BARRANQUILLERO A ULTRANZA
BARRANQUILLERO A ULTRANZA
Por
donde quiera voy personas, que poco me conocen, preguntan que de dónde soy. Por
el tono grave de mi voz imaginan, algunas, que soy de la heroica Cartagena y
otras, un tanto despistadas, suponen que tengo casta Guajira. A todos
digo, de orgullo lleno, que nací en el mismísimo Hospital de Caridad, el del
Padre Valiente, Hospital General de Barranquilla hoy en día; en la Puerta de
Oro de Colombia, la del Junior de Curramba, diez veces campeón.
De Sabanalarga mi padre y de la capital del Atlántico mi madre en donde sus nativos habitantes comen arroz de lisa seca y sancocho de guandú con bocachico frito, acompañado de sus respectivas rodajas de bollo e yuca, si mohoso, este, mucho mejor.
Carnaval de Barranquilla
En
mi natal arenosa, todo el tiempo, la vida es un carnaval, carnaval de mis
amores, una fiesta de alegría, una fiesta sin igual; “quien lo vive es quien lo
goza”.
Barranquilla
señorial, en el país no tienes par. La
bacanidad de tu gente es: cantar, bailar y reír sin, por ello, dejar de
trabajar, el progreso construir. Tienes,
cumbiambera, silueta alegre de carnaval.
Bellos tiempos
aquellos, los de mi remota infancia, en que comparsas, danzas y cumbiambas
caminaban de sur a norte y de este a oeste - nada de transporte vehicular - la guapachosa
ciudad para llegar a los puntos en donde arrancaban los dos únicos desfiles que
se realizaban: la Batalla de Flores desde el Estadio Municipal (Romelio Martínez)
en la carrera 46 (Olaya Herrera) hasta el paseo de Bolívar, sábado de
carnaval y la Conquista a lo largo de
la carrera 34 (Paseo Bolívar), martes de carnaval. La gente se amontonaba en las esquinas o en
las puertas de sus casas para verlos pasar en medio de tremendo desorden en que
no faltaba la blanca Maizena y el “Gordolobo” (Ron Blanco) con limón.
Mi mama nos llevaba, también caminando, de mi casa a la avenida Olaya Herrera para contemplar la Batalla de Flores desde un bordillo; no se usaban palcos ni sillas.
Caribes somos
Envanezco
de ser barranquillero raizal: en mi lenguaje y actitud a leguas se nota, no obstante,
el sutil “golpeao”, sabanalarguero o cartagenero, que a mi entonación adorna. Debido,
a lo mejor, a la indeleble herencia paterna sumada a la estancia universitaria de
siete años en el “corralito de piedra”.
Ni
soy cartagenero, ni soy guajiro, soy barranquillero a ultranza. Eso no
importa si nos consideramos hermanos, somos costeños, somos caribes, herederos
de la sangre guerrera de Kalamry la tribu, de donde todos venimos. Al final lo
que nos caracteriza es la idiosincrasia caribe, militantes de esta etnia geográfica
con Cuba, Puerto Rico, Republica Domicana, Venezuela etc. Que tienen un habla y
costumbres muy semejantes a la nuestra.
El ser Caribe es una expresión singular de la biodiversidad humana del continente americano. En él se funden el negro, el blanco y el indio para dar forma a un prototipo, una especie única, que marca la diferencia, con unas características de las cuales eximios exponentes de nuestra región la ensalzan con la aureola mágica que brota de su humanidad mestiza, rica en: alegría, inteligencia, imaginación, gracia, humildad y señorío. Ejemplos sobran: García Márquez, Shakira, Edgar Rentería, Pibe Valderrama, Lucho Diaz, Francisco Zumaqué y pare de contar.
Mi vieja barriada
Club Bordillo. Parque Eugenio Macias. Barranquilla. Photo by Dr Teo. |
Pertenezco
a la vieja barriada barranquillera, de los años 40 y 50 del siglo pasado, cuando
las calles de la ciudad, en su mayoría, no conocían el pesado y ardiente cemento
que ahora las cubre; tapizadas estaban unas, de arena gruesa y, otras, de
caliche y piedra. Terreno propicio para jugar a la “chequita”, la “peregrina”;
al “paseo” o a la “mapola” con un trompo sedita; a “bola de uñita” (canicas)
debajo un palo de matarratón o correr despavoridos jugando a la lleva, a las 4,
8 y 12 y a la libertad, a cualquier hora del día o de la noche.
