ERA PROSTÁTICA


ERA PROSTÁTICA[1]


Bueno…. De qué les hablo a mis condiscípulos, compañeros de promoción, si nos vamos a reunir para celebrar, aparentemente, nada. Ya festejamos en 2009 ocho lustros de graduados, apenas, pendientes de los 45 y de los 50 que si la buena salud lo permite vamos a conmemorar con toda la pompa. Me interrogaba impaciente en estos días.

Pienso, el encuentro de hoy ha sido programado para no perder la costumbre de “Volvernos a ver”; estribillo que utilicé en mi discurso de hace 2 años cuando nos reunimos con motivo de los cuarenta en el Club de Profesionales de Cartagena.

Cierto es, la mayoría de nosotros, con un margen de más o menos 3 años, se encuentra colindando los 70.  Quiere decir, que estamos en plena era prostática con la obvia excepción de Carola (Carolina Samper Vásquez).

Somos los hombres seres prostáticos por naturaleza; custodios además del par de testículos que llevamos a cuestas; que nos convierten, por tanto, en tronco de huevones. “Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer y detrás de cada gran mujer hay un gran huevón”. Eso afirma el novel Gabriel García Márquez.

En la etapa pre prostática, antes de los 50, nos consideramos varones orgullosamente con cojones; una vez la bendita próstata se agranda por la acción incontenible de la dietiltestosterona se transforma en pesada carga matriculándonos en la senil cofradía de viejos chacarones.

Según la teoría de mi maestro del Colegio San Francisco de Asís y ahora querido contertulio, Goyo Tejada, el miembro viril, le llama la niña Emilia, alcanza su mayor envergadura, 30 cm, por la acción potente de los cojones. Cuando saltamos a huevones se reduce a la mitad su tamaño y eficacia. Viene después su lamentable eclipse con el probable riesgo de pisarnos los escrotos, las bolsudas y potrosas chácaras que nos quedan.

Es en el imaginario popular donde se da esta evolución gonadal para el trato a los hombres, así: Cojones cuando estamos jóvenes, huevones después en una etapa intermedia para terminar de viejos chacarones en la tercera edad. Veamos:

1.         Para significar que somos unos machos de verdad…verdad afirmamos que “tenemos los cojones bien puestos”

2.         Pasado el vigor esplendoroso de la juventud y alcanzada la edad madura pasamos a ser solo: “Unos ridículos huevones” con las acepciones de pendejos, tontos, pelotudos, bolsas y algunos llegan hasta darle el peyorativo significado de maricones. “No seas huevón” insinúa tan ruda advertencia cuando nos la chillan en la cara.


3.         “Pa` jodé al viejo chacarón este” exclaman en tono burlesco jóvenes y mujeres ante un señor ya mayor que incomoda o molesta con sus chocheras. De tal suerte que chacarón es sinónimo de hombre decrepito.

Nos corresponde ser agradecidos con la envolvente fruta seminal que rodea la complaciente uretra que tanto placer libidinoso nos ha dado; aceptar resignados el momento indeseado en que toca agachar la cabeza después de intenso “fundengue” a que fue sometida por los arrebatos propios del miembro viril.

En mi caso personal, desde los 50, tuve que estar atento a su decaimiento y decrepitud resultante de su abultado crecimiento. Dos veces al año recibía la anal caricia tortuosa de Rafa Tatis. “Aja Teo” era el saludo cordial, siempre afectuoso con el que me recibía. Me trataba más como colega y amigo que en condición de paciente y conversábamos animadamente. De pronto, cuando menos lo esperaba, surgía su vocación de urólogo perspicaz. “Teo, voltéate y bajete el pantalón que te voy a enterrar el deo”. Miebda y ¿cómo sabes tú que estoy aquí para que me examines? le increpaba asustado. “Aja y a que más viniste” me respondía inclemente.  ¿Dónde me acuesto? le preguntaba. El tipo de pies y yo igual, pero, un poco inclinado hacia delante y apoyado a la pared, me calibraba sin contemplaciones. “Estas bien y sigue tomando el hytrim (tamsulosina)” eran sus palabras de despedida.
Hasta ahí llegaba el encanto de la visita.
Qué tremendo médico fue el Dr. Rafael Tatis; aún conservo la terrible pena que me produjo su partida definitiva.

