INTRUSOS EN EL QUIRÓFANO CASO AUSTRALIANO
CASO
AUSTRALIANO
Introducción
Sucedía,
con alguna frecuencia, que al llegar al quirófano ya estaba adentro algún médico o
profesional de la salud, compañero de trabajo o un pariente cercano del paciente atento, pendiente del procedimiento a realizar. Se sentían,
intrusos, autorizados para estar allí. Escasos los allegados que antes de ingresar
a la sala de cirugía pedían permiso. Era, casi siempre un alumno mío, estudiante
de medicina, el que lo solicitaba.
Se
ha puesto de moda, sobre todo por parte de los especialistas en ginecología, la
presencia de algún familiar, en especial de los esposos, en salas de parto y cirugía para la operación cesárea. Incluso, en la consulta ginecológica, consideran
prudente la presencia del conyugue o marido de la mujer a examinar. Si es una menor de edad debe estar acompañada,
de preferencia, por su mamá.
Casos se han visto de médicos inescrupulosos, carentes de toda ética, que han faltado al debido respeto que se merece la mujer – paciente y quebrantado la confianza depositada en su investidura profesional. Que justifican la presencia de un acompañante en la consulta. Por mi condición de magistrado del Tribunal de Ética Médica del Atlántico tuve conocimiento de varios repudiables casos de abusos sexuales.
En
el rol de anestesiólogo, por la experiencia vivida, me volví intransigente para
aceptar familiares de pacientes durante la intervención quirúrgica. Lo que me
ocasionó más de un reproche y descalificativos de los por mi vetados.
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La doctora, ginecóloga, compañera de trabajo en el hospital, ingresó al quirófano de una clínica
privada para la operación de su mamá, una histerectomía abdominal.
“Coro
¿No te molesta que yo te acompañe?”, me dice.
Tranquila,
no creo haya problema, ¡aja y cuantas veces no hemos operado juntos! le contesté.
Transcurrido
un tiempo de la cirugía la anestesiada paciente comenzó a sangrar, hace una hipotensión
severa, suenan las alarmas de los monitores y, mientras, yo estaba atento a esta complicación
la colega, su hija, se desploma repentinamente y cae, por suerte, en brazos de
las enfermeras circulantes. Tocó, entonces, atender a la mama y a la hija, en
emergencia las dos. A mi amiga doctora, una vez recuperada, se le quitaron las
ganas de acompañarme. Se fue.
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Fueron numerosos los estudiantes que se desmayaron al ver la sangre en “cantidades
navegables”, como diría un dilecto cirujano, al incursionar por primera vez en
un quirófano.
Y
así, son muchos los ejemplos que podría mencionar, la brevedad del escrito lo
impide.
Caso australiano
La
revista Semana en su edición del martes 19 de septiembre de 2023, publica la información
sobre la demanda que contra el Royal Women’s Hospital de Melbourne (Australia) presentó
el señor Anil Koppula solicitando indemnización de mil millones de dólares australianos,
642 millones de dólares estadounidenses.
Koppula
presenció el nacimiento, en buen estado, de su hijo a través de la cesárea que
le practicaron a su esposa en 2018. Cinco años después, en su alegato, sostiene
que el haber estado presente en la cesárea de su mujer ha sido la causa de la “enfermedad
psicótica” que padece y en consecuencia de la ruptura de su matrimonio.
Para
respaldar su denuncia, “el Sr. Koppula sostiene que en el hospital incitaron y permitieron
estar presente en el momento de la operación y, por lo tanto, ver los órganos
internos y la sangre de su esposa”. Afirmó “que el hospital incumplió el deber
de diligencia y cuidado al dejarlo ver la cesárea y está obligado a pagarle una
indemnización por daños y perjuicios”.
Respuesta
de la demanda
El
juez James Gorton, instructor del caso, ordenó el examen médico de Koppula que dio
como resultado un grado insuficiente de deterioro psiquiátrico. Determinó que no
se le deben pagar daños y perjuicios porque no sufrió ninguna pérdida económica
y su supuesta enfermedad no alcanza el umbral de lo que se considera una
“lesión grave”. En sentencia del lunes 18 de septiembre desestimó la demanda y
calificó el reclamo como un “abuso de proceso”.