Decían
mis padres que cuando yo nací, 1942, vivíamos en el barrio Olaya, calle 70,
entre carrera 35 y 32. Sin embargo, el recuerdo que tengo de mi infancia y juventud
transporta al barrio San Felipe y sectores circunvecinos: barrios el Valle,
Nueva Granada y Olaya que recorría, adolescente, en una vieja bicicleta, con
llantas de balón y freno en el pedal. No
existía el barrio Los Andes, territorio ocupado entonces por una extensa zona
boscosa que arrancaba de la calle 64 y alcanzaba hasta la paredilla del cementerio
Calancala y el barrio San Isidro. Tampoco existía, por lo tanto, el barrio Los
Pinos.
Canchas deportivas
Cancha de Tenis. Parque Eugenio Macias. Barranquilla. Photo by Dr. Teo |
En
límites con la carrera 21 y el Barrio San isidro – tiempo antes construyeran lo
que se llamó, en un principio, la Ciudadela de la Salud (Hospital de los Andes, ISS, Hospital Universitario, El Cari y la Escuela de Auxiliares de
enfermería) - se “destapó” un extenso terreno para convertirlo en canchas de
beisbol y futbol en donde se realizaban torneos respectivos a la practica de
estos deportes. “Liga de San Isidro” se denominó, pomposa, a la organización
deportiva que allí se creó y funcionó hasta la apertura de los hospitales, a
mediados de los años 70.
De otro parte, hacia la carrera 27, entre calles 64 y 58, existía un largo y profundo socavón, por donde corría el caudaloso arroyo que todavía pervive ya canalizado; se limpió, luego, por los vecinos, del lado que, ahora, es el barrio de los Andes y el espeso “monte”, se convirtió en un amplio “playón” para jugar, igualmente futbol y “Al bate” (beisbol), sin la formal organización que había en las canchas de San isidro. Fue aquí en donde hice mis pininos futbolísticos con la bola e trapo que luego continué ya más grandecito en el parque de los Andes cuando esta extensa zona se urbanizó por unos señores de, origen árabe y apellido María. Allí, compartía con otros muchachos entre los que recuerdo a los Buendía de Nueva Granada, los Ruiz de los Andes y los Salcedo de San Felipe, residentes estos últimos al lado de mi casa en la carrera 25 con calle 64.
Escuela
primaria
Este peligroso y profundo socavón tocaba atravesarlo, para pasar al otro lado, barrio Nueva Granada, distante una cuadra de por medio, de la actual cancha de futbol. Faena que cumplía cuatro veces al día, para llegar a la escuela pública No 11, en donde cursé la primaria de 1º a 4º elemental. Dirigida por el profesor Jesús Guillen y mi maestra era la seño Emilia D´Amato. El 5º de primaria me tocó en la Escuela Normal Superior de Varones, barrio Olaya, con la seño Joselina Coba. De allí pasé al San Francisco, en donde cursé todo el bachillerato.
La Barranquilla de antes
Iglesia Parroquial, San Felipe. Barranquilla |
Estas
remembranzas se ubican en el tiempo, década de los 40 y parte de los 50, correspondiente
a mi etapa preescolar y escolar cuando Barranquilla se constituía en una ciudad
apacible y tranquila con un amplio concepto de la vecindad en cumplimiento del
viejo refrán “Quien es tu hermano, tu vecino más cercano”. La solidaridad
reinaba entre gentes humildes, trabajadoras y honestas, estrato 2 o 3, con las
que convivía, sin distingos de ninguna clase, alejada de rencillas y rencores.
La paz y la armonía reinaba en todo su entorno.
He tenido la creencia, es mi opinión, que Barranquilla comenzó a ser la urbe caótica, insegura y violenta que es en la actualidad desde la apertura del puente Pumarejo en 1974, fenómeno social que ha ido in crecendo, al mismo tiempo que su indiscutible progreso material, con el correr de los años. Desde ese momento la capital del Atlántico fue otra ciudad, se partió en dos su imagen cultural,
Celebración
Banderas de Barranquilla. Batalla de Flores. Photo by Dr. Teo. |
Con
estos recuerdos de la Barranquilla de mi infancia me uno a la celebración del
Dia de la ciudad, de la fecha en que pasó de ser una modesta parroquia para tener
el reconocimiento de Villa por el Gobernador del Estado Libre de Cartagena,
Manuel Rodríguez Torices el 7 de abril de 1813, en el marco de la lucha por la
Independencia Nacional, en la llamada Primera República.
Barranquilla
procera e inmortal.
Abril 3 de 2024.
Comentarios
Publicar un comentario