1).
En el lenguaje costeño, caribe, según el español
barranquillero de Wikipedia” “fartedad” es sinónimo de petulancia, con sus
acepciones de presumido, presuntuoso o petulante.(2)
De
esta forma, en el argot currambero, el petulante es un “farto o fapto” -
golpeao se oye más sonoro - que se identifica por su porte ostentoso y envalentonado,
verborrea incontrolable en que lo creíble es la mitad, cuando mucho, de cuanto
vocifera en forma exagerada. Desgañita contando
lo bien que le va, enseñando que se las sabe todas, las habidas y por haber,
escondiendo sus embarradas y fracasos. Se engaña a sí mismo convencido de que
la gente le cree su perorata mentirosa.
La
petulancia constituye un vicio o defecto del carácter que tiende a agrandar sus
hazañas y evita hacer referencia a sus problemas, a sus defectos y a sus
fallas. Comprensible en edades tempranas
de la vida, pero sumamente criticable cuando ya se está en una edad madura.(3)
Si
hay algo que los pacientes critican, con justa razón, es la actitud arrogante y
en ocasiones humillante del médico petulante, especialista por lo general, que
se comporta poco amigable, con un complejo de superioridad que atemoriza, que
rompe el necesario dialogo interpersonal.
Ninguna sugerencia u opinión del paciente tiene valor; porque piensa de
este que es ignorante y el cómo experto es infalible, lo sabe todo, muy por
encima, incluso, de los demás profesionales de la medicina. Se considera el non
plus ultra de la ciencia médica.
Netflix
o los libros.
El
episodio más reciente, sin embargo, ha llevado a cuestionar sobre si valió la
pena el tiempo invertido, tres años, en la elaboración del libro, para terminar
despreciado por un colega que pensaba podría acogerlo con espontaneo cariño y, antes,
por el contrario, no ha tenido recato en enrostrarme que prefiere ver una serie
de Netflix, antes que leer un libro, mi libro. Yo soy el libro.
Cierto
es, que una “golondrina no hace verano” y seguro estoy serán muchos, muchos más,
los buenos lectores que sabrán acoger mi obra con generosidad y degustar con
gran deleite intelectual. El mundo de
los libros es así.
Este
episodio me conduce a la pregunta sobre ¿qué es mejor, ver Netflix o leer
libros?
Encanta
conversar con personas de escasa escolaridad, de origen humilde. No tengo
inconveniente en entablar una charla con el vigilante del edificio, la empleada
doméstica, el taxista, el obrero que llega a realizar alguna reparación, los
muchachos recogebolas en la cancha de tenis y, por supuesto con los pacientes.
He logrado captar, llama la atención, la predilección que tienen por esta
aplicación cinematográfica. Es su entretenimiento favorito; entendible que sean
poco dados a la lectura y, sin embargo, es mucho lo que uno aprende de estas
personas si los escucha con atención. Entre más sencillos más aspiramos al
saber de las cosas, al reconocer con Sócrates “que solo se, que nada se”
Con
esto no quiero decir que el Netflix esté vetado para los intelectuales,
profesionales o sujetos de alta escolaridad, para los doctores. Tengo, de mi
parte, la costumbre de dedicar los sábados por la noche a ver películas en la
grata compañía de mi mujer, saboreando un relajante Merlot o un Cabernet
Sauvignon. En la rutina diaria, en los ratos de ocio, prefiero un libro al
televisor, poco televidente que soy. En
la lectura me plazco para alimentar el espíritu, nutrir mi pasión de escritor,
perfeccionar esta afición que subyuga, con la enseñanza de los grandes maestros
del parnaso universal.
Lo
preocupante es que un profesional de la medicina, cualesquiera, que se supone
por su estatus académico un tipo estudioso, no solo de temas médicos sino,
también, de todo lo que tiene ver con la cultura en general, es decir, que debe
ser un hombre culto, se exprese de manera supina del placer de leer, de la sabrosura de degustar las páginas de un libro.
Con
ánimo optimista quiero pensar que los dos casos, expuestos en esta crónica, son
excepcionales en el comportamiento mayoritario de los profesionales de la
salud. Porque el viejo y conocido refrán, acuñado por el sabio médico catalán José
de Letamendi lo dice. “El médico que solo sabe medicina, ni medicina sabe”
Con
relación a la pregunta sobre ¿qué es mejor, ver Netflix o leer libros?
Ver
la televisión puede acortar la esperanza de vida según una investigación
publicada en la revista British Journal of Sports Medicine. El impacto de
la pantalla rivaliza con otros factores de riesgo como fumar o la falta de
ejercicio físico.
Para
llegar a esta conclusión, los investigadores analizaron los datos del Estudio
de Diabetes, Obesidad y Estilo de Vida Australiano (AusDiab), con información
de 11.000 adultos por encima de los 25 años. A partir de estos datos observaron
que cada hora de televisión reduce la esperanza de vida de un ser humano en 22
minutos. Y que un sujeto adulto que pasa frente al televisor una media de seis
horas diarias a lo largo de su vida puede ver mermada su longevidad en cinco
años frente a una persona que no ve habitualmente la televisión. (4)
Por
lo visto, la alta exposición a las pantallas a la que sometemos nuestra vista
no es nada positiva, y por ello, es aconsejable leer un libro antes de ir a
dormir para, de esta forma, disminuir el nivel de exposición a las radiaciones y
luz del televisor.
Todo
tiene su tiempo y su lugar.
Los
libros y Netflix no se excluyen si sabemos programar el tiempo disponible para
cada uno, evitando los excesos que hagan daño a la salud. Lo álgido del asunto
es que la dedicación a los libros demanda mayor esfuerzo y disciplina. Se trata
es de ser amante, devoto de la lectura que, si no la posees terminas absorbido
por el cómodo apoltronamiento en un sofá contemplando como la “TV te ve”
mientras una imagen tras otra pasa, según expresión satírica de Eduardo Galeano
el ilustre escritor uruguayo. De allí la facilidad con que las personas de baja
escolaridad sean tan fanáticas de Netflix.
Para
que tanta “fartedad” si el libro del Eclesiastés 3:1, nos enseña que:
Todo
tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
Tiempo
de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo
plantado; tiempo de enfermar, y tiempo de curar; tiempo de llorar, y tiempo de
reír; tiempo de buscar, y tiempo de perder;; tiempo de callar, y tiempo de
hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de
paz.
Barranquilla junio 7 de 2023.
(1) Diccionario Castellano. petulancia.
(2) Villalobos Robles José
David, El español hablado en Barranquilla, 2007. sites. Google.com.
(3) Definición de petulancia - Qué es y concepto (Enciclopedia.net)
(4) https://www.muyinteresante.es/salud/10577.html
Gracias Teo
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