Demanda
pendenciera
El
caso australiano que sirve de ilustración a este articulo cabe, en el argot jurídico
nuestro, a la denominada “Demanda pendenciera”, a que se ven abocados los médicos,
en que se tira, en lenguaje barranquillero, “Un varillazo” para pescar en rio
revuelto y sacar provecho económico de una posible indemnización por mala práctica.
Si
en Australia llueve, en Colombia no escampa. Entre nosotros, por la ineficiencia
estatal del sistema de salud, la gente se desquita con el médico que cumple su
oficio muchas veces sin los medios adecuados y sometido a la burocracia que
ordena y manda en la institución hospitalaria; se enfrascan en encontrar alguna
falla, en su desempeño, para demandarlo.
El
abogado que acepta demandar a un médico, casi siempre, juega a ganar a como dé
lugar. A sabiendas, de ser injusta su pretensión, intentará probar la
culpa médica a cualquier precio, empleando las argucias jurídicas posibles.
El profesional de la medicina tiene derecho a contrademandar (si es posible penalmente) a quien en forma injusta lo hace comparecer ante los tribunales.
Abuso
de proceso
En
el “abuso de proceso” la persona involucrada puede tener una intención
maliciosa, ya sea abogado o un ciudadano, para lograr objetivos ilegales en el
sistema legal. Utiliza un aspecto del proceso legal para un propósito que se
considera ilegal, como acoso, intimidación o molestias simples. En otra presentación
se entabla una demanda con el objetivo específico de provocar que la persona se presente ante un juez.
En
el caso de una demanda, el abogado contratado para enfrentarla puede determinar
si se está produciendo o no un abuso del proceso. Demostrarlo puede ser un
desafío y los tribunales a menudo se muestran reacios a perseguirlo.
Royal Women’s Hospital de Melbourne (Australia) |
Conclusión
La
sabiduría popular enseña que “No hay peor cuña que la del mismo palo”. Un colega
compañero de trabajo o no, un estudiante o una enfermera, por ejemplo, por celos
profesionales, simple antipatía o resentimiento puede ser tu asolapado enemigo
a la hora de cometer un error o tener dificultades en la asistencia sanitaria
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En Cierta ocasión al terminar la cirugía, salgo y al asomarme al corredor en
donde los familiares de los pacientes esperan, se abalanzó un grupo de personas
contra mí:
“Doctor,
doctor ¿Mi mama está bien, mi mama está viva, se salva? me interrogan
consternados, en coro.
Si,
señores está bien, la cirugía fue un éxito, ya se encuentra en la sala de recuperación,
les respondí, tranquilo.
Sucedió que un estudiante presente en la intervención, que había salido primero que yo comentó,
a lo mejor en términos dramáticos por su inexperiencia, a los familiares del paciente
las incidencias del acto operatorio. De la dificultad que tuvo el anestesiólogo
para intubarla. Que produjo la justificada alarma de sus nerviosos parientes.
Considero
que la presencia de familiares, y amigos del enfermo en la sala de cirugía,
limitan la necesaria espontaneidad, objetividad, y tranquilidad que debe
observar el cirujano y el equipo médico en general. Cuando todo transcurre
normal, sin sobresaltos, es probable no se produzcan reacciones indeseables. A la
hora de las complicaciones, imprevisibles como son algunas veces, la disposición
y ánimo para sortearlas no son los
convenientes para los espectadores, ni para los que participan en la operación.
La
ley 23 de Ética médica, señala, de otra parte, en su artículo 26 que: “El
médico no prestará sus servicios profesionales a personas de su familia o que
de él dependan en casos de enfermedad grave o toxicomanía, salvo en aquellas de
urgencia o cuando en la localidad no existiere otro médico”.
Barranquilla
septiembre 20 de 2023.
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