No obstante, mi investidura galénica debo reconocer  me dejé embaucar con tanta información superflua que propone remedio efectivo a los males urinarios originados en la próstata. Es así como me he auto medicado con cuanto menjurje recomiendan la una y mil medicinas alternativas que inmisericordes explotan incautos que, como yo, se han tragado el cuento de los que usufructúan el suculento negocio de los remedios naturales y sobrenaturales. El tal saw palmetto, la semilla de calabaza, el tomate, la linaza, la penca de sábila, el magnesio, el calcio, la vitamina C y todas las vitaminas habidas y por haber hicieron su agosto conmigo sin beneficio cierto. Mi próstata hizo gárgaras con toda esa bisutería medicamentosa.

Como la causa impostergable de este encuentro es la reminiscencia, les puedo comentar que en el prolongado recorrido que me ha tocado padecer por mis penurias prostáticas han venido a mi mente recuerdos de la rotacion por Urología en el Hospital Santa Clara.

Profesor, le señalaba al viejito Eusebio Vargas Vélez, al término de una ronda del servicio: tengo varias semanas de estar aquí como interno en Urología y no he tenido oportunidad de operar con usted.  He entrado a quirófano con el Dr. Macía (Alfredo Macía Santoya) y con Cristian (Cristian González Valero). “Y que has hecho, cuéntame”, me interpeló.  Dilataciones uretrales, varicocelectomías, circuncisiones, orquidectomías y punciones biopsia de la próstata con la aguja de Silverman; le contesté.
“Para el lunes me vas a programar una prostatectomía a las 7am”. Me indicó.

Sorpresa mía, cuando frente a frente en el quirófano, al iniciar la intervención coloca el bisturí sobre mi mano y me dice: “Coronado opera”. Pueden imaginarse el culillo que me dio. El Dr. Vargas con esa suavidad de carácter que se mandaba, que rayaba en la ternura, me tranquilizó y comenzó a indicarme, todo un maestro de la cirugía, paso por paso lo que debía hacer. Fue la primera y única prostatectomía que he ejecutado en mi vida. Porque en condición de anestesiólogo me tocó ser coparticipe de innumerables intervenciones ya por vía suprapúbica o por la ruta transuretral.  Pueden imaginarse la huella imborrable que este episodio con el Dr. Vargas Vélez ha dejado en mi experiencia médica.

Viene a mi memoria el enfermero Víctor que cuidaba los prostatectomizados en el Santa Clara y el tormentoso trance que transitaban los pacientes por el abundante sangrado a través de la sonda de Foley cuando no existían sistemas de irrigación, de solución continua hoy en uso. La morbilidad y mortalidad era elevada por cuanto la cirugía de próstata se consideraba de alta complejidad. El señor Víctor con su septo jeringa al pie de la cama, día y noche, durante prolongado postoperatorio, realizaba labor dispendiosa de lavado vesical para evitar el taponamiento de la sonda por coágulos.

En el Hospital de Barranquilla el doctor Luis Abuchaibe, sin embargo, exclamaba ufano, al quitarse los guantes, una vez terminaba la prostatectomía: “más sangra una mosca en la menstruación”. Ciertamente, sus intervenciones eran muy limpias, con escaso sangrado.

