PROFESIONALISMO Y ANALFABETISMO

 

PROFESIONALISMO Y ANALFABETISMO

Introducción

Cuando calificamos a una persona de intelectual, a mi modo de ver, pretendemos significar que, además del conocimiento propio de su actividad o profesión, domina saberes en relación con las ciencias humanas, de las comprendidas en el currículo como humanidades. Un humanista, pues, que se regodea en el mundo de las bellas artes, las letras, la historia, la política, la filosofía y los intrincados vericuetos de la ciencia en general, con una concienzuda orientación crítica de cómo anda el mundo aquí y allende los mares.

Abundan profesionales, sobresalientes especialistas en cualquier disciplina, que proyectan mínima erudición más allá del pergamino académico que poseen como tales. Revelan gran solvencia desde un punto de vista teórico-práctico de su oficio y cierto grado de cultura general con el que suelen calificarse de versados en su área laboral.

Existe, también, cierto espécimen de escasa ilustración, lamentablemente, in crescendo en individuos que ostentan acreditación universitaria. En tono un tanto despectivo se les llama “profesionales analfabetas” dentro de lo que entendidos en educación denominan “analfabetismo funcional”[i] , dada su ignorancia crasa en sapiencias elementales para una persona que ostenta escolaridad superior. Sus lecturas se circunscriben a las páginas deportivas, sociales, de crónica roja, horóscopos, tiras cómicas de periódicos y contenido banal de las revistas de farándula. Poco interés muestra el analfabeto funcional para participar en los procesos democráticos; conocer, comprender y hacer valer sus derechos; discernir entre la información de calidad y aquella que no es confiable; velar por su propio bienestar físico y psicológico; Acceder a la movilidad social.[ii]


Bagaje intelectual

Universidad de Cartagena

Considero justificado este severo calificativo para sujetos que se supone saben leer y escribir más o menos bien, pero, incapaces de suficiente comprensión de textos para ejercer su sentido crítico y exponer argumentos claros, carecen de opinión. Es notable el déficit lexicográfico en su expresión oral; redacción, ortografía y sintaxis al escribir. Pululan montones en todos los entornos con notoria presencia, parece increíble, en medios de comunicación, de la radio en especial, en que la chabacanería se da la mano con el lenguaje soez y morboso. Casi siempre son buenas personas con óptimas relaciones públicas y pueden, incluso, llegar a desempeñar palmario papel en la comunidad, gracias a sus conexiones económicas y politiqueras y, por qué no, a la buena suerte.

En la era cibernética, que vivimos, la afición por la lectura va de capa caída ante el auge de la imagen que proyectan, omnipresentes pantallas y displays de variados modelos. 

Las redes sociales copan la atención de la gente con preferencia en contenidos que poco, pocón, contribuyen a enriquecer su cultura general.   De allí, el precario bagaje intelectual de posudos personajes, bien vestidos y emperifollados, con alta representatividad comunitaria que al contacto personal muestran la ordinariez de su talante, su mala educación,  en algunos casos más ignorantes que el humilde ciudadano que no ha pisado las aulas de una escuela.  

Incongruencia de posgrados

Incongruente pareciera este inculto panorama en pleno auge de especializaciones, maestrías y doctorados. Titulaciones que se supone garantizan mayor grado de preparación académica y calidad humana al profesional que los ostenta. El auge de estos postgrados, con escasez innegable de virtudes humanas, de humanismo, en individuos llamados a mostrar excelencia académica en el ejercicio de sus actividades, es asunto preocupante. Pone en duda su efectividad cognitiva, pedagógica y, sobre todo, formadora del ser humano en su desarrollo integral.

Cualquier profesional, hoy en día, ostenta en su hoja de vida uno o más de estos pergaminos académicos. Prerrequisito indispensable, de estos tiempos en que se hace apología a la calidad en el servicio, para optar una posición docente o de rango empresarial.

Profesionalismo médico


Es evidente, existe un descontento general, más notorio, en el ámbito de la medicina, es decir, por el profesionalismo médico, dado el discutido comportamiento personal tanto como la competencia profesional de quienes prestan su fuerza laboral especializada a la comunidad en el campo de las ciencias de la salud.

Insatisfacción de la gente, con la atención sanitaria, crece día a día creando peligrosa tensión que se suma a la, de por sí, riesgosa intervención asistencial de los profesionales médicos. Con el compromiso de garantizar la eficacia de la atención cuando esta no plasma la confianza depositada en la relación contractual agente de salud-institución-paciente.

