EXPERIENCIA INVERNAL
REMOLINO. PHOTO BY DOCTOR ARMANDO CAÑAS. |
EXPERIENCIA
INVERNAL
I
Eran las dos de la mañana de un lluvioso día de octubre de 1970. Las campanas de la pequeña y hermosa iglesia de Remolino, municipio a orillas del Rio Magdalena, la única del lugar, repicaban insistentes, desesperadas, en el tétrico silencio de la noche; resonaban como el grito suplicante de un pueblo implorando el auxilio divino y, al tiempo, llamando a este a levantarse. Nunca las había escuchado tan alarmantes ni a esa inusual hora. A mí, también, incitaron a ponerme en pie para junto a sus pobladores encarar la avalancha de un Magdalena que, salido de cauce, arremetía violento contra sus viviendas y pertenencias. Allí estuve como un remolinero más.
La furia del caudaloso rio había destrozado las trincheras del sector de la “Mochila “, Barrio Arriba, que lo protegían. El agua corría turbulenta, arrastrándolo todo por las arenosas calles de la plaza central y el Barrio Abajo, sectores más afectados de la población.
Hombres y mujeres como un solo hombre enfrentaban, en la pesadez de la penumbra, al caudaloso torrente hasta lograr contenerlo con barricadas construidas con escombros y voluminosas bolsas de arena.
Fueron dos o tres veces, de ese lluvioso 1970, que me tocó acompañar a los moradores de ese municipio, en donde realizaba mi medicatura rural, a enfrentar la avalancha que arrasaba lo que encontraba a su paso.
Para movilizarme, pasada la emergencia, por sus calles y caseríos cercanos (Las Casitas, San Rafael y Santa Rita), en mi misión médica, tenía que valerme de botes o canoas para acercarme hasta sus casas ante la imposibilidad que tenían, la mayoría de sus habitantes, para llegar al Hospital Local.
II
El
ánimo de sus gentes, por naturaleza alegres y entusiastas, se vino abajo
convirtiendo a Remolino en un pueblo fantasma de vías desoladas, anegadas y
fangosas. La incertidumbre y el desgano reinaba en toda la vecindad.
La gente triste y apesadumbrada comenzó a sentir el impacto malsano de la inundación. Epidemias de gripa, gastroenteritis y enfermedades virales la azotaron; desnutrición en los niños aumentó, afecciones de la piel se incrementaron tanto que me vi obligado a comprar un Manual de Dermatología en búsqueda de un mayor y mejor conocimiento sobre el tema.
III
Para
la época, marzo de 1970, cuando pernocto en Remolino, tomaba un bus en la zona del
Boliche en Barranquilla que me dejaba en la plaza de Santo Tomás,
Atlántico. Luego de a pie, tras caminar largo trecho, alcanzaba la orilla del rio en donde subía a una embarcación
que transportaba a la otra rivera, hacia mi destino en el departamento de
Magdalena, en lapso de 15 minutos.
Por el fuerte invierno de ese inolvidable año este lado, departamento del Atlántico, se inundó y a partir del mes de agosto hasta culminar mi servicio social, febrero de 1971, para arrimarme a Remolino lo hacía a través de una lancha que partía del puerto de Sabanagrande enfrente, exactamente, del municipio de Sitionuevo en un viaje que duraba más o menos una hora.
IV
Imágenes catastróficas que ahora veo de pueblos y ciudades, cincuenta dos años después, por la oleada invernal de este 2022 reviven en mi mente los momentos difíciles que experimenté en aquellas calendas. Los dramáticos videos que por Facebook ha dado a conocer el doctor Armando Cañas, colega anestesiólogo oriundo de esta región, me han motivado a evocar la experiencia por mi vivida.
No hubo población a lado y lado del rio que no sufriera el embate de un inclemente invierno con peores proporciones, tal vez, al que ahora padecemos.
No es justo que aun sigamos soportando las consecuencias nefastas que produce la ola invernal. Demostración clara de la desidia de los gobiernos, a lo largo del tiempo, para resolver una situación repetitiva, una "tragedia anunciada", año tras año, que trae desolación, miseria y ruina a diferentes regiones del país. La indiferencia, la insensibilidad de nuestros gobernantes ante el padecimiento de los más pobres, los más afectados por esta inclemencia, es galopante, crónica y asesina.
V
Mi conciencia social, mi vocación de servicio salieron a flote para no dejar abandonada a una comunidad cuando más necesitaba de asistencia sanitaria. Estuve tentado a buscar “tierra alta” debido a que mi joven esposa, nos habíamos casado el 14 de agosto de ese año, enfermó gravemente de paludismo contagiada por nuestra estancia en ese lugar. La solidaridad, el apoyo que recibí, además, de los remolineros impidieron mi huida de su terruño en momento tan crítico.
La permanencia, médico rural, en este bello pueblo marca uno de los acontecimientos más importantes de mi vida por lo que allí aprendí y por el cariño inconmensurable que recibí de su gente maravillosa.
Por las noticias que comunica el Dr. Armando Cañas, al parecer, el municipio de Remolino no supera las avenidas del Gran Rio de la Magdalena que en carne propia pude vivenciar hacen ya más de cinco décadas.
Rememoro, oportuno, la memorable, desafiante exhortación del libertador Simón Bolívar. "Aunque la naturaleza se oponga lucharemos contra ellos y haremos que nos obedezcan". (Se refería Bolívar a españoles y realistas; en la actualidad podríamos asimilarlo a los que hoy nos gobiernan).
El pueblo de Remolino merece mejor suerte.
Teobaldo Coronado Hurtado
Barranquilla julio 12 de 2022
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