 Comparo los avances tecnológicos y clínicos de los procedimientos que actualmente se realizan, con la lógica disminución de los riesgos, en relación con la complicada y pobre logística de aquellos tiempos. En mi caso particular: cero dolores y un sangrado mínimo, por no decir que nulo, permitieron el retiro de la sonda al día siguiente, por la tarde, de la intervención, estando ya en mi casa.
Sucedió que la sonda se tapó.  Oportunamente, antes se formara un globo vesical llamo al Doctor, me responde que esta fuera de la ciudad. Me pregunta: ¿Coronado tu eres capaz de retirarte la sonda? Si usted me lo ordena yo me la quito, le respondí. Siguiendo sus recomendaciones procedí a desinflar el balón de la sonda de Foley y esta se vino solita, sin problemas.

Pero, han de saber ustedes que el lío mayúsculo que trae consigo la abultada próstata es con la mujer. Me parece que la regañadera que les entra de la menopausia en adelante, en donde no lo tratan a uno como su marido, sino, como el único hijo que les queda cuando estos se van, tiene que ver, en mayor parte, con la meadera que trae consigo. A partir de este minúsculo incidente todo lo que uno concibe resulta mal hecho, el individuo, pues, más traste del mundo.  Y quieticos, obsecuentes chacarones, aceptamos tanta impostura con la mayor sumisión.  ¡Ay Dios mío! como se atreva Ud. a chistar algo.

Al fin y al cabo, de acuerdo a la clásica tesis freudiana del complejo de Edipo, los hombres, de manera inconsciente, buscamos de compañera una mujer que guarde similitudes con la madre que nos pario y crio.
Mi apreciado amigo Jorge Sáenz cuando presenta la esposa a sus amistades la muestra como su hermana mayor. “Mucho gusto, les presento a mi hermana mayor”, expresa en tonillo irónico.  Y es que, pasados los años en eso, más o menos, concluye la relación marital, en una hermandad. Sin lugar a dudas, es bueno reconocerlo, en este ciclo de la vida es cuando se acrecienta la compenetración de la pareja.

El asunto es que antes de operarte andas en apuros, orinando a cualquier hora y haciéndolas pasar pena con familiares y conocidos. El escaso orín que eliminas tras “puja que puja” no alcanza a caer en la taza del inodoro y el baño permanece mayor parte del tiempo hediondo a berrinche.
Después, cuando ya estás deshuevado tal me considera el chino Carlos Wong, mi partner del tenis, tras enterarse que me habían quitado la próstata, el chorro de meao no logras controlarlo y pega como un geiser contra el tanque del inodoro o contra la pared. El baño, por consiguiente, sigue lo mismo de mal oliente a berrenchín. Solución: Toca aun nos disguste, recomendación de los urólogos, orinar sentados… cual cándidos huevones, para tener contentos a la señora y alcanzar la necesaria paz hogareña.
Total, palo porque bogas y palo porque no bogas; así decía mi mama.

Propongo, para concluir que, de esta amena reunión, salga la conformación de un comité especial que diligencie ante el Vaticano, aprovechando la presente coyuntura de beatificaciones y santificaciones, la propuesta de exaltar a los altares de la Santa Madre Iglesia la figura señera de “Sildenafil Viagra” por sus innumerables milagros en beneficio de tanto chacarón y huevón que la niña Emilia tiene abandonados a su suerte.
¡Honor y gloria al beato Sildenafil Viagra!

Me complace sobremanera compartir con Uds. estos recuerdos y vivencias seguro que de esta forma el futuro que en suerte ya nos llegó, vivitos y coleando, se hace grato y placentero.
Pido perdón por la forma irreverente, mama gallística de su presentación; apartada del rigor académico y seriedad en nosotros característico.

A los que vinieron de lejos Dios los bendiga por el esfuerzo que han hecho para llegar hasta Barranquilla a alegrarnos la cotidiana rutina. 

A Todos, “un abrazo rompe costilla”, como suele decir la Doctora Agustina Fuenmayor una simpatiquísima amiga mía.

Teobaldo Coronado Hurtado
Barranquilla mayo 7 de 2011




[1] Palabras pronunciadas  en el encuentro de la promoción 1969 de médicos egresados de la Universidad de Cartagena. Barranquilla mayo 7 de 2011.

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