El antipático carácter mercantil que exhiben los prestadores del servicio médico asistencial no encaja a cabalidad en el eslogan comercial: “El cliente siempre tiene la razón”. El voraz ánimo lucrativo de la salud, como negocio, marcha en contravía del espíritu altruista de una profesión en donde sus practicantes hacen promesa pública de ser fieles cumplidores de unos códigos éticos que imponen rigurosos deberes y responsabilidades.

_ Llamó la atención, de varios de los asistentes al congreso médico que tuve oportunidad de asistir en el mes de julio pasado en la ciudad de Cartagena, el siguiente detalle. Preciso, en un conversatorio sobre aspectos ético-médicos de la profesión, uno de los conferencistas a lo largo de su exposición, una y otra vez, hacia alarde de los pingues ganancias monetarias que obtenía no solo por su condición de médico sino, también, por su “brillante” desempeño como abogado. “Mis honorarios los recibo en dinero contante y sonante, nada de papelitos”, alcanzo a decir, sin el menor asomo de modestia.

A mí y otros más del auditorio, con quienes tuve oportunidad de comentar lo sucedido, nos quedó el sabor amargo de lo primordial que era, para el expositor, el ánimo de lucro por encima del noble altruismo que debe adornar a un auténtico profesional de la medicina. Pésimo mensaje de este señor que, por su alta investidura académica, debe dar ejemplo de ponderación.

Especialiitis

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Descansa así en franca desventaja la nobleza de la misión médica encuadrada aun, a pesar de todo, en el romántico humanismo hipocrático en que son formados los estudiantes en las escuelas de medicina. La realidad que encuentra el nuevo doctor al enfrentarse iluso a la práctica de su oficio, ars médica, no corresponde en nada con los códigos de valores que debió haber aprendido de sus sabios y experimentados maestros. La ausencia de una sincera vocación solidaria por el otro, por los demás, de vocación social,  ignora la primordial filantropía que debe adornar la misión sanadora del médico.  Evidente, esta ausencia de vocación, en el joven aspirante a la carrera, cuando desde el colegio, antes de su ingreso a la universidad, ya está ilusionado con ser cirujano, cirujano plástico, ginecólogo o cualquiera otra especialidad sin tener conciencia clara que,  para llegar a ellas,  primero tiene que hacerse médico, ser médico. El mejor especialista es aquel que es un buen médico general.

Impera, en este muchacho, por encima de todos los valores morales que dignifican la profesión, el ánimo de enriquecimiento, poder o fama, característicos de una sociedad que le ha inculcado el culto al éxito. Un éxito en concordancia con los bienes de consumo que poseas y la figuración mediática que tengas. Un estudiante de medicina con esta prematura “especialiitis” en su mente pondrá poca atención a asignaturas relacionadas con las humanidades que, a su modo de ver, optimista materialista, poco le aportan a su ambicioso proyecto profesional futuro, las considera de relleno. Como lo estrictamente científico es lo primordial el resultado último no puede ser otro al el de un “Bárbaro científicamente preparado, que constituye el tipo más peligroso de ser humano que hay en la actualidad”[iii]

Ciertamente, señala Ortega y Gasset: “Cuando una nación es grande, es buena también su escuela. No hay nación grande si su escuela no es buena”[iv]



Conclusión

A la profesión médica le toca asumir un paradigma nuevo para trascender con nobleza la tradicional gestión clínico-terapéutica y enfrentar los retos del siglo XXI, enmarcados en unos cambios consecuencia, en principio, por el aumento en la expectativa de vida de la población con el evidente incremento de la gente mayor y la consiguiente prevalencia de enfermedades crónicas y degenerativas.

La globalización de la información, de la economía, del conocimiento médico y su cambiante tecnología conllevan a la necesidad de determinar prioridades en la toma de decisiones administrativo-asistenciales de acuerdo con unos valores y principios que propendan por el bien de la vida y la salud humana. He aquí, la importancia de la enseñanza de la ética profesional y la bioética en escuelas y universidades en general, no solo en las facultades de ciencias de la salud. La bioética es un compromiso de todos. "Cuidamos la vida caminando juntos". 



[i] . Tohmé, Georges. Universidad y alfabetización. Cuestiones sobre alfabetización. Barcelona: Unesco/OIE de Cataluña, 1990.

[ii] https://blog.pearsonlatam.com/en-el-aula/analfabetismo-funcional-como-combatirlo

[iii] . LOBKOVICS, N. Responsabilidad Ética ante la Universidad. Programa de Ética Médica de ASCOFAME, módulo II, 1983, p. 13.

[iv]  3. ORTEGA Y GASSET, José. Misión de la Universidad y otros ensayos sobre educación y

pedagogía, Revista de Occidente, 1982, p. 27.

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