LA GUACAMAYA DE MÓNICA



LA GUACAMAYA DE MÓNICA

La dejé olvidada, el pasado mes de noviembre, en una banca del lobby del aeropuerto Yosemite de Fresno, California, USA. Una linda y joven guacamaya de color rojo en la cabeza, azul en la cola y los tres colores de la bandera de Colombia en la esbeltez de su emplumado cuerpo. El mismo empaque multicolor que había visto, días atrás, antes de partir de Colombia, en sus semejantes del aviario empotrado en Barú, isla cercana a Cartagena de Indias.  Su nombre científico (Ara macao), es una especie de ave de la familia de los psitácidos o loros verdaderos, orden psitaciforme, conocida por nombres como: lapa colorada o lapa roja, scarlet macao, guacamaya colombiana, guacamaya roja, guacamaya tricolor, guacamaya escarlata. Es una entre nueve especies del género Ara que se caracteriza por su gran tamaño (90 centímetros) y un kilogramo de peso.

La mía es la típica guacamaya bandera que tiene su hábitat natural en casi todo el territorio americano desde la zona selvática de México hasta el sur de Cochabamba en Bolivia. En Colombia de preferencia en las costas Pacífico y Atlántico.

La Guacamaya bandera fue elegida “Ave Nacional” por la República de Hondura en el año 1993. Se entronizó como el ave mascota de la Copa América de futbol 2007 celebrada en Venezuela, representativa de ese país al portar los tres colores de la bandera nacional en el plumaje.

Guacamaya del aviario de Barú, Cartagena Colombia. Photo By Dr. Teo.

La traía, vanidoso, desde el aeropuerto de San Diego, obsequio amoroso de mi hija Mónica Cecilia, arquitecta, pintora, diseñadora de cocinas y  baños de la empresa HOME DEPOT,  que en Del Mar Beach reside y en donde había pasado en compañía de Helena, mi señora, una semana grata y divertida.

Me percaté de su ausencia cuando ya iba camino a mi residencia en Visalia en donde vive otra hija. A Diego mi nieto (12 años) que siempre viaja al lado mío, en la banca de atrás, en mis incursiones por el país del norte, comunique, preocupado y en voz baja, la pérdida y pedí guardara absoluto silencio para no atormentar a demás acompañantes que placidos dormían, en los asientos adelante del auto, en medio de la oscuridad de la fría noche californiana.

No habíamos terminado de desembarcar en nuestro destino final cuando Diego, no se aguantó y alzó su voz, puso en conocimiento de todos, mi percance. “A Tity - así me llama desde que era un bebé - se le olvidó la guacamaya en el aeropuerto de Fresno”, dijo.

Helena, como es de suponer, puso el grito en el cielo: “Me lo imaginé.  Desde que te vi, jugueteando con el animal, en todo el viaje, sabía que eso iba a pasar; no sé porque tú eres así. Y ahora con que le vas a salir a Mónica”, replicó inclemente. Eran las nueve de la noche del sábado 9 de noviembre.

Apenas llegamos a casa Regina, más calmada y complaciente conmigo, llamó por teléfono al aeropuerto de Fresno, una y otra vez, sin obtener respuesta alguna. Mañana tratamos de comunicarnos, me reconfortó muy tranquila. Cuando se puso en pie el domingo, bien temprano, le recordé el compromiso adquirido. Así lo hizo y contestaron que tenía que averiguar por el pajarraco en las oficinas del aeropuerto que ese día permanecían cerradas y el lunes también por ser festivo: Día de los Veteranos en USA. Tocaba esperar hasta el martes 12.

La esperanza en recuperar mi hermosa joya de la fauna silvestre tropical se esfumaba ante tanta demora. Pasaba el tiempo y la cabeza no me daba para pensar en otra cosa. Que le digo a Mónica cuando me pregunte por su colorida ave, la que me regaló con tanta generosidad y cariño.  Con la obvia recomendación de que la cuidara y colocara en un sitio especial de mi casa en Barranquilla, era pensamiento que revoloteaba, constante, sobre mi cabeza.   “Fíjate que la descolgué de una de las columnas del jardín de la galería porque sé del aprecio que tú tienes a los animales” me había recordado al despedirnos.

Ante semejante recomendación tremendo lío en el que me había metido

¿Qué pensará Mónica si no llega a aparecer? Me interrogaba de continuo.

El martes llegó y dispuesta estuvo Regina para aplacar mi tormento. Llamó a las oficinas del aeropuerto le solicitaron los datos y detalles respectivos y confirmaron la tenencia de la guacamaya para que pasara a recuperarla. Me vino el alma al cuerpo.

De inmediato, dispusimos viajar a la ciudad de Fresno distante en tiempo, aproximadamente, una hora de Visalia en un mediodía frío, gris, deprimente. La rubia funcionaria que nos atendió luego de las preguntas de rigor sin mucha demora ni rodeos, con extrema cortesía, hizo entrega de la joya extraviada

Todo estaba en orden en el ave endiosada, por los Mayas en México, en la era precolombina; sin rasguño alguno, tal cual me la habían regalado, con sus amarillosos ojos y plumaje resplandeciente, solo le faltaba suspenderse en el aire con sus propias alas y salir volando.

Mónica Coronado, Teobaldo Coronado

La verdad de esta historia es que la bendita guacamaya solo existió y pudo volar en la imaginación pictórica de la artista barranquillera, mi hija Mónica, que la supo crear, tan real en un cuadrado lienzo de 50 × 50 centímetros con la destreza genial de sus manos y la magia de su caribeño arte, pleno de colores y el calor del trópico; tropicales que somos los nacidos aquí, en Curramba la bella.

Pensé, entonces, en la inteligencia artificial que, en un futuro, no muy lejano, permitiría a este lienzo de pinceles de acrílico impregnado con la silueta de una guacamaya imitar la voz humana, más allá de las 30 palabras que la madre naturaleza les ha permitido   con su gracioso palabrerío y escandaloso canturreo a este fantástico pájaro.

 Definitivamente, tú tienes tu ángel de la guarda. ¿Qué te hubiera sucedido si la guacamaya la dejas olvidada, por ejemplo, en el aeropuerto de Barranquilla? ¿La hubieras recuperado? Me cuestiono en tono intrigante doña Helena al verme regresar con rostro sonreído y contento

Quedé sin palabras. “Quien sabe” limité a contestar para no alimentar la cizaña por mi descuido.

Guacamaya negra. Zoológico de Atascadero City,  California, USA. Photo by Dr. Teo.

Así como esta son muchas las anécdotas que podría contar del comportamiento honesto, honrado, que se da en el país del norte por la mayoría de sus diversos pobladores que lo ponen a uno meditar en porqué nosotros no somos, también, así. Cuando la consigna a seguir, en nuestro medio, es la de “papaya puesta, papaya partía” para apropiarnos, sin escrúpulos, de lo que no nos pertenece. ¿Será este comportamiento inmoral una de las causales de nuestro subdesarrollo económico social? O a la inversa. Doctores tiene la santa madre iglesia.

Barranquilla diciembre 12 de 2024

 

Comentarios

  1. Teo,en el parque temático de Orlando Florida, mi yerno Kike,esposo de mi hija Katy,perdió su anillo de matrimonio y 3 días después cuando nos regresábamos a Houston,en la oficina de objetos perdidos le entregaron el anillo.Esto confirma lo que afirmas.

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